Entrevista a Esther Samper

«Los bulos están diseñados para viralizarse»

Médica y comunicadora sanitaria

Esther Samper

La médico y comunicadora sanitaria Esther Samper. / Foto: Fernanda Carvalho

Esther Samper (Pilar de la Horadada, Alicante, 1984) dio un giro en su vida hace unos años cuando decidió cambiar la investigación por la comunicación sanitaria. Tras licenciarse en Medicina y cursar un Máster en Biotecnología biomédica, trabajó durante un tiempo en el Centro de Investigación Príncipe Felipe. Los recortes y el posterior expediente de regulación de empleo la obligaron a continuar sus estudios de postgrado en Alemania, en el Medizinische Hochshule Hannover, donde se doctoró en Ingeniería tisular cardiovascular.

Su interés por compartir lo aprendido la llevó a fundar en 2005 un blog personal, Tempus fugit, que acabó renombrado como MedTempus y dedicado por completo a temas de medicina y salud. Tras su regreso a España, hace unos años que se dedica a la comunicación sanitaria. Colabora de forma habitual en diversos medios de comunicación como El País –donde mantuvo el blog La doctora Shora–, eldiario.es, Hipertextual, Investigación y Ciencia, y Mètode, entre otros. También ha participado en Naukas y otros eventos dedicados a la divulgación científica. Es autora del libro Si escuece, cura. 50 malas prácticas de salud al descubierto (Ediciones Cálamo, 2019) y activa divulgadora en redes sociales.

Esther Samper ofrece el próximo jueves, 7 de octubre de 2021, a las 19 h, la conferencia «El virus de la desinformación: noticias falsas y bulos en la pandemia de COVID-19» en el Aula Magna del Centre Cultural La Nau de la Universitat de València. La actividad, enmarcada en el ciclo «¡Hablemos de ciencia!» y organizada por Mètode y la Escola Europea de Pensament Lluís Vives, es de acceso gratuito con inscripción previa en este enlace.

¿Cuáles han sido las mentiras más difundidas de la pandemia?

Han ido evolucionando a lo largo del tiempo. Al principio, lo que primaba eran informaciones falsas sobre cómo se transmitía el coronavirus, supuestas curas contra la infección, sobre el origen del virus, que muchos decían que tenía un origen artificial e, incluso, que era un arma biológica… Después, fueron los bulos sobre las mascarillas, como que te puedes asfixiar con ellas, que no permiten el paso del oxígeno, etc. Y al final, la vacunación ha sido el eje central de los bulos, casi siempre exagerando sus riesgos o inventándose cosas como que [las vacunas] tienen grafeno, microchips… Ha habido bulos de todos los colores.

¿Y cuáles son los principales canales de difusión?

Sin lugar a duda, las redes sociales y WhatsApp, al menos en España. Al principio de la pandemia, la Universidad de Navarra hizo un estudio en el que se veía que la mayoría de los bulos circulaban por las redes sociales. Además, por la forma que se difunde la información, que se reenvía a los contactos, muchas veces no se analiza lo que llega.

«Los bulos explican cosas de forma aparentemente muy sencilla»

¿Qué intereses hay detrás de todas estas noticias falsas?

Hay intereses muy variados. Muchas veces es interés económico. Por ejemplo, en Estados Unidos se ha visto de forma muy clara. Joseph Mercola, que es una persona muy integrada en el mundo de las pseudoterapias, ha sido uno de los principales difusores de bulos sobre el coronavirus y ha tenido unos ingresos enormes en la pandemia. Ha ganado mucha notoriedad, ha recibido atención de medios que no deberían haberle dado eco mediático y que él ha aprovechado para promocionar sus productos y ha reforzado su negocio gracias a esto. En España tenemos a Pàmies y a otros defensores de las pseudoterapias, que también han aprovechado para buscar atención mediática y defender sus ideas y promover sus productos. Aquí muchas personas han intentado recomendar el dióxido de cloro para el coronavirus, entre otras enfermedades, y la pandemia ha sido para ellas casi una oportunidad para hacerse un hueco en este ámbito de las pseudoterapias. Aparte del interés económico, en el ámbito político hay personas a las que les interesa sembrar la desconfianza hacia instituciones sanitarias o hacia los gobiernos que intentan imponer normas sanitarias. Y después está la gente que simplemente quiere sembrar el caos y difunden noticias falsas porque así pueden tener una visibilidad y ganar notoriedad.

En un estudio previo a la pandemia se alertaba de que las noticias falsas se difunden con más rapidez que las verdaderas. ¿Son más fáciles de creer?

Tiene su lógica si entendemos cómo funcionan las redes sociales: allí prima la brevedad, la sencillez. Los mensajes cortos, muy visuales, son los que más probabilidades tienen de compartirse. Y los bulos explican cosas de forma aparentemente muy sencilla. Además, muchas veces, los que los crean, los elaboran con infografías y con mensajes impactantes que despiertan sentimientos en la audiencia como indignación, sorpresa o incredulidad. Sabemos que si se potencian sentimientos en la audiencia, se van a difundir mucho más. Eso es algo que los comunicadores sabemos bien. Y precisamente los bulos están diseñados para viralizarse y que se difundan mucho más que las noticias que simplemente informan o desmienten contenidos falsos. En ese sentido, la información elaborada de forma neutral y compleja juega en desventaja.

«Hay que mirar con escepticismo todo lo que nos llegue a través de las redes sociales»

¿Cómo afectan las noticias falsas a la toma de decisiones sobre salud?

De diversas maneras. La principal y más peligrosa es que pueden sembrar la confusión entre la población, no saber qué es cierto y qué es falso, y que eso dificulte seguir las recomendaciones sanitarias de las instituciones. De forma más concreta, puede hacer que las personas no quieran vacunarse, usar las mascarillas, o piensen, directamente, que el coronavirus no existe. Por ejemplo, las personas que no han querido vacunarse tienen una percepción totalmente irreal del riesgo de las vacunas mientras que desprecian los riesgos que tiene la COVID-19. Afortunadamente, en España ese porcentaje es muy pequeño, pero en conjunto son muchas personas y parte de esa postura proviene de la información errónea que les ha llegado.

¿Qué podemos hacer para protegernos contra los bulos?

Dado que, por defecto, las redes sociales son amplificadoras de bulos hay que mirar con escepticismo todo lo que nos llegue a través de ellas. Cuando nos llegue una información hay que preguntarse: ¿esto tiene alguna base? Y si nos suena mal hay muchos servicios web como Maldita, Newtral o Salud sin bulos, que se dedican sistemáticamente a analizar este tipo de noticias. Basta simplemente con copiar lo que nos llega, pegarlo en Google e inmediatamente podemos comprobar si esa noticia es verdad o no. Son tan solo unos segundos y nos sirven para protegernos de los bulos y también para hacer de cortafuegos y decir a la persona que nos lo ha enviado: «Oye, esta información es falsa. Avisa al resto de tus contactos». Es la forma más sencilla que tenemos, de forma grupal, para cortar las alas a los bulos.

Eres una persona muy activa en redes sociales. La divulgación que haces en Twitter ¿se ha intensificado con la pandemia?

Sí, he estado más activa con la pandemia. Por una parte, porque veía las noticias y sentía la necesidad de analizarlas. Y por otra, porque los lectores me preguntaban. Normalmente, cuando una persona te consulta es porque muchísimas más tienen la misma duda así que también aclaraba cuestiones sobre ese asunto. De hecho, he aumentado seguidores en Twitter precisamente por la actividad que tuve en la pandemia ya que había mucha gente buscando información fiable y yo, y muchas más personas que estamos en el ámbito científico-sanitario, hemos contribuido a aportar un poco de sentido común y análisis.

© Mètode 2021
Periodista. Revista Mètode.