Imitación de la vida

Pelopantón

Pelopantón

En su libro de memorias, Elogio de la imperfección, la neuróloga Rita Levi-Montalcini nos hace partícipes de una intensa afición por la lectura: Selma Lagerlöf, Emily Brontë, Virginia Woolf… Y, especialmente, un gran aprecio por los poetas. No en vano, la citada autobiografía la encabeza un bellísimo poema de W. B. Yeats, «The Choice», donde la científica italiana hace una síntesis de cuál era su credo: el trabajo –la ciencia, en este caso– como forma de realización personal y colectiva; la poesía que siempre le fue fiel compañera hasta el punto de volver a utilizar unos versos de Sonnets from China, de W. H. Auden, como epígrafe sobrecogedor de su ensayo La galassia mente: «Pequeño en su pequeña tierra, el hombre mira // cuyo mundo es juez y víctima». La conexión con Pascal está clara: «El hombre es solo una caña, la más frágil de la naturaleza, pero es una caña que piensa».

Si explico todo esto es porque sospecho que la Nobel italiana fue heredera de aquella formación en la que la lectura –y la cultura humanista– fue un factor determinante en su faceta literaria, tanto en el estilo como en la intención de divulgar el conocimiento en la línea que defiende Eudald Carbonell de socializar el saber en todos los niveles. Y es así que la descubridora –con Stanley Cohen de imprescindible contraparte– del factor de crecimiento neuronal (fundamental en el crecimiento y supervivencia de las neuronas) desplegó toda su erudición con el propósito de ensayar sobre cuestiones en apariencia tan dispares –y tan interconectadas– como el papel de la democratización del conocimiento, la labor del cerebro en una vejez proactiva, así como la importancia de la educación a la hora de construir un equilibrio entre la razón ilustrada –contra el fanatismo que sufrió en la Italia de Benito Mussolini– y el uso de la ciencia y la tecnología al servicio del ser humano. Cuestión esta nada menor: «estar al servicio», dado que la tecnología sin ciencia –sin la «calidad de quien sabe»– puede convertirse en la antesala del totalitarismo.

Ser mujer y judía en la primera mitad del siglo XX no facilitó su andadura. Por eso hay un término que define el talante de Levi-Montalcini: la persistencia. Lo explica con todo lujo de detalles en el antes citado Elogio de la imperfección, una pequeña maravilla del género de las memorias: hacer ciencia a escondidas en plena guerra en un pequeño laboratorio de Turín –de hecho, su habitación– siempre con el temor de poder ser deportada y con un grado de «inconsciente voluntad de ignorar todo lo que ocurría, dado que la plena conciencia no nos habría permitido seguir viviendo». En una Europa en llamas, Rita Levi-Montalcini perseverará en sus investigaciones. La aventura del conocimiento en tiempo de adversidad.

Por eso se entiende mejor su obsesión por la razón ilustrada que derivaba de la ciencia como un antídoto contra la manipulación de las masas. En este sentido, su raíz de formación kantiana –se había planteado estudiar filosofía– le inspiró a escribir un ensayo, Abbi il coraggio di conoscere, en el que hace suya la exhortación del «Sapere aude», popularizado por Kant como instigación a osar saber. Un ensayo de naturaleza erudita en el que defiende la relación entre la ciencia y el humanismo, además de plantear el reto que supone penetrar en los misterios del cerebro humano para profundizar en nuestro potencial emotivo y cognitivo. Montalcini vincula nuestras acciones con las «capacidades racionales» a revelar mediante el estudio del cerebro. La suya es una apuesta humanista de la ciencia en la que es necesario que haya, indisoluble, un nexo entre ética e investigación.

Hay un poso optimista en la mirada de Rita Levi-Montalcini. Y también de mucha humildad en lo que se refiere al papel que tiene la ciencia en nuestro mundo. De hecho, siempre he pensado que la ciencia es una forma encubierta de arte. Y la medicina, especialmente. En cualquier caso, la profundidad ensayística de su obra es indudable. Hasta el punto de dejarnos una perla como esta: «A diferencia del científico, cuyos descubrimientos, en el mejor de los casos, no revelan sino partes infinitesimales del mundo que le rodea, el artista aspira a formarse y a transmitir una visión del mundo propia, y esta aspiración no concede tregua, ni se conforma con lo que hace, porque siempre le parece insuficiente comparado con todo lo que anhela».

© Mètode 2023 - 117. El legado de los dinosaurios - Volumen 2 (2023)

Escritor y fotógrafo (Barcelona).