Si hemos de creer lo que explica Francis Crick en su autobiografía, cuando era un niño en los años veinte del siglo pasado estaba preocupado porque la ciencia avanzaba tan rápido que, cuando él fuera mayor, no quedaría nada por descubrir. No sé si hoy alguien podría tener esta sensación, por mucho que la tecnología ponga a nuestro alcance regularmente todo tipo de juguetes. Más bien al contrario: donde quiera que se mire parece que estén a punto de pasar cosas interesantes.
En el otro extremo del siglo XX, el editor John Maddox escribió una especie de testamento científico, un libro donde se aventuraba a describir lo que quedaba por descubrir durante el siglo XXI. Más de veinte años a la cabeza de la revista Nature dan una perspectiva privilegiada sobre todos los campos de la ciencia.
Raramente los retos de la ciencia se presentan de forma tan ordenada y con la ligereza que da saber que no estarás para ver la solución: es lo que tiene hacer previsiones a cien años vista cuando se tienen ochenta. Los retos de la ciencia se escriben en formatos urgentes y nada literarios: informes, artículos, resúmenes de debates y jornadas.
¿Por qué pasa eso? Tenemos dos niveles de urgencia: el del conocimiento y el de la transformación. Los programas de investigación buscan descubrir para aumentar el conocimiento del mundo. Algunas áreas tienen una implicación inmediata en la sociedad y, aquí, una gran parte del conocimiento que se genera es por encargo, orientado a la transformación. No solo por lo que respecta a la salud, que es un tema que le preocupa a todo el mundo, sino por lo que respecta al medio ambiente, la energía, la alimentación, las comunicaciones y muchos otros problemas que creemos que pueden solucionarse con la aplicación de nuevos descubrimientos científicos. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y más aún los Grand Challenges de la Fundación Bill y Melinda Gates, son retos que interpelan a la comunidad científica.
Además de la ciencia como proveedora de tecnología, la ciencia como actividad tiene retos por resolver. La forma como se hace, como se financia y como se comunica la ciencia no tienen nada que ver con la situación de hace una o dos generaciones. El debate sobre cómo hacer ciencia en el siglo xxi tiene elementos de epistemología, pero también de sociología. Como aún no hemos resuelto el meollo de la cuestión, no hay literatura de referencia, y quien quiera entender en el futuro cómo lo hemos resuelto tendrá trabajo en rastrear documentos que lo ayuden, si es que la obsolescencia de formatos digitales no ha hecho imposible toda investigación histórica.
