Tesis

Ilustración: Anna Sanchis.

Ramón J. Sender nos dejó, entre otros relatos remarcables, una pequeña joya literaria: La tesis de Nancy. La crítica siempre la ha considerado una obra menor, pero no los lectores: desde 1969, año en que apareció, se han hecho más de treinta ediciones. Nancy no entiende nada, pero lo explica todo. Mira el complejo mundo andaluz con sus ingenuos ojos de norteamericana simple. Sus conclusiones, ajustadas a su lógica, son del todo estrambóticas. Nancy no formula una hipótesis que demuestra o descarta mediante tesis, simplemente interpreta desde su prejuicio. ¿Cuántos y cuántas Nancys de carne y hueso pueblan nuestras universidades…?

El doctorado es hoy en día un grado académico más. Empiezas de párvulo y acabas de doctor. Por eso las tesis, cada vez más, son como un examen largo. La mayoría no demuestran nada, a menudo ni tan siquiera incrementan el conocimiento normal. La mía, sin ir más lejos. Era un catálogo florístico bastante redundante, seguido de algunos inventarios fitocenológicos reiterativos. Eso sí: intenté tratar los datos de acuerdo con los principios de la entonces emergente informática de usuario (estábamos en los años setenta), pero eso no interesó mucho, de hecho desapareció de la versión posteriormente publicada. Era la única parte realmente original. ¿Cómo podemos calificar de tesis un trabajo que no cuestiona nada ni demuestra nada que no estuviese ya demostrado?

L’any 1977, Umberto Eco publicà Come si fa una tesi di laurea. Empezaba diciendo: «El presente libro no quiere explicar “cómo se hace la investigación científica” […], se trata de una serie de consideraciones para llegar a poner ante un tribunal de doctorado un objeto físico prescrito por la ley y formado por una cierta cantidad de hojas mecanografiadas que guarden relación con la disciplina en la que uno se doctora, sin sumir al ponente en un estado de dolorosa estupefacción.» Previamente se lamentaba de la masificación universitaria y venía a decir que, por lo menos, las tesis debían guardar las formas. Que un aspirante a doctor, además de no tener nada que decir, no sepa ni cómo decirlo ya es muy triste…

«No nos hacen falta tesis que confirmen conocimiento establecido, sobre todo cuando es conocimiento obsoleto. Sí que nos hace falta, y mucho, conocimiento ante los nuevos retos»

Me parece que deberíamos rescatar el sentido prístino de las tesis, aunque hubiese que desvincularlas de las pruebas de acceso al doctorado. Hipótesis sobre arcanos diversos las hay a montones. Y, aún más, hipótesis sobre cómo podrían ser cosas que aún no son. El momento histórico que vivimos se presta a ello. Ha empezado la civilización posindustrial sin que nos hayamos tomado la molestia de definir los axiomas fundacionales, cuando menos las aporías de partida. Por ejemplo: ¿cómo podría funcionar un sistema económico que no se basase en el crecimiento ni en la externalización de las disfunciones ambientales? Los economistas del siglo XVIII adoptaron sus axiomas. Aún pensamos como ellos. Mejor dicho: aceptamos sus tesis sin enterarnos de que han quedado fuera de escala. Es decir, que no pensamos mucho. A veces, me parece que nada.

Muchos jóvenes licenciados aspiran a doctorarse. Sus directores, más que garantías procesales, podrían proponerles transgresiones subvertidoras. Las innovaciones son transgresivas por definición. No nos hacen falta tesis que confirmen conocimiento establecido, sobre todo cuando es conocimiento obsoleto, basado en la perpetuación de contextos superados. Sí que nos hace falta, y mucho, conocimiento ante los nuevos retos, nuevas destrezas y capacidades que nos permitan pasar de la física newtoniana a la mecánica cuántica, para entendernos. «¿Cómo quiere hacer un reloj sin engranajes?», preguntaron displicentemente los amortizados relojeros suizos al joven que les sugería medir el tiempo con las vibraciones de cristales de cuarzo. Nos faltan tesis que lo sean. Los goliardos, más bien sobran.

© Mètode 2012 - 75. El gen festivo - Otoño 2012
Doctor en Biología, socioecólogo y presidente de ERF (Barcelona). Miembro emérito del Institut d’Estudis Catalans.