Ramon Folch, un biólogo heterodoxo

Retrato de un socioecólogo presocrático y volteriano con espíritu menestral

De palabra ingeniosa y serenamente apasionada, de mirada escéptica, de talante heterodoxo y disposición hedonista de raíces mediterráneas, Ramon Folch i Guillèn (Barcelona, 1946) es un referente del pensamiento socioecológico. Biólogo de formación, inquieto y curioso hasta el infinito, ha dedicado y dedica su vida a observar los sistemas naturales y los sistemas humanos, a pensar y escribir sobre estos para –hasta donde puede y le dejan– trabajarlos y transformarlos. Desde una filosofía vital de revolucionario útil, radical en las concepciones y a la vez elástico en las concreciones. Para alcanzar, aunque imperfecta y desafiando la entropía, la utopía sostenibilista.

Ramon Folch y su arco de torvisco (Daphne gnidium) en Can Sauró, masía donde pasaba los veranos de pequeño (Collserola, 1953). / Foto: Archivo personal de Ramon Folch

La reflexión y la acción desde una mirada socioecológica es la tarea principal de Ramon Folch, hoy menos intensa a causa de su reciente jubilación. No obstante, ha transitado por varios ámbitos profesionales: «He recorrido casi todas las situaciones laborales, quitando de las propias de la condición militar o eclesiástica», como afirma en la obra La dèria de mirar. Passions i paisatges d’un ecòleg (Editorial Planeta, 2000). Y ciertamente ejerció como profesor universitario en la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona, como funcionario de la Diputación de Barcelona, como profesional por cuenta ajena y como lo que ahora se llama autónomo, es decir, profesional liberal. Y también como empresario y como cargo de confianza política sin que nunca haya ejercido propiamente de político –ha hecho lo que los anglosajones denominan civil servant–. Este gusto por experimentar y aprender –y a veces también sufrir– en diferentes sistemas laborales, lo combina con un entusiasmo por viajar y conocer mundo, ya desde muy joven. Un hombre que no se ha quedado quieto, quizás convencido de que muchas sillas tienen espinas.

El Mowgli de Collserola

La selva india y la sierra de Collserola, que se extiende entre los ríos Llobregat y Besós, son muy diferentes. Pero en definitiva son espacios naturales, donde se puede descubrir cómo funciona la naturaleza y sus leyes. Y Folch cimentó su cultura naturalística durante la niñez y la primera juventud en sus estancias de junio a septiembre, cuando veraneaba con los abuelos en una masía destartalada sin agua ni luz, situada en la parte alta de Collserola. Allá jugaba a los «indios», al escondite, le encargaban ir a buscar leña al bosque y agua a la fuente… Descubrió miles de plantas curativas y comestibles, árboles y bichos. Un tipo de inmersión en la naturaleza sin red y de conexión que le otorgó una sabiduría basada en la experiencia. Durante los anocheceres observaba el cielo mientras escuchaba Radio Barcelona en un aparato de galena. Una niñez de ensueño, emulación local del Mowgli de El libro de la selva de Kipling. Sus compañeros no eran la pantera Bagheera, ni el oso pardo Baloo, ni la serpiente Kaa o la loba Raksha, sino un grupo de niñas, hijas de otras familias, que compartían la masía.

«En el entorno familiar de Ramon Folch convivían los valores menestrales con la curiosidad por las ideas y el pensamiento»

Para un hijo único de una familia trabajadora de los años cincuenta, en pleno franquismo, que no se podía permitir ir de vacaciones, la estancia anual en Collserola era una alternativa austera pero fascinante. Un ejercicio cotidiano de libertad en tiempo de penurias y racionamiento. Y la realidad que vivía el resto del año lo confirmaba. Durante el curso, Folch era alumno de los maristas de Sant Joan. Como la inmensa mayoría de las escuelas de la época, era católica, las clases se daban en castellano y se cantaba el «Cara al sol». Como no había calefacción y hacía un frío de mil demonios, los sabañones eran frecuentes en las orejas y los dedos. Y en la única clase de educación sexual que recibieron los chicos, la consigna fue: «No se toquen la pilila». Collserola era el paraíso comparado con la vida en aquella escuela del Eixample barcelonés.

Los valores de una familia de menestrales

Los orígenes familiares marcan y conforman una parte importante de nuestra identidad. Absorbemos valores, creencias, estilos de ir por el mundo e interpretarlo. Los padres y abuelos de Folch eran obreros conscientes de su condición y herederos de la tradición anarquista-utópica de finales del siglo XIX y principios del XX, tan arraigada en Cataluña. Eran menestrales convencidos del valor del trabajo bien hecho, del mérito y del esfuerzo para lograr una vida digna. Folch ha integrado este espíritu y lo ha llevado al trabajo intelectual.

Ramon Folch y el ecólogo Ramon Margalef (izquierda) en 1972. Margalef era una de las figuras que revolucionaron los estudios de biología en la Universidad de Barcelona, donde Folch empezó a trabajar como profesor ayudante en el Departamento de Botánica a finales de los años sesenta. / Foto: Archivo personal de Ramon Folch

En el entorno de Ramon Folch convivían los valores menestrales con la curiosidad por las ideas y el pensamiento. Tenía un abuelo farolero seguidor de la teosofía de Camille Flammarion y que leía filosofía. En casa de los padres de Ramon Folch había una biblioteca modesta pero suficiente para adentrarse en el placer de la lectura. Entre los libros de la biblioteca figuraba un ejemplar de la primera edición (1932) del Diccionari general de la llengua catalana, de Pompeu Fabra, que el padre había salvado de la quema cuando estaba encarcelado en Lleida tras la Guerra Civil. Fue un acto valiente y arriesgado que permitió a Folch aprender a escribir en catalán, la lengua propia, lo que no era posible en la escuela. También tenía un tío bisabuelo, Antoni Palau Dulcet, que fue un reconocido bibliófilo, autor del Manual del librero hispanoamericano, que regentaba una librería en la calle de Sant Pau de Barcelona. De joven, pasaba ratos en la trastienda entre miles de fichas hechas a mano por Palau Dulcet.

A principios de los sesenta, con quince años tuvo los primeros trabajos que combinaba con los estudios. En el comercio Palau, de la calle de Pelai, conocido por su especialidad en trenes eléctricos y donde se ocupó de las secciones de estilográficas y minicars. Más adelante hizo de guía turístico en viajes de pequeños grupos que iban a Galicia, Madrid y excepcionalmente al sur de Francia. Estas excursiones permitían a Folch viajar gratis, cobrar unas pesetas, desarrollar la pasión por viajar y entrenar la faceta de orador describiendo los paisajes desde el autocar.

«En 1977 el presidente Tarradellas, poco antes de su retorno a Cataluña, pide a Folch que se vean en París»

La elección de la biología como carrera universitaria no fue por influencia de ningún maestro ni por precedentes familiares. Era una afición nacida en Collserola y también a raíz de las estancias en el caserón de un amigo en la comarca de El Bages. En la Universidad de Barcelona de los años sesenta, donde tampoco había calefacción, convivían profesores de vieja escuela con otros de una nueva generación. El genetista Antoni Prevosti, el microbiólogo Ramon Parés y el ecólogo Ramon Margalef representaban el nuevo mundo y la nueva forma de hacer en biología. Folch se incorporó como profesor ayudante al Departamento de Botánica, del cual formaba parte Oriol de Bolós, hombre muy preocupado por la lengua y cultura catalanas. A partir de 1968, Folch combinaba las clases en la Universidad –el sueldo era miserable– con las tareas de redactor en el proyecto de la Gran enciclopèdia catalana. En aquella época empezó a intuir que le gustaba la gestión, preocuparse y ocuparse de transformar la realidad.

Los presocráticos, Lucrecio y Voltaire

Ramon Folch es un heterodoxo, una actitud arraigada en los presocráticos e indisociable del pensamiento científico. Folch es un hombre de acción que entiende que esta siempre tiene que estar fundamentada en una reflexión profunda. Le gustan los territorios de frontera. Y le interesa especialmente la filosofía como un método de análisis y creación de paradigmas para construir la realidad. Se considera presocrático y seguidor de Heráclito. Le apasiona Lucrecio, autor de la obra De rerum natura, un largo poema en hexámetros que pretendía dar a conocer la doctrina de Epicuro y el atomismo. El objetivo de Lucrecio era luchar contra la religión para liberar al hombre del miedo a los dioses. La razón y la ciencia, afirma Lucrecio, vencen a la religión al hacer evidente que todo tiene una causa natural; para no temer la naturaleza hay que admirarla y disfrutarla.

Jornada de trabajo de campo de Ramon Folch (arriba de todo) con su grupo de estudiantes de botánica de la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona, en la primavera de 1975, en las montañas de Prades. En la foto, aparecen también Josep Montserrat (en el centro, con camisa de cuadros y gafas), que años más tarde sería director del Instituto Botánico de Barcelona; a su derecha, Àngel Romo, otro botánico reconocido, y entre los dos, José Mª Egea, que llegó a ser decano de la Facultad de Biología de la Universidad de Murcia. / Foto: Archivo personal de Ramon Folch

Los presocráticos y Lucrecio, para Folch, prefiguran el pensamiento científico, que no el método. Y es el pensamiento presocrático alimentado por el método científico lo que configura el pensamiento científico moderno, que lleva genes heterodoxos y disruptivos. Otro rasgo que define a Ramon Folch es su interés por las ideas de Voltaire. Folch es agnóstico y el filósofo francés era creyente y monárquico pero de espíritu libre. La principal obsesión de Voltaire era luchar contra la infamia que en su tiempo eran los prejuicios religiosos. Hay que contrastarlo todo, afirmaba. Precisamente, el último libro de Ramon Folch, Abecedari socioecològic, publicado por Mètode con el patrocinio de Agbar y la colaboración del Institut d’Estudis Catalans, es un homenaje al Diccionario filosófico de Voltaire. Decíamos que Folch es agnóstico pero reconoce la importancia de los valores cristianos –que no católicos– en su vida. El respeto, el altruismo, el nosotros antes que el yo… son también los valores que presiden la evolución cooperativa en biología. Los triunfos evolutivos son resultado de la cooperación. Esta ha sido su filosofía en todos los proyectos que ha desarrollado en equipo.

El Llibre blanc

El año 1972 es clave en la trayectoria de Ramon Folch. Oriol de Bolós y Lluís Solé Sabarís, entre otros, recuperan la Institució Catalana d’Història Natural, en coma desde 1936, y proponen incorporar a la nueva generación de biólogos. Folch es nombrado secretario general. Aquel mismo año, el economista, ornitólogo y promotor cultural Joaquim Maluquer propone al joven Folch emprender un proyecto que ha resultado clave en la historia ambiental y sociopolítica de Cataluña: el Llibre blanc de la gestió de la natura als Països Catalans. Ramon Margalef, Jaume Terradas, Joandomènec Ros, Montserrat Demestre, Enric Gadea, Josep Maria Camarasa, Xavier Bellés y hasta unos ochenta expertos conforman un gran equipo para crear una obra, escrita en catalán, que denunciaba la mala gestión de la naturaleza en los Países Catalanes. Folch y los colaboradores tardan cuatro años en hacer el trabajo. Estamos en 1976, el dictador ha muerto, y pasan muchas cosas. Entre ellas, la celebración del Congrés de Cultura Catalana, impulsado en exitosa simbiosis por la derecha catalanista y gente de izquierdas. El Llibre blanc se convierte en documento de trabajo del ámbito del territorio, que llegó a hacer mil actas. La dinámica del Congreso supone el nacimiento de la mayoría de las entidades ecologistas que existen hoy en Cataluña, el País Valenciano y las Islas Baleares.

El Llibre blanc se publicó el mismo 1976 con el título Natura, ús o abús?, editado por Barcino, y se ha convertido en un documento de referencia para las políticas ambientales en los territorios de habla catalana. Y muchas de sus reflexiones todavía tienen vigencia.La obra Biosfera, también dirigida por Folch y con versiones en catalán, inglés, alemán y japonés, es en cierto modo hija de la forma de trabajar en red del Llibre blanc.

Gestión entre políticos

Las experiencias vividas hacen que Folch, con treinta años, tenga claro que tiene aptitudes y le interesa la gestión. Inicia su etapa como servidor civil. Primero dirige el Servicio Ambiental de la Diputación de Barcelona y después el de la Generalitat. En 1977, el presidente Tarradellas, poco antes de su retorno a Cataluña, pide a Folch que se vean en París. Estaba preparando su retorno. En 1979, Tarradellas le pide que, junto con Manuel Ortínez, organicen la campaña del Estatuto. A pesar de que Folch era más bien partidario, como Josep Benet, de recuperar el Estatuto del 32, acepta el encargo. Aprobado el Estatuto, también tiene un papel clave en la organización de las elecciones catalanas en el Parlamento de 1980. Aquellas que gana Jordi Pujol a Joan Raventós contra pronóstico.

«La difusión del conocimiento y hacerlo accesible con rigor ha sido una inquietud constante para Folch»

Después Folch ha mantenido una cierta relación con Jordi Pujol, siempre con una cierta prevención mutua y buenas formas, a pesar de que Pujol vetó a Folch, por ejemplo, como secretario del Consell Assessor pel Desenvolupament Sostenible (CADS) que impulsaba Pere Duran Farell, otra persona de relieve para Folch. En la UNESCO, Folch también ha desarrollado la faceta de servidor civil a escala global. Entre 1982 y 1994 fue consultor en gestión ambiental de la UNESCO y secretario general del Comité Español del Programa MaB, lo que le permitió conocer y trabajar sobre el terreno en varios países africanos y latinoamericanos. El vínculo con Latinoamérica lo ha mantenido durante muchos años y, de hecho, él mismo se siente un «latino americano», como explica en La dèria de mirar. Colaboró con la red internacional FLACAM, un foro de ciencias ambientales, y llevó a cabo varios proyectos en la Patagonia, Guatemala, Chile, Brasil, Bolivia y Perú.

Un episodio relevante de la trayectoria profesional de Folch ha sido la presidencia de la Junta Administrativa del Hospital Clínico de Barcelona. Desde esta responsabilidad, fomentó la cooperación internacional –como la creación de hospitales en el Chad, Zaire y Mozambique (en este ha hecho su investigación sobre la malaria Pedro Alonso)– y la puesta en marcha del Servicio de Medicina Tropical con el doctor Manuel Corachán. Además, entre 2004 y 2009 ejerció como presidente del Consejo Social de la Universidad Politécnica de Cataluña.

La aventura empresarial

El bagaje vital y profesional de Folch hace que en 1994 se ponga un nuevo sombrero: el de empresario. Así, a raíz de la sugerencia de Nuria Doladé, crean juntos el Estudio Ramon Folch (ERF). Hace 26 años, poner en marcha una empresa con espíritu de think tank y que ofrecía productos y servicios que prácticamente nadie pedía era una decisión arriesgada y visionaria. Y más si no había capital financiero –únicamente humano– ni un mercado maduro. Folch hizo sobre la marcha un curso acelerado de lógica empresarial y tuvo que modular su afán de perfección. Aprendió rápidamente la diferencia entre el coste de las cosas y el precio que tienen y, sin renunciar a la excelencia, incorporar el chip de la cuenta de resultados. Una empresa no va adelante solo con un propósito claro, ideología y entusiasmo. El pragmatismo, sin traicionar los principios, también es necesario. Así, ERF ha sido y es una consultoría/ingeniería ambiental pionera que ha hecho una tarea de investigación aplicada, coral y transdisciplinaria. En cierto modo, ha aplicado la lógica de un departamento de investigación sin recibir subvenciones y con una orientación aplicada. Hoy, ERF está dirigida por el ingeniero Ivan Capdevila, que cuenta con un equipo con un amplio conocimiento de los temas ambientales.

Folch con un emú (Dromaius novaehollandiae) durante el rodaje de la serie Mediterrània (Australia Occidental, 1987). / Foto: Archivo personal de Ramon Folch

La perspectiva sobre el concepto de sostenibilidad ­–definido en el Informe Bruntland en 1987– de Ramon Folch ha estado siempre presente en sus tareas y en el código genético de ERF. Ciertamente, ha ido evolucionando. El constructo ecológico de Margalef es el cimiento de la perspectiva de Folch, que al cabo de unos años fue completado con la teoría de la simbiogénesis de Lynn Margulis. Ella demostró que la simbiosis no era una curiosidad que se daba de vez en cuando en la naturaleza. Bien al contrario, el progreso evolutivo es el resultado de las relaciones simbióticas entre organismos. Folch lo relacionó con la importancia de la cooperación social y reforzó la intuición de que la especialización pura no lleva a ninguna parte.

Y sobre estos cimientos teóricos más las experiencias vividas, Folch sostiene que la sostenibilidad es un intento humano de contrariar a la entropía, entendida en términos físicos y también sociales. Así, la sostenibilidad sería la mejor relación coste-beneficio, siempre que se contemplen todos los costes, incluidos los ambientales, y todos los beneficios, también los sociales. Efectivamente es una decisión muy pragmática y poco trascendente, que pone el foco en los procesos y en la importancia de las ingenierías de proceso. Estas ideas las desarrolló en el libro La quimera de créixer, editado por RBA.

«En 1977 el presidente Tarradellas, poco antes de su retorno a Cataluña, pide a Folch que se vean en París»

Desde esta perspectiva, Folch se muestra preocupado por la incapacidad de reacción ante los retos que tenemos. Evidentemente, el mundo avanza y, a pesar del infinito sufrimiento y dolor causado por la actual pandemia, tenemos muchos más conocimientos y herramientas de los que tenían nuestros antepasados durante la devastadora gripe del 1918. Eso es indiscutible gracias a los adelantos de la ciencia y la medicina. Lo inquietante es el estado de estrés actual y cómo, a pesar de la alteración del contexto planetario tan lesiva para nuestros intereses, somos incapaces de tomar medidas inteligentes y radicales. Ciertamente, emergen nuevos valores entre las nuevas generaciones que permiten divisar un nuevo paradigma. La inquietud de Folch es que sea más lenta la superación de la problemática socioecológica que la renovación generacional.

Difusión del conocimiento y reconocimientos

Llevara el sombrero que llevara, la difusión del conocimiento y hacerlo accesible con rigor ha sido una inquietud constante para Folch. A través de los libros, de las exposiciones (como «Habitar el món»), del columnismo periodístico o los programas audiovisuales (como Mediterrània emitido por TV3 en 1988-1989) ha decantado el pensamiento abstracto en conocimiento asequible. Este es el objetivo de la sección «Sociofolcología» publicada los últimos once años en la revista Mètode y que se ha convertido en la obra Abecedari socioecològic, con ilustraciones de Anna Sanchis.

 

«El último reconocimiento recibido por Ramon Folch ha sido el Premi Nat 2020 que otorga el Museu de Ciències Naturals de Barcelona»

La mayoría de los humanos necesitamos que la comunidad reconozca las contribuciones que hacemos. En el caso de Ramon Folch, esto se ha dado con creces. En 1990 le fue otorgado el premio de Honor de la Fundación Carulla; en 1991, la Medalla Narcís Monturiol al mérito científico y tecnológico, y en 1995, el Premi Medi Ambient, ambos concedidos por la Generalitat de Cataluña. En 2004 recibió el Premi Ciutat de Barcelona por la exposición «Habitar el món», que también fue finalista del Descartes Communication Prize de la Unión Europea. El último reconocimiento ha sido el Premi Nat 2020 que otorga el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona. Y en 2013, el Colegio de Economistas lo nombró Colegiado de Honor, que ya tiene mérito para un profesional que se dedica a la socioecología.

Epílogo

Ramon Folch

Recepción del Premio Nat, otorgado por el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona (Can Font, Pla l’Estany, 2020). / Foto: Museo de Ciencias Naturales de Barcelona

Ramon Folch contempla la vida que le resta con lucidez tranquila, consciente de un trabajo bien hecho y que le ha permitido vivir dignamente. Los valores familiares recibidos han funcionado. Continúa con las reflexiones sobre el callejón sin salida en el que vive la humanidad, sobre la patrimonialización del ambiente y sobre la manera de conseguir que las empresas se guíen por los balances más que por las cuentas de explotación, sobre la importancia de las ingenierías de proceso, sobre el futuro laboral de las jóvenes generaciones…

Desde un rincón maravilloso de la comarca del Pla de l’Estany, en una vieja masía rehabilitada con criterios de sostenibilidad, se mantiene fiel a la heterodoxia y al hedonismo pero más sosegadamente. Ya no pasa frío y tiene la naturaleza a un paso. De Collserola al Pla de l’Estany después de investigar y observar medio mundo. Como afirmaba su admirado Heráclito, en el círculo se confunden el principio y el fin.

© Mètode 2021 - 108. Ciencia ciudadana - Volumen 1 (2021)
Periodista científico. Director de los programas Deuwatts y Terrícoles a Betevé. Profesor asociado en la Facultad de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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