Las dos culturas

Retrato robot del periodista y del científico

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Anna Sanchis

El diario Levante — El Mercantil Valenciano, periódico pionero de los valencianos, siempre ha prestado una gran atención a la ciencia. De manera modesta, seguro; insuficiente, quizá, pero una atención continuada y sistemática que, espero, haya dejado poso entre nuestros lectores.

Sería bueno empezar este artículo alegrándoles un poco el oído porque después vendrán algunos reproches. He de reconocer que el periodismo científico está cada día más arraigado. El espacio que ocupa en los medios de comunicación, sin ser el más voluminoso, ha ido creciendo, no solo por voluntad expresa de los editores sino ante la ineludible necesidad que tiene la prensa de atender la creciente demanda informativa de una sociedad que se exhibe cada vez más formada y, por tanto, atraída por los avances tecnológicos y científicos. Son muchos los ciudadanos que buscan una respuesta racional a los numerosos interrogantes que les asaltan cada día y es obligación de los periodistas tratar de responder algunas de estas preguntas.

Los periódicos, igual que los libros, las escuelas o las universidades, siempre han sido una fuente de conocimiento. Son un canal inconmensurable para transmitir datos, hechos y sabiduría. Durante muchas décadas han sido un impagable instrumento de instrucción y circulación de ideas. Los periódicos no han creado la cultura, pero sí que la han extendido y popularizado con contrastada eficacia.

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Anna Sanchis

Los diarios difunden y diversifican los hechos más relevantes de la historia, crean conciencia de grupo, propagan la libertad y ayudan a fiscalizar la gestión pública, aunque si se debe juzgar por los escasos resultados que se obtienen hay que admitir que, aunque denunciar corruptelas y excesos se nos da bastante bien, las consecuencias que se derivan de nuestro trabajo son más bien discretas. Señalamos los abusos pero no conseguimos que los responsables paguen por ellos y aparten sus sucias manos del timón de la política, la economía o del cada vez más corrompido mundo del deporte.

¿Quién lee ciencia?

Algo similar, bajo mi modesto punto de vista, ocurre con el periodismo cultural o científico. En teoría debería servir para ampliar el nivel de conocimientos de la ciudadanía y, en consecuencia, para conseguir una sociedad más culta, tolerante y abierta, pero en la práctica solo inspira la curiosidad de quienes ya están muy leídos. Quiero decir que, aunque es verdad que aumenta el número de ciudadanos que se interesan por este tipo de contenidos, tenemos que matizar, para no levantar falsas expectativas, que se trata de un público aún minoritario y, en muchas ocasiones, demasiado elitista y exigente.

Hablamos de un tipo de lector que tiene estudios medios o superiores y que suele vivir ajeno a los gustos, modos y tendencias que exhiben la mayor parte de sus compatriotas. Se trata de un segmento de población fundamentalmente urbano, con buen poder adquisitivo y que desarrolla un gran sentido crítico. Tiene criterio propio y es difícil que se deje engañar con falsos cantos de sirena. Este, digamos, es el retrato robot del ciudadano más interesado por las noticias científicas.

«Los recelos entre periodistas y científicos son bidireccionales. Nos dejamos llevar por demasiados clichés y prejuicios que contaminan una relación que debería ser más fluida y provechosa para ambas partes»

Sin embargo, al lado de esta proporcionalmente pequeña porción de ciudadanos, cohabita otro grupo de individuos que actúan más movidos por la curiosidad que por el ansia de aprender o abrir nuevos horizontes. Buscan más las emociones que los datos y se sienten más atraídos por la envoltura que por el contenido.

A esta heterogénea masa de ciudadanos se enfrentan cada día los medios informativos. Es fácil comprender que resulta complicadísimo contentar a unos y a otros. Y junto a la dificultad de compaginar intereses tan opuestos debo confesar que la capacidad que tenemos los periodistas para la pedagogía y el magisterio suele ser muy limitada. Lo reconozco abiertamente. Siempre nos dejamos llevar por lo que causa más impacto y esta tendencia a destacar lo más llamativo resulta muchas veces incompatible con la serenidad y la prudencia que requiere el universo científico y que nos reclaman por lo menos una parte de nuestros lectores.

El recelo de la prensa hacia las noticias científicas tiene otras explicaciones no menos aclaratorias. La inmensa mayoría de los profesionales salen de las facultades de ciencias de la información muy poco preparados. La formación que se recibe en las universidades está muy diversificada, abarca mucho y aprieta poco. No existe una formación específica para salir con una titulación que te capacite para ser periodista científico, corresponsal de guerra o cronista parlamentario. Para especializarse en el periodismo medioambiental, económico, deportivo o de sucesos se tiene que cursar alguna otra carrera, matricularse en algún posgrado o tener una vocación muy definida que te mueva a aprender por tu cuenta.

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Anna Sanchis

Y hoy, cuando el periodismo está tan compartimentado, cuando la estructura de una redacción está tan segmentada, tan dividida en secciones cerradas y estancas, estas carencias de base son tan determinantes como perniciosas. Si un profesional cae en un departamento tan vasto como el del periodismo científico y no domina la materia, está vendido. No sabrá coger al vuelo las noticias más interesantes y, por tanto, tampoco podrá vender buenas historias a sus superiores jerárquicos. En estas condiciones, también es probable que no sepa narrar bien la información, por lo que un texto confuso tampoco estimulará la lectura.

Es así de simple. Entre otras cosas porque la elección de los temas, el sistema de elaboración de las noticias, aún no está sometido al férreo control que imponen las máquinas. El proceso no está mecanizado, aún no se ha inventado ningún ordenador que permita ­automatizar la producción perio­dística y, por tanto, que suplemente los déficits y el vacío que representa la mano de obra escasamente cualificada.

En este contexto, se imponen los complejos, las inseguridades y las miedos. ¿O es que ustedes no los tienen cuando hay que abordar una investigación intrincada?

«Los medios informativos nos dejamos llevar por lo que causa más impacto y esta tendencia a destacar lo más llamativo resulta muchas veces incompatible con la serenidad y la prudencia que requiere el universo científico»

Enfrentarse a esa terminología tan técnica que emplean los científicos de las ramas no sociales frena y pone en guardia a cualquiera. El lenguaje resulta tan enrevesado que muchas veces supone una barrera infranqueable. El periodista tiene que redoblar el esfuerzo para superar tantas barreras que es lógico que llegue a cundir el desánimo. La conclusión está clara: trabajar para el suplemento de ciencia de un periódico suele estar muy poco valorado. Lejos de atraer, impone, y en lugar de convertirse en un destino profesional cotizado se convierte en un trabajo demasiado complejo y exigente. Es un reto que cuesta mucho digerir y que luce poco.

Ante este horizonte, no cabe esperar grandes aglomeraciones en la sección de periodismo científico. Su tamaño suele ser muy discreto y no existe una gran demanda de profesionales que soliciten incorporarse a ella. Para salvar tantos inconvenientes, mi periódico se dejó aconsejar por un buen especialista, el bioquímico Manuel Portolés, cuya labor como divulgador científico ha sido merecidamente reconocida. Portolés ha coordinado durante muchos años una página dedicada al mundo científico y a la investigación que, nos consta, ha sido muy celebrada.

Pero los recelos entre periodistas y científicos son bidireccionales. La prevención es mutua. Muchos profesores universitarios y científicos tienden a tratar al periodista como si fuera un buitre ávido de carroña que solo busca sangre y vísceras para redactar un reportaje escandaloso y sensacionalista. Sin recurrir a más hipérboles o imágenes caricaturizadas, hay que reconocer que unos y otros, periodistas y científicos, nos dejamos llevar por demasiados clichés y prejuicios que contaminan una relación que debería ser más fluida y provechosa para ambas partes.

La verdad es que nos comportamos como el agua y el aceite. El científico siempre quiere estar arriba para ganar perspectiva, controlar todo el proceso y dominar hasta el más mínimo resorte, mientras que el periodista no encuentra espacios entre esta espesa capa aceitosa para buscar la superficie, respirar y salir airoso del trance.

 «El periodismo científico solo inspira la curiosidad de quienes ya están muy leídos. Se trata de un público aún minoritario y, en muchas ocasiones, demasiado elitista y exigente»

En muchas ocasiones, a pesar de la buena voluntad del informador, el científico se cierra, desconfía de las ventajas de revelar el resultado de su investigación en publicaciones que no sean especializadas o interpreta que es una auténtica pérdida de tiempo explicar los avances científicos a gente que no comparte ni su motivación ni sus conocimientos.

Así las cosas, el periodismo científico, que debería ser aprovechado para mejorar las relaciones entre las redacciones periodísticas y los campus universitarios, se convierte en realidad en otra barrera más entre los docentes e investigadores y los periodistas. Mala cosa.

¿Y cómo superamos este contrasentido? Verán: los periódicos suspiramos por explicar buenas historias.
Y no cabe duda de que la ciencia puede suministrar informaciones muy interesantes. Es imposible no encontrar un punto en el que se cruce el interés de la prensa y la necesidad que tienen los científicos de romper el caparazón y abandonar su estéril abstracción. Yo no veo otra salida que aumentar el diálogo, romper fronteras y aprovechar las sinergias. Solo la proximidad y el conocimiento mutuo romperán el hielo y diluirán la desconfianza que pueda existir entre ambas instituciones.

También será necesario mejorar la formación de los periodistas, incentivar su interés por la ciencia, romper la altanería y autosuficiencia de muchos profesores universitarios, disipar los temores de los periodistas, ampliar el espacio informativo dedicado a la investigación, la innovación y el desarrollo y, por qué no, que también es muy importante, habrá que mejorar los sueldos de los científicos y los periodistas, y dotar a estas profesiones de un mayor prestigio social que valore la trascendencia que debe tener su trabajo.

Ya habrán notado que he evitado referirme a internet y a las redes sociales. He marginado este asunto de manera consciente. Lo siento, no soy ni el más capacitado ni el mayor propagandista de esta extraordinaria herramienta de comunicación. Debo admitir que es un apoyo extraordinario, pero sostengo que está mal gestionado y peor ordenado. No se puede sacar partido de donde solo impera el caos. Cuando algún día se organice mejor y deje de penalizar a los creadores, será un arma inmejorable e infalible tanto para los periodistas como para la ciencia. Mientras tanto, ni el periódico ni una investigación científica caben en un tweet de 140 caracteres.

© Mètode 2013 - 76. Mujeres y ciencia - Invierno 2012/13

Director adjunto de Levante-EMV, Valencia..

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