Hablar de algo positivo en Arabia Saudí genera desaprobación inmediata y críticas muy comprensibles en Twitter y otros espacios. No obstante, y sin ninguna intención de blanquear lo que ocurre en ese país, querría contaros mi visita a la King Abdullah University of Science and Technology (KAUST) para grabar un episodio de El cazador de cerebros, porque creo que esa burbuja es un caso muy llamativo para todos los interesados en ciencia. A veces solemos decir que la excelencia científica no se construye solo con dinero pero… ¡y tanto que sí! Pero empiezo desde el principio.
Hacia 2010 los líderes de Arabia Saudí decidieron construir desde cero, en una zona desértica al lado del mar Rojo, a unos 90 km del aeropuerto de Yeda, la segunda ciudad más grande del país después de Riad. Sería una ciudad para investigadores y un sistema científico competitivo a nivel mundial. Uno de sus científicos fundadores, Husam Alshreef, un prestigioso líder en nanomateriales fichado de EE. UU., me contaba que al principio allí no había nada de nada y se reunían en tiendas de campaña. Doce años más tarde, he visitado cinco edificios de varias plantas con laboratorios, instrumentación e investigadores excepcionales (dicen que tienen el índice de citas por profesor más alto del mundo); barrios residenciales alrededor con casas de diferentes tamaños y lujos según sean para estudiantes, investigadores o jefes de grupos; una plaza con tiendas y restaurantes; varios clubs deportivos tipo resort; algunas mezquitas también; escuelas para los hijos de los investigadores, y un espacio masivo reservado para empresas y spin-offs. Todo el complejo rodeado, eso sí, de un doble muro y control de acceso que separa KAUST del exterior.
Sobre las empresas, algunas son sedes de grandes industrias como la petrolera estatal Aramco o la multinacional Dow, y otras son parte de la universidad como Red Sea Farms, que ya está construyendo invernaderos alimentados por energía solar con cultivos adaptados al desierto y aguas salobres. ¿Cómo pasar en diez años de la nada a un centro de investigación puntero en «agricultura del desierto» y una spin-off que construirá invernaderos por toda la región (de los que ya pude comer tomates)? Con muchísimo dinero, un comité científico asesor formado por líderes de los mejores centros del mundo, algunas peculiaridades en la manera de contratar y trabajar, y una visión pragmática innegociable.
El investigador que me mostró el invernadero era un excatedrático de Cambridge de los más reconocidos en el estudio de plantas resistentes a sequías. Lo habían fichado con un sueldo mucho más alto del que tenía en Reino Unido, facilidades para acomodar a su familia, y acceso casi ilimitado a fondos, instrumentación científica y contratación de investigadores que estén en el momento álgido de sus carreras. Y dejándole claro desde el principio que el objetivo no solo era investigar y publicar, sino también que ese conocimiento genere una industria que transforme la agricultura de la región. De hecho, la spin-off se construyó casi en paralelo al centro de investigación.
Quizá me estoy «flipando» demasiado, pero es que KAUST es realmente un sistema científico diseñado y construido desde cero, sin mochilas heredadas, con presupuestos astronómicos, y bajo la batuta de grandes gestores de la ciencia con experiencia en los mejores centros de investigación del mundo. Obviamente lo primero que impresiona son las cifras económicas, que nadie esconde que provienen del petróleo saudí, baratísimo de obtener. El presupuesto para construir y poner en marcha KAUST fue de 20.000 millones de dólares y el anual ronda los 1.000 millones, mayor que el de todo el CSIC. Pero luego vas encontrando matices extra. La antes comentada construcción en paralelo de centros de investigación y empresas es algo muy significativo, al igual que no haya facultades de química o matemáticas, sino centros específicos para la energía solar, el petróleo o el mar Rojo, entre otros. La menor burocracia es algo que varios investigadores me comentaron también. Mario Lanza, el nanotecnólogo que fue nuestro contacto y venía de haber investigado en España, Alemania, Stanford y siete años en China, me contaba que ellos tienen un presupuesto anual por defecto de medio millón de dólares para investigar sin tener que pedir ni justificar nada. Si quieren ampliar, obviamente lo tienen que solicitar, pero esa libertad les permite poder dedicarse completamente a la investigación en lugar de a escribir propuestas. A ver, seguro que hay problemas que no me contaron, pero de nuevo, es como si construir algo de cero te permite tener en cuenta las imperfecciones manifiestas de sistemas más antiguos y evitarlas.
La otra cosa que Mario insistió en mostrarme fueron los CoreLabs, un espacio enorme en un sótano en el centro de la universidad donde tenían un superordenador para uso exclusivo de los investigadores de KAUST, una sala blanca de nanofabricación de las más avanzadas del mundo, con seis microscopios electrónicos último modelo y toda la instrumentación científica que los investigadores soliciten para que puedan hacer la ciencia más competitiva posible.
Concentración es otra palabra clave. Ellos no reparten el presupuesto construyendo un centro cerca de Yeda, otro en la Meca y otro en Riad, como haríamos en España, diluyendo recursos en varios parques tecnológicos repartidos por la Comunidad de Madrid, por ejemplo. Ya encontrarán la manera de que la ciencia llegue al resto del país, pero, siguiendo un modelo más cercano al del MIT, asumen con buen criterio que para ser excelentes concentrar recursos y talento científico es lo más eficiente.
No sé, escribo estas líneas y me entra la sensación de estar lanzándoles demasiadas flores, quizá fruto del impacto que me generó. Segurísimo que no es oro todo lo que reluce: en la visita me habré perdido muchas cosas y reconozco estar ignorando la situación política del país, que no me siento capacitado para comentar. Pero creo que cada vez oiréis hablar más de KAUST, y los claroscuros no quitan que sea interesante conocer estos nuevos agentes que están entrando en el mundo de la ciencia, con modelos propios. Acudí con cierto escepticismo porque, en ciencia, diez años son muy pocos para consolidar un sistema científico, y me sorprendió. En ciertos aspectos, creo que no había visto nada igual. Hasta daba un poco de envidia esa apuesta tan convencida por la ciencia y la tecnología como pilar para el desarrollo futuro. «¿Es algo único?», le pregunté a Mario. «Bueno, en realidad en China se han construido megacentros como este», respondió. EE. UU. sin duda lleva ventaja, y Europa, en realidad, también. Pero ojo, que ellos avanzan a otro ritmo.