Poe: corazón científico

Los antecedentes de la ciencia ficción

Al hablar sobre los orígenes de la ciencia ficción y la literatura de anticipación, inmediatamente pensamos en los nombres de Herbert G. Wells o Julio Verne, prolíficos autores de finales del XIX y fuente de inspiración de posteriores generaciones. Pocos incluyen a Edgar Allan Poe, autor de principios del mismo siglo y fuente de inspiración de los ya mencionados. Y es que si Verne y Wells fueron los padres de la ciencia ficción, sin duda Poe fue el abuelo.

Palabras clave: Poe, ciencia, ciencia ficción, literatura.

Ciencia en la literatura

Es imposible comprender la obra de Edgar Allan Poe sin entender su pasión por la ciencia, y cómo ésta moduló buena parte de su producción literaria. Esta pasión por la ciencia, y en particular por la astronomía, le fue inoculada por sus padres adoptivos, John y Frances Allan. Cuando Edgar contaba doce años, John Allan puso a su disposición un pequeño telescopio refractor (que hoy en día es posible contemplar en la casa museo de Poe en Baltimore) con el que el pequeño Edgar pasaba las noches observando el cielo desde el pórtico de su casa y aprendiendo los fundamentos de la astronomía. Esta inclinación por la observación astronómica nunca le abandonó. Posteriormente, durante su paso por la universidad en Charlottesville, además de sus evidentes dotes en humanidades, el joven Poe mostró notables aptitudes para la física y las matemáticas. Este sustrato definirá el carácter de su literatura.

«Poe se diferencia de otros escritores contemporáneos porque, en lugar de hacer uso de elementos fantásticos o sobrenaturales, explica  el componente sorprendente o maravilloso de su obra desde la ciencia»

Poe usa frecuentemente el lenguaje científico como recurso discursivo para acrecentar la verosimilitud del texto, demostrando estar al día y tener un buen nivel de conocimientos científicos y técnicos. Ello le permitirá lograr tal grado de credibilidad que, en algunas ocasiones, hechos inventados por Poe conseguirán pasar como reales. Un ejemplo lo tenemos en El camelo del globo (The Balloon Hoax), que narra la historia de la supuesta primera travesía transoceánica en dirigible, y que consiguió colar como noticia real en el periódico New York Sun, el 13 de abril de 1844. El siguiente fragmento describe el mecanismo de tracción del dirigible en cuestión, el Victoria (Poe, 2009).

La hélice consistía en un eje hueco de bronce de 18 pulgadas de largo, en el cual, sobre una semiespiral inclinada en un ángulo de quince grados, pasaba una serie de radios de alambre de acero de dos pies de largo, que se proyectaban a un pie de distancia a cada lado. Dichos radios estaban unidos en sus puntos por dos bandas de alambre aplanado, constituyendo así el armazón de la hélice, la cual se completaba mediante un forro de seda impermeabilizada, cortada de manera de seguir la espiral y presentar una superficie suficientemente unida. La hélice se hallaba sostenida en los dos extremos de su eje por brazos de bronce, que descendían del armazón superior. Dichos brazos tenían orificios en la parte inferior, donde los pivotes del eje podían girar libremente. De la porción del eje más cercana a la barquilla salía un vástago de acero que conectaba la hélice con el engranaje de una máquina a resorte fijada en la barquilla. Haciendo funcionar este resorte o cuerda se lograba que la hélice girara a gran velocidad, comunicando un movimiento progresivo a la aeronave. Gracias a un timón se hacía tomar a ésta cualquier rumbo.

La descripción no sólo parece realista: es completamente funcional; el texto de esta falsa noticia es científicamente impecable. Así lo defiende la nota de retractación (atribuida al propio Poe) que el New York Sun tuvo que publicar dos días después (Mabbott, 2000):

Las cartas que han llegado del sur el último sábado noche no han proporcionado una confirmación de la llegada del globo desde Inglaterra, cuyas particularidades ha explicado nuestro corresponsal y hemos detallado en nuestro extra. Nos inclinamos a creer que la noticia es errónea. La descripción del globo y del viaje se redactó con una precisión y habilidad científica calculadas para obtener crédito indiscutible y se leyó con gran placer y satisfacción. Nosotros no creemos en absoluto que sea un proyecto tan imposible.

Tanto en este texto como en otros muchos, Poe se diferencia de otros escritores contemporáneos porque, en lugar de hacer uso de elementos fantásticos o sobrenaturales, explica el componente sorprendente o maravilloso de sus relatos desde la ciencia. Por ello sus escritos son a menudo obras de anticipación. No es de extrañar que 75 años después, en 1919, el dirigible R34, con un aspecto bastante parecido a la ilustración del Victoria que acompañaba el artículo del Sun, se convirtiera en el primer dirigible en cruzar el Atlántico.

En 1919, el dirigible R34 fue el primero en cruzar el Atlántico. Setenta y cinco años antes, Poe había escrito una historia sobre un dirigible capaz de cruzar este océano, el Victoria, y había conseguido publicar la historia como real en el New York Sun. El diseño del dirigible de Poe guardaba un cierto parecido con el que finalmente consiguió la hazaña. / New York Sun – Manhattan News Service, Library of Congress

Un relato anterior que tiene por protagonista otro viaje en globo y unas sorprendentes dosis de ciencia es La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall (The Unparalleled Adventure of One Hans Pfaall), de 1835, escrito inicialmente con pretensiones de hoax (Walsh, 2006). En él se cuenta cómo Hans Pfaall, para huir de las deudas que lo agobian, escapa en un globo aerostático hasta llegar a la Luna. Hoy en día la hazaña nos puede parecer risible, pero en 1835 no se conocía bien hasta dónde se extendía la atmósfera de la Tierra, pudiendo quizás llegar hasta la Luna, con lo que ambos mundos compartirían una misma atmósfera. Si ésta hubiera sido la situación real, no habría habido inconveniente para que un globo llegara hasta la altura de la Luna, aunque la elevada velocidad con que ésta orbita alrededor de la Tierra habría implicado un alunizaje sumamente problemático. Esta idea fue inspiración directa de la novela The Ragged Astronauts (Shaw, 1988), en la que los cercanos mundos gemelos de Land y Overland comparten atmósfera y los viajes entre ambos mundos se realizan en globo.

En la historia de Hans Pfaall podemos encontrar otro ejemplo de anticipación. El globo de Pfaall está relleno de un gas desconocido extremadamente liviano y cuya elaboración nos es narrada en el relato (Beaver, 1976):

Me las arreglé luego para llevar de noche, a un lugar distante al este de Rotterdam, cinco cascos forrados de hierro, con capacidad para unos cincuenta galones cada uno, y otro aún más grande, seis tubos de estaño de tres pulgadas de diámetro y diez pies de largo, de forma especial; una cantidad de cierta sustancia metálica, o semimetálica, que no nombraré, y una docena de damajuanas de un ácido sumamente común. El gas producido por estas sustancias no ha sido logrado por nadie más que yo, o, por lo menos, no ha sido nunca aplicado a propósitos similares. Sólo puedo decir aquí que es uno de los constituyentes del ázoe, tanto tiempo considerado como irreductible, y que tiene una densidad 37,4 veces menor que la del hidrógeno.5

«En ocasiones Poe trató de usar su maestría literaria para contribuir al conocimiento científico. En pleno apogeo del inductivismo, Poe lamenta la excesiva confianza de la ciencia en el método inductivo–deductivo»

Sesenta años después, el químico escocés William Ramsey descubría el helio, un elemento químico desconocido en la Tierra, cuya presencia se había inferido tres décadas antes en el espectro solar y que presenta marcadas similitudes con el gas de Pfaall­. Para empezar, es un gas extraordinariamente ligero (sólo el hidrógeno es más liviano), y el método de preparación de Ramsey recuerda enormemente al usado por Pfaall. Consiste en el vertido de ácido sulfúrico (un ácido muy común) sobre el mineral cleveíta (una particular sustancia metálica).

Los anteriores son ejemplos de textos en los que la ciencia se usa de forma explícita. Pero ésta es un sustrato que permea toda la obra de Poe. Y así, a veces la encontraremos en los pasajes más insospechados, como el poema Ulalume, publicado en diciembre de 1847, del que entresacamos a continuación los siguientes fragmentos en los que hemos remarcado algunas frases en cursiva (Poe, 2009):

Los cielos eran cenicientos y sombríos:
las hojas eran crispadas y secas,
las hojas marchitas y secas;
era de noche en el solitario octubre

[…]

Y ahora, como la noche estaba envejeciendo
y las esferas de las estrellas apuntaban la mañana,
y las esferas de las estrellas insinuaban la mañana,
al final de nuestro camino, un líquido
y nebuloso lustre nació, del cual un milagroso creciente
alzóse con un doble cuerno.
El creciente diamantino de Astarté
claramente con el doble cuerno.

Y dije: «Es más tibia que Diana.
Resbala a través de un éter de suspiros
goza en una región de suspiros.
Ha visto que las lágrimas no están secas en
estas mejillas, donde el gusano nunca muere
y ha venido más allá de las estrellas del León,
para indicarnos el sendero hacia los cielos.
Hacia la paz leteana de los cielos.
Sale, a pesar del León,
para alumbrarnos con sus brillantes ojos,
sale a través de la guarida del León,
con amor en sus luminosos ojos.»

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En el poema Ulalume se esconden referencias astronómicas reales. El texto hace alusión a la constelación de Leo, y a las fases crecientes de la Luna y Venus. Teniendo en cuenta estos datos, y que el poema fue publicado en diciembre de 1847 pero hace referencia al mes de octubre, se pudo datar la fecha de creación del poema: el 31 de octubre de 1847. Ese día, tal y como podemos ver en la imagen, tanto la Luna como Venus estaban en cuarto creciente, tras haber cruzado éste último la constelación de Leo. / Fernando Ballesteros

Arthur Hobson Quinn, famoso biógrafo de Poe que conocía su faceta de astrónomo aficionado, ya se preguntó en 1941 si el pasaje anterior escondía alguna referencia astronómica real (Quinn y Rosenheim, 1941). En este caso, «las estrellas del León» sería una alusión a la constelación de Leo. El texto menciona también la aparición de «un milagroso creciente», lo que habitualmente se interpretaría como una referencia a la Luna. Pero en el texto se le identifica con la diosa fenicia Astarté (asociada al planeta Venus) y algo más adelante se le contrapone y compara con Diana (diosa romana de la Luna), lo que parece invalidar la identificación con la Luna.

«Es imposible comprender la obra de Edgar Allan Poe sin entender su pasión por la ciencia, y cómo ésta moduló buena parte de su producción literaria»

Todo encaja si caemos en la cuenta de que Venus presenta fases, como la Luna, fácilmente visibles a través de un pequeño teles­copio. Poe las habría observado en innumerables ocasiones. Se trataría por tanto de un creciente, no de Luna, sino de Venus. También dice el texto que Astarté«ha venido más allá de las estrellas del León», con lo que Venus tendría que haber acabado de cruzar la constelación de Leo. Las referencias a «un doble cuerno» llevan a pensar que tanto Venus como la Luna estaban en fase creciente.

¿Hubo alguna noche de un mes de octubre, anterior a la publicación del poema (diciembre de 1847), en la que la Luna y Venus estuvieran en fase creciente, tras haber cruzado este último la constelación de Leo? La respuesta es afirmativa: sólo dos meses antes de la publicación del poema, poco antes del amanecer del 31 de octubre de 1847. Lo que dataría la composición del poema «Ulalume».

Literatura en la ciencia

En Poe la relación ciencia-literatura fue bidireccional y en ocasiones trató de usar su maestría literaria para contribuir al conocimiento científico. En pleno apogeo del inductivismo, Poe lamenta la excesiva confianza de la ciencia en el método inductivo–deductivo como una máquina bien engrasada para extraer conocimiento de la Naturaleza, dudando que exista un método automático para descubrir nuevos hechos y defendiendo un mayor papel de la intuición y de la imaginación (Poe, 2009):

No puede sostenerse que mediante el sistema que consiste en arrastrarse, adoptado con exclusividad, hubieran llegado los hombres al máximo de verdad, ni siquiera en una larga serie de edades, pues la represión de la imaginación es un mal que ni siquiera compensaría la absoluta certeza de la marcha del caracol.

En el cambio de siglo, el inductivismo sería sometido a una seria crítica por parte de varios teóricos del método científico, entre los que destacó Ernst Mach y sobre todo Karl Popper. La aparición de teorías científicas fundamentales que no se basaron en el inductivismo, como la relatividad de Einstein (en buena parte un trabajo de la imaginación pura), pusieron la puntilla a esta corriente filosófica. Hoy en día tenemos claro que ningún método puede sustituir a la creatividad, la inteligencia o la imaginación. La ciencia es una actividad de creación, y en ella el papel de la imaginación, tal y como defendía Poe, es imprescindible.

«La mayor aportación de Poe fue la solución a uno de los mayores misterios de la cosmología: por qué la noche es oscura. Esta sencilla observación constituyó uno de los principales enigmas científicos hasta bien entrado el siglo XX»

Pero sin duda su mayor aporte fue la solución a uno de los mayores misterios de la cosmología: por qué la noche es oscura. Esta sencilla observación, conocida como la paradoja de Olbers, constituyó uno de los principales enigmas científicos hasta bien entrado el siglo XX.

La física newtoniana requería de un universo literalmente infinito en extensión, lleno de estrellas uniformemente distribuidas, para garantizar su equilibrio gravitatorio; de otro modo, todo colapsaría sobre su centro de masas. Pero si todo estuviera uniformemente plagado de estrellas, en cualquier dirección del cielo en la que mirásemos, tarde o temprano deberíamos de encontrar una estrella, un punto de luz, con lo que toda la bóveda celeste brillaría tanto como la superficie del Sol. ¿Por qué no era así?

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Edgar Allan Poe usaba frecuentemente el lenguaje científico como recurso discursivo para acrecentar la verosimilitud del texto, demostrando estar al día y tener un buen nivel de conocimientos científicos y técnicos. / C. T. Tatman, Library of Congress

A principios del siglo XX la ciencia creyó haber hallado una solución: la cantidad de estrellas en el universo debía ser finita y estar limitada a una gigantesca estructura discoidal a la que llamaron galaxia. Todas las estrellas que observamos formarían parte de la galaxia y girarían alrededor de un centro común; así, la fuerza centrífuga producida por el giro contrarrestaría el colapso gravitatorio, garantizando un universo en equilibrio. Era la solución del universo-isla.

Pero medio siglo antes, Poe había encontrado otra solución que permitía la existencia de un universo infinito lleno de estrellas. Al parecer, la solución le llegó como una súbita inspiración (Vincelette, 2008), como le ocurriera a Arquímedes, por lo que plasmó sus pensamientos en un ensayo, publicado en 1848, llamado Eureka, un trabajo sumamente extenso (la mayor de sus obras de no ficción), denso y ambicioso, cargado de metafísica, errores… y de sorprendentes aciertos científicos. En él, Poe proponía su solución a la paradoja de Olbers:

Si la sucesión de estrellas fuera infinita, el fondo del cielo nos presentaría una luminosidad uniforme, como la desplegada por la Galaxia, pues no podría haber en todo ese fondo ningún punto en el cual no existiera una estrella. En tal estado de cosas, la única manera de comprender los vacíos que nuestros telescopios encuentran en innumerables direcciones sería suponiendo tan inmensa la distancia entre el fondo invisible y nosotros, que ningún rayo de éste hubiera podido alcanzarnos todavía.

En pocas palabras, la luz de las estrellas más lejanas aún no habría llegado, lo que implicaría que la velocidad de la luz debía ser finita y que el universo debió de tener un origen, un instante inicial. Como era de esperar, la acogida por parte de los científicos del ensayo Eureka, en el que Poe había puesto tantas expectativas como su gran contribución a la ciencia, fue realmente fría.

«Poe propuso una solución a la paradoja de Olbers: la luz de las estrellas más lejanas aún no habría llegado, lo que implicaría que la velocidad de la luz debía ser finita y que el universo debió tener un origen, un instante inicial»

Por parte de la comunidad literaria, no tuvo mejor acogida (para su consternación, ni siquiera entre algunos de sus amigos). Este trabajo, realizado tras la muerte de su mujer, al parecer consumió sus últimas fuerzas, pues le escribió a su tía María Clemm: «Debería morirme. No tengo ningún deseo de seguir viviendo desde que escribí Eureka. Ya no puedo aspirar a nada más». La pésima recepción de Eureka le hizo hundirse en un estado de ánimo depresivo del que ya nunca se recuperaría. Al año de la publicación de Eureka, Poe moría en extrañas circunstancias.

Sin embargo, en la década de los años 1920, el astrónomo Edwin Hubble descubriría que los débiles remolinos de luz que observó con su telescopio eran en realidad otras galaxias, gigantescas estructuras discoidales, análogas a nuestra galaxia e increíblemente lejanas; otros universo-isla, que aparecían en cualquier dirección a la que se apuntara. Poco a poco se iban acumulando pruebas de que el universo parecía ser, finalmente, infinito en extensión, y estar uniformemente poblado de galaxias, objetos luminosos que se podían observar en cualquier dirección. De nuevo, la ciencia se veía confrontada con la paradoja de Olbers, y la confortable solución del universo-isla quedaba descartada.

«El modelo del origen del universo presentado por el propio Poe en ‘Eureka’ se asemeja muchísimo al primitivo modelo de Big Bang propuesto en 1931 por Georges Lemaître»

Hoy en día sabemos que la solución de Poe era la correcta: sólo la finitud de la velocidad de la luz (trescientos millones de metros por segundo) y el hecho de que el universo haya tenido un principio explica que no tengamos que usar gafas de sol por la noche. Nuevas observaciones de Hubble durante la primera mitad del siglo XX descubrirían la creciente separación entre todas las galaxias, mostrando que el universo se halla en continua expansión, lo que a su vez reforzaría la suposición de que había habido un momento inicial: el Big Bang. Esta teoría quedaba confirmada tras descubrirse en 1965 la radiación cósmica de fondo de microondas, el rescoldo fósil de la gran explosión que dio origen a todo.

Curiosamente, el modelo del origen del universo presentado por el propio Poe en Eureka, la irradiación de toda la materia del universo a partir de una partícula primordial, se asemeja muchísimo al primitivo modelo de Big Bang propuesto en 1931 por Georges Lemaître (hoy ya descartado), en el que la explosión de un átomo primordial daría origen a toda la materia y a la expansión del universo. Tanto se parecen que no se puede descartar que Lemaître tomara su inspiración inicial de Eureka.

El reconocimiento de Eureka llegaría póstumamente. Entre otros, hay que destacar lo que de este imaginativo trabajo afirmaría en 1940 el famoso astrónomo británico sir Arthur Eddington (Quinn y Rosenheim, 1941):

Eureka no es una obra de senectud o el producto de una mente alienada. A mi parecer es la obra de un hombre que trata de conciliar la ciencia de su tiempo con los anhelos más filosóficos y espirituales del intelecto. Poe, además de sólidos conocimientos en ciencias y matemáticas, parecía poseer el razonamiento de un matemático.

Aún más, el mismísimo Albert Einstein tras leer Eureka, escribiría en una carta de 1934 que este trabajo era «un bello logro de una mente inusualmente independiente». Casi un siglo después, Poe conseguía hacerse oír por el mundo de la ciencia.

Referencias
Beaver, H. (ed.), 1976. The Science Fiction of Edgar Allan Poe. Penguin Books. Harmondsworth.
Mabbott, T. O., 2000. Edgar Allan Poe, Tales & Sketches. University of Illinois Press. Chicago.
Poe, E. A., 2009. The Complete Works of Edgar Allan Poe. Cosimo. Nueva York.
Quinn, A. H. y S. Rosenheim, 1998 [1941]. Edgar Allan Poe: A Critical Biography. Johns Hopkins UP. Baltimore.
Shaw, R., 1988. The Ragged Astronauts. Baen. Nueva York.
Vincelette, E., 2008. «Beauty, Truth and the World: the Prophecy and Theology of Poe’s “Eureka”». E. A. Poe Review, IX(2): 36-54.
Walsh, L., 2006. Sins Against Science: the Scientific Media Hoaxes of Poe, Twain, and Others. State University of New York. Albany. 

© Mètode 2014 - 82. Encuentros - Verano 2014
Investigador del Observatorio Astronómico de la Universitat de València.

Professor titular del departament de Filologia Anglesa i Alemanya. Universitat de València.