Entrevista a Purificació Mascarell

«Bajo la ciencia se han amparado prácticas de represión a las mujeres»

Escritora, ganadora del V Premio Lletraferit de Novela con Mireia

Purificació Mascarell

Era un día de Todos los Santos y Purificació Mascarell (Xàtiva, 1985) paseaba por el cementerio de su pueblo natal. En concreto, rondaba por la zona del siglo XIX, de gran belleza, pero bastante abandonada, «con ese punto estético que tienen los lugares decadentes». Un par de lápidas le llamaron la atención: en cada una había sendas figuras en mármol blanco, una de un hombre y la otra, de una mujer, que se notaban hechas por el mismo escultor. Según indicaban las lápidas, él era Ramón Simarro, pintor, y había muerto a los treinta y tres años; ella, Cecilia Lacabra de Simarro, a los treinta, apenas un día después de su marido. ¿Qué había pasado allí? Purificació Mascarell nos lo explica: «Empiezo a investigar y descubro que Ramón Simarro y su mujer habían viajado a Italia para que él estudiara pintura, y allí él había contraído la tuberculosis. Volvieron a Xàtiva, pero él murió finalmente y ella no lo pudo soportar: se suicidó el día siguiente, lanzándose del balcón con su hijo de tres años en los brazos. El niño sobrevivió y resulta que es Luis Simarro, pionero de la psiquiatría en España». Y de esta historia, llena de tragedia y romanticismo, acaba naciendo Mireia.

Publicada recientemente por la editorial Drassana, ganadora ex aequo del V Premio Lletraferit de Novela, Mireia nos cuenta muchos aspectos de la trayectoria de Simarro, el primer catedrático en Psicología Experimental de la universidad española. Pero lo hace a través de una historia de ficción también llena del romanticismo ochocentista. La Xàtiva actual se sumerge en una atmósfera neogótica que sirve de inspiración a Neus, la narradora, una joven pintora que observa con ojos reticentes y algo anhelosos a su amiga Mireia, una doctoranda en psicología experimental que parece haber hecho un descubrimiento clave en la biografía de Simarro. «En el libro se fusionan muchos de mis intereses y obsesiones» nos explica Purificació Mascarell, que es profesora de Teoría de la Literatura, Literatura Comparada y Estudios Culturales de la Universitat de València. «Por un lado, el arte plástico, y sobre todo el diálogo entre el arte y la literatura, y, por otro, el tema de la locura de las mujeres, cómo se utilizaba la etiqueta de loca para catalogar a las mujeres no normativas, que por cualquier motivo se salían del canon: porque eran extrañas físicamente, o tenían una sexualidad desbordante, o se dedicaban a la prostitución… Por el motivo que fuera, eran catalogadas como anormales y tenían que ser encerradas».

¿Y cuál es el punto de conexión con Luis Simarro? Entre 1880 y 1885, el médico setabense vivió en París y trabajó en el Hospital de la Salpêtrière, donde el neurólogo Jean-Martin Charcot llevaba a cabo sus célebres sesiones de hipnosis con mujeres afectadas de «histeria», una enfermedad que hoy en día ha caído de los manuales de medicina, pero que entonces era diagnosticada habitualmente. En su primera novela, Purificació Mascarell se adentra en los claroscuros de la historia de la ciencia psiquiátrica y reflexiona sobre el trasfondo de los éxitos académicos. De Simarro, Charcot, la Salpêtrière y Mireia, hablamos con ella un martes de enero más cálido de lo habitual.

Dentro de los muros de la Salpêtrière

«El año 1795, el médico Philippe Pinel abolió el encadenamiento de los alienados y propugnó un tratamiento más humano del que se dispensaba. Pero la violencia psiquiátrica estaba lejos de erradicarse: el siglo XIX la iba a disfrazar de práctica científica». Este fragmento de Mireia introduce una de las incursiones de la novela en los tratamientos barbáricos a los cuales fueron sometidas las mujeres encerradas en la Salpêtrière diagnosticadas con histeria femenina.

«Todas venían de situaciones muy delicadas: muchas de ellas habían sufrido abusos y violaciones desde pequeñas, algunas eran prostitutas, otras mendigas…» explica Purificació Mascarell sobre las pacientes de la Salpêtrière. Los síntomas que estas mujeres mostraban, tildados de histerismos, probablemente derivaban del trauma por los abusos sufridos, pero también de enfermedades neurológicas como la epilepsia. Muchos médicos de la época quisieron ver una patología ligada a la condición femenina, y en nombre de la investigación, llevaron a cabo prácticas que la autora tilda de «antihumanistas». «La ciencia ha sido como un gran paraguas bajo el que se amparaban prácticas de represión y opresión a las mujeres: se las cerraba en psiquiátricos, se les practicaba la clitoridectomía o irrigaciones vaginales con agua u otros líquidos… Toda una serie de prácticas que ahora nos parecen atrocidades, pero que en aquel momento se consideraba que estaban sanando las mujeres» apunta.

«Charcot definía la sintomatología que tenían estas mujeres, etiquetaba su enfermedad, las aleccionaba… Y ellas interiorizaban el diagnóstico»

La hipnosis fue otro de los tratamientos propuestos para curar a estas mujeres de su afección, y Jean-Martin Charcot fue su gran impulsor en la Salpêtrière. A pesar de que Charcot pensara que el histerismo también podía afectar los hombres, sus lecciones públicas eran protagonizadas por mujeres a las cuales «hipnotizaba» bajo la mirada atenta del público fundamentalmente masculino. Mujeres, recordemos, provenientes de entornos vulnerables y pasados traumáticos, como en el caso de Augustine Gleize, una joven criada que había sufrido abusos cuando era niña y que también había sido violada por su amo, y que llegó a ser una «celebridad» de la histeria. «Charcot era un hombre muy culto, un científico muy reconocido y situado en un centro de poder muy potente de la Francia del siglo XIX. Casi ejercía como padre o tutor de estas mujeres: hablaba muy bien y les decía que iba a sanarlas. Y ellas, está claro, confiaban en él» explica Purificació Mascarell.

El poder que ejercía Charcot sobre las pacientes de la Salpêtrière era tal que durante las sesiones de hipnosis muchas de ellas acababan por «ofrecer al público lo que Charcot quería». «Él definía la sintomatología que tenían, etiquetaba la enfermedad, las aleccionaba al respecto… Y ellas interiorizaban este diagnóstico y lo exteriorizaban, le daban un cariz performativo que, a ojos de los invitados, confirmaba que Charcot tenía razón, que la hipnosis funcionaba. Muchas de ellas realmente no tenían ningún trastorno mental como tal, pero acababan asumiendo este rol, casi como si fueran actrices en un espectáculo teatral» señala la autora de Mireia.

Una lección clínica en la Salpêtrière, del artista André Brouillet. Podemos ver a Charcot con una de sus pacientes «estrella», Blanche Wittman. / Dominio público

Los hombres que miran a las mujeres

Así, uno de los temas clave de Mireia es la mirada masculina hacia las mujeres, tanto desde la ciencia como desde el arte. Por un lado, las lecciones de hipnosis en la Salpêtrière son un caso paradigmático de una ciencia sesgada, que desde una supuesta «asepsia» lo que hacía era «situar a la mujer casi en una posición de animalidad, de peligro que hay que controlar porque, si no, puede dañar a los hombres. Es una idea que proviene ya de autores clásicos como Platón y Aristóteles, y por supuesto de la Biblia, y que permean la ciencia de la Modernidad» explica Purificació Mascarell.

Según nos cuenta, documentarse sobre lo que ocurría en el hospital parisino a menudo comportaba observar documentos «terribles». Las páginas de la Iconographie Photographique de la Salpêtrière están llenas de imágenes de mujeres «histéricas», «en posturas anómalas, con los rostros desencajados… A través de la postura física mostraban su sufrimiento psíquico, y en las fotos se puede ver claramente la delectación morbosa del fotógrafo». Un morbo que, según piensa la escritora, era compartido por los hombres que se reunían en las lecciones de Charcot. «En aquel momento, la ciencia ampara la práctica de exhibir a las mujeres histéricas, bajo la premisa de estar llevando a cabo una tarea de documentación científica, seria, rigurosa… Pero si hurgamos un poquito, vemos cómo eran presentadas estas mujeres, a menudo con poca ropa: a veces se les veía un pecho, un muslo… Y todo mientras tomaban aquellas posturas extrañas, con la cara fuera de órbita. Aquello podía acabar asemejándose mucho a un espectáculo erótico de los “bajos fondos”».

Fuera de allí, la conservadora sociedad ochocentista miraba con recelo cómo las mujeres burguesas iban ocupando el espacio público, cada vez de forma más visible. A pesar de que no era habitual que las mujeres acomodadas acabaran sufriendo el mismo destino que las internadas en la Salpêtrière, las narrativas sobre la histeria, o también la cleptomanía, cobraban fuerza gracias a una medicina hecha por hombres, en una época en que, además, veían peligrar su tradicional posición de poder. A estos relatos validados desde la ciencia, se suma el mito de la femme fatale, que actuaba como cuento sancionador.

Portada de Mireia (Drassana, 2022), protagonizada por la Lilith de John Collier. / Drassana

«La femme fatal empieza a funcionar como iconografía ya en el siglo XIX. La encontraremos en la pintura, la ilustración, en las revistas… Ella es ama y señora de su sexualidad y, de hecho, puede llegar a ejercer el rol de poder en una relación sexual. Por esto los hombres la condenan y la consideran peligrosa, porque desestabiliza el sistema» explica Purificació Mascarell. La portada de Mireia, de hecho, es la Lilith del artista prerrafaelita John Collier (1887), la primera mujer de Adán que fue expulsada del Paraíso por no querer someterse a la voluntad del hombre. «Los artistas de la Hermandad Prerrafaelita buscaban modelos en la realidad, en la calle, que encajaran en ese estereotipo: piel blanca, cabellos rojos o cobre, una figura muy “femenina”, con los pechos grandes, la cintura marcada… Una imagen muy estereotipada de la mujer que despierta el deseo sexual masculino. Todas las Liliths, femmes fatales y vampiresas que pintarán se asemejarán mucho entre ellas».

Así, de nuevo, las mujeres de menos recursos son las que posan ante hombres privilegiados que, ahora desde el arte, también las someterán a su mirada. En un paralelismo menos que fortuito con las mujeres de la Salpêtrière, también los artistas priorizarán sus pulsiones al bienestar de las modelos. Purificació Mascarell explica el caso de Elizabeth Siddall, la modelo del famoso cuadro de Ofelia del también prerrafaelita John Millais. Siddall estuvo posando durante horas dentro de una bañera con agua «y ninguno de los hombres que estaban en la habitación se dio cuenta de que se habían apagado las estufas que la mantenían en calor». Siddall enfermó y arrastró las consecuencias durante el resto de su vida.

«Por eso, a lo largo de la novela, me pregunto: ¿de quién nos nutrimos para triunfar?» plantea Purificació Mascarell, señalando uno de los puntos claves de Mireia: el vampirismo intelectual, y el olvido de aquellas personas que apuntalan el éxito de otras.

De Simarro a Mireia

En el corazón de la novela, encontramos a Luis Simarro, el científico brillante que para muchos setabenses «solo es el nombre de un instituto», explica llanamente Purificació Mascarell. Más allá de la tragedia que vivió siendo tan pequeño, gracias a una laboriosa tarea de documentación, pronto la autora descubrió la vida apasionante de Simarro: «Fundó el primer laboratorio de psicología experimental en España; fue amigo de Ramón y Cajal, a quien ayudó mucho; fue íntimo amigo y médico de familia de Joaquim Sorolla, que lo pintó unas cuántas veces. Fue maestro de la francmasonería, estuvo relacionado con Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza… En definitiva, fue una mente privilegiada de la modernidad española y es casi uno desconocido para la mayoría de personas».

Retrato del Dr. Simarro al microscopio (1897), por Joaquín Sorolla. / Legado Luis Simarro, Fundación General. Universidad Complutense

Como ya hemos comentado, la biografía de Simarro corre paralela al argumento de Mireia, de forma que a medida que la protagonista la investiga, los lectores también van descubriendo las – poco reconocidas– contribuciones del médico de Xàtiva a la historia de la ciencia, algunas relacionadas con hitos mayúsculos. Purificació Mascarell rinde homenaje así a un pionero en estudiar la anatomía y poner en práctica la histopatología para la investigación de las enfermedades mentales. «Él veía esta conexión entre la biología y la psicología y por eso chocó bastante con la Iglesia, que tenía el dominio del espíritu y del alma y quería mantener los campos bien diferenciados». La Casa de Dementes de Santa Isabel de Leganés, donde Simarro trabajó entre 1877 y 1879, le prohibió, de hecho, que realizara autopsias; al poco de abandonarla, llegaría a la Salpêtrière. Allí trabajaría durante cinco años con Jean-Martin Charcot, hecho a partir del cual la autora de Mireia empieza a «fabular». No entraremos en detalles para no estropear la novela, pero dejando la ficción de lado, parece ser que Simarro no quedó muy convencido por las técnicas de Charcot. «Él desconfió de la hipnosis y no la llevó a cabo en España. Parece que ya tuvo bastante con lo que vio en París» nos explica la escritora, medio riendo.

Un siglo después de la muerte de Luis Simarro, la etiqueta de locas todavía persigue las mujeres. «Es la forma de desautorizarlas. De un hombre, se dirá que es un radical, o un extremado, etcétera, pero no que está loco. La locura es femenina» afirma Purificació Mascarell. La escritora de Xàtiva tiene claro que esta ha sido una estrategia más del sistema patriarcal para silenciar las mujeres y, a la vez, «succionar todo lo que ellas descubrían: sus ideas, pensamientos, innovaciones…». Así, recordando las «locas» del pasado, Mireia confronta el estigma en el presente, y lo hace desde una aproximación original, que combina la ciencia y el arte con el misterio, y que a la vez está atravesada por un espíritu profundamente reivindicativo: «Poco a poco, y afortunadamente, –señala Purificació Mascarell– vamos recuperando muchas de estas historias y construyendo una genealogía de mujeres literatas, pintoras, científicas. Esto es muy importante, es la base para que tú digas “yo también puedo pintar” o “yo también puedo investigar”. Si no sabes que nadie lo ha hecho antes, es como tirarse al vacío, y al patriarcado le interesa eso, que nos sintamos solas. En cambio, si tienes referentes, es cuando piensas: “yo también puedo hacerlo”».

 

Mujeres contra la pared del psiquiátrico
Para complementar la lectura de Mireia, Purificació Mascarell nos recomienda dos obras que recogen la experiencia de mujeres internadas en psiquiátricos. Una es Memorias de abajo (Alpha Decay, 2017), de la pintora surrealista Leonora Carrington, que fue encerrada en un psiquiátrico durante la guerra civil española y permaneció allí durante el primer franquismo, «básicamente, por ser excéntrica y rara». La otra obra es Niña de octubre (Gatopardo, 2022), de Linda Broström, «a quien no solo internaron unas cuantas veces en psiquiátricos, sino que le practicaron también el electroshock. Ella lo cuenta con un lenguaje muy poético y maravilloso, pero, claro está, lo que está contando desde el punto de vista científico es terrible». En ambos casos, son obras que Purificació Mascarell recomienda leer cuando se esté «en posición de tomar distancia y con los ánimos fuertes», pero muy importantes, puesto que «te hacen ver los peligros de caer en una ciencia extrema, antihumanista y que puede hacerle daño a la persona».
© Mètode 2023
Periodista y traductora, revista Mètode.