Entrevista a Cristina Mittermeier
«El mar es el motor de nuestro planeta»
Bióloga de conservación y fotógrafa
Cristina Mittermeier (Ciudad de México, 1966) es bióloga marina y una de las fotógrafas más destacadas en la defensa de la conservación de la biodiversidad marina. Creció en Cuernavaca, una localidad rodeada de montañas y naturaleza. Ávida lectora, confiesa que en su pasión por el mar influyeron, y mucho, aquellas historias de piratas del escritor Emilio Salgari que devoró durante su juventud y que estaban protagonizadas por Sandokan y su fiel tripulación.
Cuando llegó el momento de ir a la universidad, se decantó por la Ingeniería Bioquímica, especialidad de Recursos Marinos, en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (México). «Eran años en los que apenas se hablaba de conservación», recordaba en una entrevista reciente. Sin embargo, su pasión por la conservación no impidió que su primer trabajo fuera precisamente en la organización medioambiental Conservation International. También cursó el programa de fotografía artística en el Corcoran College for the Arts de Washington (Estados Unidos). Su trabajo le dio la oportunidad de empezar a viajar y a conocer –y fotografiar– numerosas comunidades indígenas y su entorno. Desde entonces, no ha parado de capturar con su cámara todo aquello que permita reflexionar sobre la conservación de nuestro patrimonio natural y cultural.
Desde finales de los noventa, ha sido colaboradora y editora en la serie de publicaciones sobre conservación impulsada por Cemex y Conservation International. Es miembro de la World Photographic Academy y ha recibido numerosos galardones por su trabajo como el Premio Misiones de la Asociación Norteamericana de Fotografía de Naturaleza, el Premio Smithsonian a la Fotógrafa de Conservación del Año, y el Premio Imagen para fotógrafos que realizan contribuciones destacadas, entre otros.
En 2005 fundó la Liga Internacional de Fotógrafos de Conservación, la cual reúne a un prestigioso grupo internacional de especialistas del ámbito de la fotografía y el vídeo cuyas líneas de trabajo se enfocan directamente en la conservación del medio natural. Años más tarde, en 2014, fundó la organización sin afán de lucro SeaLegacy junto con su pareja, el también fotógrafo de conservación Paul Nicklen. SeaLegacy se define como una agencia global de marketing, educación y comunicación en favor de los océanos a través de la creación de estrategias y contenidos que impulsan al público a la acción. En ella, un destacado grupo de cineastas, conservacionistas y fotógrafos elabora propuestas en la intersección del arte y la ciencia con el fin de proteger y recuperar los océanos.
En 2018 fue elegida por National Geographic como una de las aventureras del año. Su trabajo le hace viajar constantemente, por lo que la entrevista se realiza en línea, entre reuniones y la preparación de nuevas expediciones.
¿Qué llegó antes a su vida, su afán por la conservación o su pasión por la fotografía?
La conservación fue lo primero. En realidad, la fotografía ha sido una herramienta en este camino. No soy de esas apasionadas que coge la cámara solo por el gusto de cogerla.
Usted fundó la Liga Internacional de Fotógrafos de Conservación. ¿Qué diferencias hay entre la fotografía de naturaleza y la de conservación?
La primera vez que intenté definir esa diferencia entre fotografía de naturaleza y de conservación lo hice en un artículo para International Journal of Wilderness, desde mi background en ciencia. Desde la simple observación, yo veía a una vecina a la que le gustaba la fotografía, que salía a tomar fotos de las flores, y a eso la gente lo llamaba nature photography [fotografía de naturaleza]. Y luego tenías a alguien como Nick Nichols, que caminó más de 2.000 km por las selvas de África, desde Camerún hasta Gabón, siguiendo los transectos de los elefantes por territorios que nunca nadie antes había visto; y, con esas fotografías, fue a ver al presidente de Gabón y le argumentó la creación de trece áreas de parques nacionales. ¡Qué diferencia!, ¿no? Pero a eso también se le llamaba fotografía de naturaleza. Y hay una distinción enorme tanto en el trabajo como en el propósito de estos dos fotógrafos. Tomar fotos por tomarlas es un gusto. El trabajo de promoción de la conservación es muy duro.
Gracias a la Liga Internacional de Fotógrafos de Conservación, profesionales en diferentes lugares del mundo están en contacto. ¿Qué fue lo que le impulsó a fundarla? ¿Cómo surgió la idea?
Surgió por dos partes. Por una, yo soy madre de tres niños y a mi hijastro, que es el mayor, le encantan las aves y tiene un listado muy riguroso con las aves que ha visto. Él me convenció de que fuésemos a Tasmania porque allí había tres aves que quería avistar. Nos fuimos allí toda la familia y, en ese viaje, descubrí el trabajo de un fotógrafo que me pareció bellísimo, sublime. Era Peter Dombrovskis, un hombre muy tímido que usaba una antigua y enorme cámara, y sus fotografías transmitían calma. Después, cuando empecé a estudiar su trabajo, me enteré de que en aquellos años, los setenta, el gobierno de Australia había propuesto la construcción de dos grandes presas para las hidroeléctricas en el altiplano de Tasmania. Esos proyectos iban a arruinar los dos ríos más grandes de la isla y fue Dombrovskis quien, a través de sus fotografías, de manera muy callada, contribuyó en la campaña que logró vencer a las hidroeléctricas. Y para mí fue un descubrimiento ver que puedes usar las fotografías como herramientas para atraer a los medios de comunicación, para inspirar al público, para abrirle los ojos a los que toman decisiones…
¿Y por la otra parte?
Por otra parte, yo iba a todas las conferencias de fotografía y eran casi todos hombres, mayores… Y yo levantaba la mano y preguntaba: «¿No podríamos utilizar nuestras fotos para tratar de proteger los lugares y animales que nos importan tanto?». Y me decían que no, que a eso no se dedicaban. Les interesaban sobre todo los filtros, las aperturas y esas cosas. Me vi un poco encajonada y pensé en empezar mi propia organización para hablar de estos temas. Hice la primera convocatoria de la Liga Internacional de Fotógrafos de Conservación y me sorprendió muchísimo, porque vinieron los fotógrafos más icónicos de nuestra generación. Ahí estaban Art Wolfe, Nick Nichols, Frans Lanting, Dave Doubilet, ellos habían llegado a la cima de la fotografía y estaban ahí, en la primera fila, preguntando cómo podemos usar nuestras fotos para cambiar el curso de la conservación.
En mi caso [explica Roberto] trato de que la ciencia se acerque a la fotografía, porque he visto cómo después de publicar artículos muy buenos en revistas destacadas, estos reciben poca atención mediática y, en cambio, si le sumas la fotografía, tu mensaje puede llegar más lejos. Hoy en día ¿cree que la ciencia y la fotografía están suficientemente unidas?
No, claro que no. Y para mí eso fue otro momento eureka. Cuando acabé la universidad y fui a trabajar a Conservation International dediqué cinco o seis años a publicar en revistas científicas artículos sobre conservación que no trascendieron más allá del entorno académico. Y no fue hasta que colaboré con el fotógrafo Patricio Robles Gil, con la serie de publicaciones de conservación de Cemex, que hizo unos libros de fotografía lindísimos que me abrieron los ojos. Observé que cuando tú le hablas a la gente en un lenguaje científico, con gráficas y con estadísticas, la mayoría de la gente no puede entenderlas y es más fácil rechazarlo y decir: «A mí eso no me interesa». Pero cuando añades la fotografía… La fotografía es un lenguaje que todos hablamos. Y lo hablamos muy bien. Llevamos un aparato en nuestro bolsillo que nos hace expertos. Yo me di cuenta con esos libros la primera vez que los lanzamos: era la ciencia que yo había escrito, con las fotografías de Patricio; y la gente venía, pasaba las páginas así [hace el gesto de hojear un libro], y no leían nada, pero las fotografías no solo las miraban, sino que preguntaban: «¿no te daba miedo?, ¿hacía frío?». Con la fotografía se rompe esa barrera del diálogo, es la primera entrada en la conversación y la gente se da cuenta de que sí que le interesa ese tema, pero nunca nadie le ha invitado a preguntar, a participar, a entender.
¿Y cómo se podría convencer a la comunidad científica de eso?
Hay que mostrar algunos estudios de caso. Por ejemplo, hace unos dos años estaba realmente deprimida por el estado del planeta, cuando me topé con un artículo que me llenó de inspiración. Se titulaba «Reconstruir la vida marina» (“Rebuilding marine life”, en inglés) y tenía como autor principal al investigador Carlos M. Duarte. Y le comenté: «Me ha inspirado muchísimo el mensaje del artículo, pero cuando lo intentas leer es dificilísimo». Es lenguaje científico. Entonces le propuse: «¿Qué te parece si destilamos la información a los cuatro o cinco puntos más importantes y lo ilustramos con fotografías?». Ahora estamos haciendo el libro de Cemex de este año y vemos qué lejos está llegando su trabajo en colaboración con un fotógrafo.
Usted es muy activa en redes sociales. ¿Cómo han modificado estos canales la forma de difundir la fotografía y divulgar sobre la importancia de conservar nuestra biodiversidad? ¿Son otra forma de acercar ese contenido científico a otros públicos?
Los medios sociales son una oportunidad diaria. El artículo «Reconstruir la vida marina» a mí me cambió la forma de pensar, porque ves que puedes tomar un apartado pequeñito, lo ilustras con fotografía y lo lanzas al mundo. Y la gente te dice: «No tenía ni idea de que los tiburones eran tan importantes». O «no sabía que los pastos marinos pueden ayudarnos a descarbonizar». Punto por punto y transmitiendo la información de una manera coloquial. A la gente nada le inspira más que dar una ojeada al mundo del fotógrafo. La mayoría de la gente trabaja en un escritorio y no tiene la oportunidad de hacer eso. Entonces, es una invitación a la aventura.
«Para mí fue un descubrimiento ver que puedes usar las fotografías como herramientas para atraer a los medios de comunicación, para inspirar al público»
Usted cofundó hace unos años SeaLegacy. ¿Por qué debemos volcarnos en la protección de los océanos?
A mí me costaba explicar de forma sucinta el porqué. Hasta que conocí a Carlos [Duarte]. Entonces te das cuenta de que es imposible ignorar el hecho de que más del 70 % de nuestro planeta es agua de mar. Si fuésemos un vehículo y abriéramos el capó, el motor sería todo de agua salada, ¡y conocemos tan poco cómo trabaja ese motor! Es por ello que la ciencia es tan importante. No sabíamos casi nada hasta hace poco de la función que juega en la vida silvestre, en el ciclo del carbono. Es así como podemos descarbonizar la atmósfera y si no sabemos cómo funciona no podremos hacerlo. El mar es el motor de nuestro planeta. Casi el 80 % de la biodiversidad del planeta vive en el mar, pero sabemos muy poco de ella; más del 50 % del oxígeno que se produce en el planeta es por la productividad marina… La gente se imagina solo pastos marinos y manglares, pero son las comunidades planctónicas las que lo producen. La reacción química del dióxido de carbono con el agua marina, que forma el ácido carbónico, es muy destructiva para las comunidades planctónicas. En nuestro motor estamos perdiendo los tornillos y ni siquiera nos damos cuenta.
En SeaLegacy, ¿cómo se pone en marcha una nueva expedición?
Se inicia con las seis áreas de acción que los científicos nos dicen: tenemos que crear más áreas marinas protegidas, preservar especies, detener el flujo de contaminantes, repensar cómo y cuánta proteína del mar extraemos, restaurar los hábitats y reimaginarnos el mar como la solución al cambio climático. Si encontramos organizaciones y temas que entran en alguno de estos seis apartados empezamos a pensar en una expedición y en la historia. Por ejemplo, ahora saldremos hacia Revillagigedo, que está en el Pacífico mexicano, un pequeño archipiélago que está muy alejado de la costa. Hace un par de años se hizo mucho trabajo allí. Es un parque nacional enorme y está completamente protegido. No hay ninguna actividad pesquera ni de minería. Entonces nos toca a nosotros ir dos años después de todo lo que se hizo para contar la historia de cómo la vida silvestre ha regresado, las poblaciones de atún se han triplicado, hay tiburones, hay ballenas… Contar esas historias para que los gobiernos entiendan que las áreas marinas protegidas no pueden ser solo de 10 km2 en el mar. Esta expedición encaja en el área de acción número uno: tenemos que crear más áreas marinas protegidas. ¿Cómo podemos animar eso?
¿Es una tarea de concienciación?
Es una tarea de defensa y promoción porque el público importa, pero quien toma las decisiones son los ministros de Medio Ambiente en muchos países y estos tienen sus propias agendas e intereses. El storytelling realmente ayuda a informar de cara a ese tipo de decisiones.
Y en esas expediciones, ¿se elabora también un informe científico del área?
Depende, pero casi siempre vamos con algún científico. La idea es crear productos de comunicación: vídeo, entrevistas… Que sea como tomarse una píldora con un dulce, para que la gente lo vea.
Ha comentado la poca presencia que había de mujeres en esas reuniones de fotógrafos a las que solía acudir y ahora mismo usted es modelo para muchas jóvenes. ¿Cómo ha cambiado el panorama en estos años?
Ha cambiado muchísimo. Desde que yo empecé, que éramos apenas un puñado de mujeres, ha cambiado. Pero no lo ha hecho lo suficientemente rápido. Hasta la fecha, para la revista National Geographic siguen siendo unos 120 fotógrafos, de los que unas veinte son mujeres. Yo soy la única mexicana que ha trabajado en la revista. Sigue predominando lo de hombre, blanco, norteamericano.
En los premios de fotografía ocurre igual, los porcentajes de mujeres que los ganan son todavía muy bajos.
Bajísimos, sí. Aun así, la última edición del Wildlife Photographer of the Year la ganó Karine Aigner. Y el Underwater Photographer of the Year en 2021 lo ganó también una mujer [Renne Capozzola].
A veces ver de cerca los problemas del planeta y que no se hace nada puede llevar al desánimo. ¿De dónde saca las fuerzas para seguir trabajando por la conservación del mundo natural?
Del amor por la naturaleza, por los animales. Realmente en el tema de la comunicación no ha habido suficiente inversión para que la gente esté enterada de lo serio que es el asunto, del peligro enorme al que nos enfrentamos como humanidad. En una reunión reciente de inversionistas [en proyectos de promoción de la protección] se hablaba del valor de la acuicultura, etc. Y yo les dije: «Lo que tenemos que hacer es invertir en comunicación y “vender” el mar por su valor intrínseco, por el valor que tiene para la vida».