Hace poco, durante una de las sesiones de mentoría sobre comunicación que imparto a un grupo de científicos de Panamá, les pedí que pensaran en un mensaje muy concreto que les gustaría transmitir. Luego ya veríamos qué medio sería el más adecuado, cómo enfocarlo, de qué emoción partimos, etcétera. Pero lo primero era tener bien claro el mensaje que queríamos comunicar.
Rodolfo, un biólogo que investiga en etnobotánica y busca tanto especies nuevas como principios activos y propiedades que pudieran tener utilidad, dijo que en su país había demasiado chamanismo y gente alabando supuestas propiedades casi milagrosas de las plantas nativas sin ninguna evidencia científica. Él quería transmitir que debíamos ser mucho más escépticos y siempre confiar primero en la medicina y la ciencia moderna. Unos turnos después, la antropóloga Yadixa nos dijo que ella estudiaba el uso de las plantas medicinales en las culturas indígenas del país y quería transmitir que se conocen aplicaciones de estas para múltiples dolencias. También nos dijo que ella es un experimento porque las ha probado y le han funcionado, que este conocimiento ancestral debería utilizarse más y que algunas plantas quizá podían servir incluso contra la COVID-19. La tuvimos que frenar un poco. No porque lo que contara no fuera interesante, o pensáramos que no debía ser explicado, pero si estábamos hablando de divulgación científica, debíamos ser más rigurosos: ella no es ningún experimento y el conocimiento de las tribus indígenas, por mucho que Yadixa ladeara la cabeza, no era científico. ¡Ojo! Quizás sí que era acertado, pero nosotros no podíamos darlo por bueno ni por malo porque no tenía ninguna investigación científica que lo respaldara. Como mucho, podríamos decir que su eficacia no estaba demostrada científicamente, lo cual, al contrario de lo que los divulgadores más roñosos transmiten cuando hablan de estos temas, no implica que no sea eficaz. Aun así, por desgracia, tenemos estas restricciones. Otros periodistas podrán contar las historias y conocimientos ancestrales que citaba Yadixa, pero nosotros, no, porque en nuestro campo no podemos alejarnos demasiado de los datos y proyectos científicos. A no ser que…
«Sin pasarnos de ingenuos, sugiero incluso salir a buscar temas divulgativos fuera del mundo científico, para analizarlos y narrarlos con perspectiva precientífica»
Y entonces pedí a Rodolfo y a Yadixa que se juntaran y diseñaran un proyecto conjunto de «divulgación precientífica». Con la actitud correcta y unido a la metodología experimental que manejaba Rodolfo, el conocimiento de Yadixa se podría considerar precientífico. De hecho, sería muy bonito juntar cultura indígena con ciencia moderna y contar desde cómo ciertas poblaciones han utilizado durante generaciones algunas plantas de manera terapéutica, hasta las maneras que tiene la bioprospección de comprobar si tienen algún efecto real o no. Y, en caso afirmativo, cómo se procedería para ver qué dosis serían las más adecuadas, qué sustancias concretas serían las responsables del supuesto beneficio, o cómo se podrían extraer.
Tan interesante nos resultaba la idea que merecía saltarse algunas normas. Me refiero a que la divulgación científica estándar diría: «Bien, pues que hagan los experimentos y cuando tengan los resultados contaremos si funcionan o no. Pero no mareemos antes ni creemos falsas expectativas». Pero yo ya estoy un poco cansado de tanta ñoñez disfrazada de rigor, que lo único que consigue es ir perdiendo historias interesantes por el camino y presentarlas desconectadas de la gente y del mundo real. Por eso propongo crear el término divulgación precientífica para narrar misterios, enigmas o hipótesis que pudieran ser confirmados o desmentidos por la ciencia, y hacerlo involucrando al público durante el proceso. En realidad, ya lo vemos cuando algún cosmólogo divaga sobre la teoría de las supercuerdas, o un biólogo molecular nos vende que su investigación en ratas servirá para tratar la demencia. Es ciencia en fase de hipótesis, pero como es de nuestro gremio, confiamos en él. Pues bien: sin pasarnos de ingenuos, sugiero hablar todavía más de la ciencia en fase de hipótesis e incluso salir a buscar temas divulgativos fuera del mundo científico, para analizarlos y narrarlos con perspectiva precientífica y durante el proceso de esclarecer si son ciertos o no.
«Propongo crear el término divulgación precientífica para narrar misterios, enigmas o hipótesis que pudieran ser confirmados o desmentidos por la ciencia»
¿Tiene riesgos esta estrategia? Puede ser. Si identificamos un caso donde no merece la pena ahondar, pues lo descartamos para no crear confusión; no se trata de emular a Iker Jiménez. Pero creo que es una oportunidad de hacer una divulgación más estimulante y conectada con los problemas y la complejidad del mundo real. Porque sincerémonos: esta complejidad a la ciencia se le escapa. En realidad, los científicos no abordan preguntas complejas sino simples: no investigan cómo funciona el cerebro humano sino cómo se conecta cierto neurotransmisor a un receptor determinado, o si cierto circuito neuronal se activa haciendo unas tareas u otras, porque este problema tan acotado es el que pueden resolver. Y con todo esto intentan armar el puzle. Pero hasta lograrlo, las preguntas y caminos precientíficos para resolverlas son tan apasionantes, o más, que las futuras y nunca definitivas respuestas. Entendedme: es genial que los investigadores sean meticulosos al máximo, porque esto es lo que avala sus conclusiones y hace que sean más confiables que cualquier otra. Pero nosotros, como divulgadores, podemos quitarnos un poco de lastre, no seguir necesariamente sus normas –como esa tan cansina de no hablar de su trabajo hasta que esté publicado–, y aprovechar las ventajas que nos puede ofrecer la divulgación precientífica. Ya sé que ahora me diréis lo del supuesto sacrilegio que es hablar de los preprints, pero incluso en eso difiero: el buen periodista científico no es el que solo habla de artículos ya publicados (eso es muy fácil) sino el que tiene ojo y herramientas para distinguir entre un buen preprint y uno malo. En este sentido, quizá la divulgación precientífica sea más meritoria incluso que la científica.