Entrevista a Julià Guillamon

«Escribir sobre la enfermedad es una especie de terapia colectiva»

Escritor y crítico literario

Julià Guillamon

Tres días antes de la Navidad de 2016 la pareja del escritor Julià Guillamon, Cris, sufrió un derramamiento cerebral. El pronóstico era grave. Tardó un par de meses en salir del coma y lo hizo muy poco a poco. Su periplo hospitalario duró unos siete meses, entre el paso por el Hospital de Sant Pau de Barcelona y, después, el Instituto Guttmann para hacer terapia y empezar a recuperar la movilidad. Guillamon escribió sobre algunos de los momentos más duros de este proceso en sus columnas en el diario La Vanguardia, donde también hace crítica de libros. Un año después del derramamiento, reunió estos artículos en un pequeño volumen, Travessar la riera (Comanegra, 2017), un objeto literario cargado de gusto estético y sensibilidad, con fotografías y dibujos, algunos de amigos que se han prestado a colaborar, como America Sanchez y Toni Benages. Este volumen es un canto de amor a su pareja, pero también y de manera muy notable, un canto a la creatividad, la imaginación y la alegría como bote salvavidas para afrontar las adversidades. Y es, en último término, un regalo en forma de agradecimiento a todos quienes les han ayudado.

El hecho que el número 96 de Mètode, Narrar la salud, se centre en las relaciones entre la literatura y la medicina nos permite hablar de esta novela surgida a partir de una experiencia médica intensa vivida por el escritor y su pareja.

Travessar la riera viene de los siete artículos que publicó en La Vanguardia. ¿Son artículos que después ha retocado?
Un poco, sí. Con el tema de tener dos versiones el diario se puede decir que los textos no tienen original. Yo escribo en catalán y después me traduzco al castellano. Cuando te traduces ves muchas más cosas. A veces las cosas que dices en castellano para resolver el problema [de traducción] que tienes mejora el catalán. Y entonces, mejoras el catalán. Siempre los textos están muy retocados y tienen muchas versiones. Cuando hice este libro los seguí retocando.

¿Cómo sale el primer artículo?

Cris tuvo un derramamiento muy grave. Y tuvo problemas de presiones intracraneales muy altas. Ahora, cuando hay un derramamiento, te sacan un hueso del cráneo porque el cerebro se puede expandir. Antes se moría la gente, porque la sangre se esparcía y provocaba un colapso. Lo que hacen ahora es sacarte un trozo de hueso. El problema de Cris es que seguía teniendo unas presiones muy altas. Fueron unos días muy agobiantes. Podías entrar solo unas horas a la UCI. Y los médicos, que son bastante bestias, decían: «Si no responde al tratamiento, si las presiones intracraneales no se normalizan, tendrá una muerte cerebral». Estabas muchas horas en el hospital, te pasaban muchas cosas por la cabeza. Eran días de Navidad. No había nadie por allí. La cabeza te iba a mil y me fue saliendo.

«En un momento determinado, en el diario, empecé a escribir artículos personales y vi que gustaban»

Al empezar a escribirlos, ¿hay algún punto de pudor, de dudar si se estaba mostrando mucho?

No. Con los años he perdido la vergüenza. Soy muy descarado. En un momento determinado, en el diario, empecé a escribir artículos personales y vi que gustaban. Esta era una circunstancia especial y me pareció que valía la pena. Después, inmediatamente, hubo gente que me dijo cosas. Había mucha gente del entorno inmediato que estaba pendiente del tema. O gente a la que conoces pero tampoco mucho y que te dice: «Caray, qué artículo más emocionante». Esto también te anima a hacerlo. Es interesante. Para mí, ha sido muy importante. Cuando haces crítica literaria tienes muy poco retorno. Con las columnas literarias empezó a haberlo.

¿Con estos artículos se le ha acercado gente diciéndole que le había pasado lo mismo?

Me ha pasado ahora con el libro. El otro día, en Sant Pau [donde se hizo la presentación], había dos personas que vinieron, que yo no las conocía de nada. Una era una señora que tenía el marido en la UCI y que había visto los carteles en Sant Pau. Y otra persona que venía del Guttmann porque tenía a su mujer ingresada. Y en el mundo de los terapeutas y en el mundo propiamente médico también ha circulado. Justamente he regalado muchos porque tenía mucha gente que nos había ayudado.

«Es todo una especie de terapia colectiva, que acaba implicando los médicos, los terapeutas, tus amigos artistas…

¿Reunir los artículos y hacer este libro, entendido como un objeto bonito, pretendía ser un reconocimiento al mundo médico?

De hace muchos años, tampoco sé cómo empezó, me interesa el mundo gráfico. De hace muchos años, con Albert Planes [diseñador gráfico] hemos hecho muchos libros ilustrados, catálogos… Me parece que hemos hecho doce libros juntos. Desde el catálogo de la exposición de Quim Monzó hasta el de la exposición de Baltasar Porcel. En 2016 Albert me pidió si podía hacer un texto para una agenda de una imprenta para la que trabaja. Este año me pidió otra vez si quería hacer un texto. ¿Y qué explico? «Todo lo que te ha pasado». Y entonces me dijo: «¿Por qué no hacemos un libro?». Se había producido el hecho de que Cris, después de mucho tiempo, de parecer que no pasaría, empezó a mover un poco la pierna izquierda. Tenía una hemiplejia y la empezó a mover un poco. Y yo había hecho un artículo, que es el último del libro, explicando que quizás sí que nos saldríamos. Se había cerrado un círculo y dijimos: pues, va, ¡hacemos un libro! Y tienes la suerte de tener a tu lado a un diseñador gráfico con quien trabajas siempre. Lo hicimos en una tarde y media, no mucho más. Nos cogió una locura. Albert Planes había trabajado muchos años con America Sanchez y le pedimos que nos hiciera una portada. Ya nos había hecho la cubierta del libro anterior, El sifon de can Sitra (Comanegra, 2017). Toni Benages, con quien hemos hecho el libro del cómico de Josep Palau (La joya de vivir, Malas Hierbas, 2017), nos ha hecho el retrato de Cris. Me gusta enredar gente en las cosas que hago y que acabe siendo una cosa un poco colectiva. Hemos hecho un clip, que lo ha hecho Maria Padrón con música de Carles Belda. Es todo como una especie de terapia colectiva, que acaba implicando a los médicos, los terapeutas, tus amigos artistas… Es un tinglado.

Julià Guillamon

Foto: Jordi Play

¿Hacer los artículos y este libro y trabajar en otros libros le ha servido de terapia para salir adelante?

Mi vida es el trabajo. Yo no sé vivir sin trabajar. También soy un privilegiado, porque hago muchas cosas que son distraídas. Trabajar es una cosa que me estimula. Cuando Cris pasó por esto, yo hice todos los artículos. Y este año he trabajado mucho.

¿Ahora el gran reto es que Cris pueda mover la parte izquierda?
La gran cosa es si consigue volver a andar, en este momento que estamos ahora. Que muevas un poco la pierna no quiere decir que puedas andar. El médico, que es muy cauto y que ya ha visto que somos la bomba, nos va parando, cuando nos ve. Porque piensa: estos son unos locos, están tirando cohetes. ¿Sabes lo que es una persona que durante prácticamente diez meses no mueve nada de la parte izquierda? El día que ves que mueve un poco la pierna, flipas.

Los dos primeros artículos hablan del impacto que provoca el derramamiento, de los planes congelados.

Nosotros íbamos cada semana del mundo a la montaña y yo me quedaba a trabajar en Arbúcies e iba cada día al bosque. Conozco el bosque como si fuera mi casa. Y entonces de golpe no vas y tienes que estar en el hospital. Hubo un tiempo que tenía muchos flashes de lugares, aquella curva donde está aquel árbol, aquella higuera… Me venían unas imágenes como de David Lynch. Esto en el primer artículo sale. Y todavía ahora me pasa. Los dos primeros artículos son de Sant Pau y a partir del tercero ya es en el Guttmann. Son como dos mundos. Cuando estás luchando por la supervivencia y estás empezando a despertar, y el tercero, el de Travessar la riera, ya es en el Instituto Guttmann. Ya habíamos recuperado la conciencia, más o menos, y ya es diferente.

Es marca de la casa «Julià Guillamon» esta fijación absoluta por la fuerza de los detalles, de una imagen, de un momento. Por ejemplo, los puros de Palau y Fabre que le habían regalado y que dice que se fumará el día que su pareja vuelva a andar.

Yo no soporto que la gente hable de «un árbol». ¿Qué quiere decir «un árbol»? Es un árbol que tendrá un nombre. Describir una persona, un ambiente, una expresión encuentro que hace interesante aquello que escribes. Josep Maria de Sagarra es muy así y siempre me ha gustado mucho. Me he vuelto de una manera que detesto la mentira literaria. ¿Por qué te inventas una persona si la podrías describir de verdad? Me he vuelto intolerante con la inexactitud. Es mi estilo.

El detalle también actúa como un punto epifánico, como cuando juntos, en las sesiones más crudas de fisioterapia, se ponen a denominar nombres de setas o a cantar «La cançó del lladre». ¿Son elementos que, en cierto modo, tanto literariamente como terapéuticamente, hacen esta función?

Todo es lo mismo. Se trata de hacer la vida interesante. En lugar de decir uno, dos, tres, con Cris intentando sostenerse porque le duele mucho, buscas la manera de que aquello sea divertido, que ella lo haga, el terapeuta se ría… Consiste en esto, vivir, en hacer algo que tenga gracia. Y en el fondo, es tal como fue. En la presentación en el Hospital de Sant Pau expliqué dos anécdotas que no salen en el libro, que no he explicado en ninguna parte más pero que tienen gracia. A Cris le costó mucho despertar y cuando despertó un poco cogió una meningitis. Y cuando ya habíamos empezado a arrancar, tuvo que estar cinco semanas sin moverse de la cama. Fue fatal, esto. Hacíamos un juego, que era que yo cada día llevaba una corbata diferente. ¿De qué color quieres que traiga la corbata? La idea era que ella me cogía de la corbata y me daba un beso. Era un rollo que nos divertía a nosotros y después, alrededor de esto, orbitaba todo, porque venían las enfermeras a mirarlo, y a mí me servía para que las enfermeras vieran que ella estaba mejor de lo que parecía. ¡Mira lo que hace! Y también por los parientes y amigos que venían. El invento fue de primera. Y cuando volvimos a Sant Pau, porque la tuvieron que volver a operar, las enfermeras se acordaban. Después, cuando fuimos al Guttmann, tuvimos muchos problemas porque encontraron que tenía un cuadro peor del que pensaban. Allí hacía pocas horas de terapia y tenía muchas horas vacías. En el piso de Arbúcies, en el balcón, siempre poníamos comida para los pájaros, unas bolas para los carboneros. Y pensé: este año no tendremos carboneros. Entonces compré las bolas y las colgué en el jardín del Instituto Guttmann. Y ya teníamos show. Cada día íbamos con Cris a ver si los carboneros habían encontrado la bola. Era como La vida es bella. Estar en un campo de concentración hospitalario y tener que buscar rollos para que ella estuviera contenta y estimulada, para tú también estimularte y si querías, estimular también la gente del entorno médico y terapéutico.

«Hay una conexión clara entre la manera de vivir y la manera de escribir»

Mucha creatividad, también, ¿verdad?

Es hacer que la vida sea interesante. Para mí, escribir también es esto. Hay una conexión clara entre la manera de vivir y la manera de escribir.

Julià Guillamon

Foto: Jordi Play

Hay momentos en que la literatura entra en la vida, como la aparición de la escritora Rosa Maria Arquimbau en modo ángel de la guarda. Explica que cuando buscaba un piso adaptado fue a parar a un piso que era de la familia Rius, que había conocido a Arquimbau, de la cual usted había publicado un libro (El enigma Arquimbau, Comanegra, 2015).

Te pasan muchas casualidades. Cambiar de piso es un rollo. Mi piso era casa de mis abuelos. Y es un piso donde has sido feliz. Es un poco tonto decirlo así, pero nosotros nos queremos. Yo que sé, hay gente que se odia. Hay gente que lleva treinta años casada o emparejada y se detesta. Y nosotros, no. De golpe, tienes que dejar el piso en el que has estado viviendo un montón de años, donde te lo has pasado de primera, y empezar a buscar un piso. Este momento fue muy traumático. En el hospital te acostumbras. Cuando estábamos en Sant Pau, estaba hasta las ocho o nueve, después te vas a casa y te olvidas. Aterrizar en casa, volver y con tantos déficits como tiene Cris, es una historia que te mueres de miedo. Fue un momento muy crítico. En aquel momento vamos a ver un piso que a mí no me hacía mucha gracia. Cuando lo vi, pensé: ¡pero si aquí trabajaba el marido de Arquimbau! Y pregunté quién era el propietario: «Uno que se llama Rius?». «Sí», me dijeron. Como estás tan agobiado, piensas, mira, algo familiar. Aún así, yo, que soy muy bestia, le digo a todo el mundo: me voy a un hotel. Porque no dejo de tener la sensación de estar en un hotel.

¿En su casa, ahora?

Nosotros, como somos muy positivos, nos hemos ido con la idea de que volveremos. Hasta que no me lo digan, que no puedo volver, yo siempre pienso que volveremos. Todavía no hemos movido ni libros ni papeles. Hemos mantenido el piso para poder ir a trabajar yo.

«A las enfermeras cuando salía un artículo se lo decías, lo fotocopiaban, corría por la planta…»

¿Qué le han dicho, los médicos, de este libro?

Los médicos son una cosa y enfermería, otra. Los enfermeros son gente cercana y que forman parte del día a día cuando estás ingresado. A las enfermeras cuando salía un artículo se lo decía. Lo fotocopiaban, corría por la planta… Y en este aspecto, era positivo. Cuando ha salido el libro y lo he podido repartir, ha tenido muy buen recibimiento entre el personal. El otro día, el médico de Sant Pau nos puso rojos a todos porque dijo que éramos la familia perfecta. Dijo que éramos una gente que nos habíamos implicado mucho, desde el primer momento. Sería pretencioso decir que gracias a esto, a todo lo que hemos hecho a su alrededor, Cris está mejor, pero pienso que ha ayudado. Primero, el sentirse querida, no solo por mí o por Pau sino por toda la gente que ha estado por allí circulando. Ella piensa que no está nunca sola. Siempre hay alguien con ella que le hace cosas. El hecho de sentirse querida en un proceso así ayuda mucho. Prácticamente no llora. Cuando hizo un año lloramos un poco pero es muy optimista, siempre ríe. Y después, el hecho que la vida sea distraída, que siempre hagas cosas divertidas, siempre ayuda. Siempre te dicen: el cerebro es plástico. Cuando hay una lesión muy generalizada no hay nada que hacer, pero cuando hay una lesión que puede haber sido importante pero hay zonas que no están afectadas, el cerebro es plástico y se rehace. Por eso hace falta estimulación. Todo esto que sirve para tener ganas de vivir, en este caso se multiplica. Todo es una fiesta o tienes que intentar que lo sea.

¿El libro que acaba de publicar, El barri de la Plata (El Adelanto, 2018), sobre sus padres y sobre este barrio de Poblenou, es paralelo al de Travessar la riera en el sentido que explica la propia biografía?

Pasas épocas. Yo había tenido una primera época de escritor experimental. Después vino una etapa de más ensayos. Y el último bloque son El sifon de can Sidra, Travessar la riera, El barri de la Plata… Todo esto forma parte del mismo mundo. El mundo de la memoria personal, vinculada con el paisaje, una visión psicológica de la vida… En el fondo, es todo el mismo. Ahora tengo un libro muy avanzado, sobre los años ochenta y dónde ya salgo yo siempre.

Julià Guillamon

Foto: Jordi Play

En el mejor sentido de la palabra, ¿con Travessar la riera o incluso con El barri de la Plata diría que ha escrito un libro útil?

Yo creo que Travessar la riera es útil. Dicho con toda prudencia y todas las comillas que hagan falta y dependiendo del uso que se haga. Pero es útil porque es un libro esperanzado, de una pareja, tres si contamos a Pau, a la cual le pasa una cosa tremebunda y que encuentra la manera de salir del paso, que está en la base de la imaginación, creatividad y generosidad. No es la autoayuda clásica, ni mucho menos, es literatura. El barri de la Plata es diferente. Tiene un componente novelesco, aunque los géneros ya no existen. Tú puedes hacer una cosa que tiene una parte biográfica, una parte de ensayo, hay una parte sobre Poblenou… ¿todo esto a qué género pertenece? Pero de hecho, es una novela. El barri de la Plata no puede ayudar demasiado a nadie. Sí que puede hacer pensar que se puede hablar de todo y no pasa nada.

¿La sentimentalidad contenida que aparece en Travessar la riera es buscada?

Me da pánico la literatura sensiblera, no puedo con ella. E intentas poner siempre un límite. Lo que no puede ser es falso, de cara a la galería. Lo tienes que hacer de una manera que sea natural, que tenga razón de ser y sin pasarse. Es más intenso si sabes pararlo a tiempo, mejora emotivamente.

¿La experiencia traumática del derramamiento cerebral de su pareja lo ha cambiado como escritor?

Desde que me ha pasado esto soy mejor escritor. Se me han ido todas las tonterías de la cabeza. Enfocas la vida de una manera muy diferente. Toda la cosa del «postureo» literario se me ha ido de golpe. No tenía mucho. Me ha hecho más serio, más profundo, más consciente de que tienes que escribir cosas que sean valiosas, que tengan interés, que sean intensas. Como todo lo que tenía que escribir del final del barrio de la Plata era muy bestia, este punto de tristeza y de impasibilidad, me ayudó a que el libro saliera. Yo sigo siendo tan aprensivo como era, pero ahora con una capacidad de objetivación muy bestia. Cuando Cris tuvo el derramamiento, Julià de Jòdar venía mucho por el hospital y él me dijo: «Esto te hará mejor».

© Mètode 2018

Periodista y escritora.