El pánico es muchas veces peor que el peligro en sí mismo. Nos hace ser irracionales, impulsivos y las consecuencias pueden ser catastróficas. Por ejemplo, un consejo elemental es que, si estás en un cine lleno y hay un incendio, empezar a gritar «¡fuego!» quizás no sea la mejor idea: es más recomendable encender las luces y pedir a la gente que abandone la sala antes de que el fuego se extienda. Hay muchos ejemplos en los que falsas alarmas han acabado creando desgracias reales. Una epidemia como la que desgraciadamente hemos vivido puede hacer que salgan los peores miedos. El miedo es un enemigo invisible, que se extiende rápidamente, contra el que nadie está protegido; cualquiera puede ser portador y contagiar al resto. Todo el mundo es sospechoso y un contagio puede tener consecuencias devastadoras. Todos los ingredientes para el pánico.
«El miedo es un enemigo invisible, que se extiende rápidamente, contra el que nadie está protegido; cualquiera puede ser portador y contagiar al resto»
El cine y la literatura han sabido emplear este miedo para construir guiones donde una epidemia es el centro de la historia o bien la excusa de fondo. Una de las que mejor representa el pánico y el miedo de la población y cómo se liberan los instintos más primarios es El húsar en el tejado (1995), donde se ve que ser de fuera podía ser motivo para sufrir un linchamiento durante una epidemia de cólera en la Francia del siglo XIX. Otra película que plasma no tanto la preocupación de la población, sino la de los científicos para evitar la propagación de una dolencia, es Pánico en las calles (1950). Aquí, Richard Widmark interpreta a un experto en dolencias infecciosas del ejército de los Estados Unidos que tiene que perseguir a un malcarado Jack Palance, no por ser un delincuente perteneciente al hampa, sino por estar contagiado de una peligrosa dolencia. Otra película recuperable que aprovechaba una epidemia como excusa para montar una clásica historia de catástrofes con gente atrapada en un medio de transporte, tan del gusto de los años setenta, era El puente de Cassandra (1976), en el que los pasajeros de un tren están infectados por un peligroso virus empleado en guerra bacteriológica.
En tiempos recientes películas como Estallido (1995) o Contagio (2011) han tratado también el tema. Si repasáramos Contagio, encontraríamos algunos parecidos con la epidemia del SARS-CoV-2, como por ejemplo que el origen es un murciélago, o que, cuando empieza a extenderse el pánico, afloran los vendedores de remedios milagrosos y la propagación de la desinformación.
Si tengo que elegir una película que ha sabido hacer una historia a partir de una epidemia y de los principales miedos de su época es la japonesa Exterminio (1980), también conocida como Virus. Un virus manipulado en un laboratorio para ser empleado como arma biológica se escapa y provoca una pandemia conocida como «gripe italiana». El virus muere por debajo de los –10 °C, por lo que el último reducto de la especie humana queda recluido en las bases antárticas, donde empieza una nueva civilización, pero están en peligro porque un terremoto puede provocar que se disparen unos misiles nucleares, dos de los cuales apuntan hacia allí. Epidemias y guerra nuclear en la misma historia; a la trama no le falta ningún elemento.
Por cierto: ¿podría una epidemia acabar con la humanidad? Es complicado. Podría hacer lo que en genética se llama un «cuello de botella» y exterminar a gran parte de la población, pero una selección natural tan fuerte haría que, si aparece alguna población resistente al virus y se reproduce, en pocas generaciones hubiese una resistencia general. Y estamos hablando de mecanismos naturales, a los que tenemos que sumar el efecto artificial de las vacunas, medicamentos e higiene, que hacen más difícil que una epidemia pueda causar el fin de la especie. De hecho, si observamos la historia, las epidemias (o bien las sequías) que han afectado a una especie agrícola han tenido consecuencias más catastróficas para la humanidad que una epidemia que nos afectara directamente. Por lo tanto, el fin del mundo provocado por un virus queda bien en el cine, pero es solo eso: ficción.