El ciclo de la vida

Las fiestas y los ritos de paso

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Jeremy Deller. Sacrilegio, 2012. Instalación móvil./ Tom Ledger.

La antropología, la historia y, en menor grado, la sociología han mostrado permanente interés por las fiestas y rituales en general, y por las relacionadas con las diversas etapas de la vida de los grupos en particular. Las fiestas, aunque tienen un carácter excepcional en la vida de los hombres, pudiera decirse que son lo contrario de la cotidianidad; ofrecen, sin embargo, perspectivas para el conocimiento de las sociedades y sus cultuales que la vida diaria no ofrece sino en un período largo de tiempo. En cierta manera en la fiesta se nos muestra la sociedad, sus estructuras y valores, de forma real o simbólica, en un corto espacio de tiempo y en un espacio concreto y abarcable. En la fiesta, el conjunto de los miembros de una unidad social exteriorizan los roles, actualizan los estatus, muestran sus creencias, símbolos e iconos más valiosos, surgen a la luz las contradicciones, se visualizan las clases sociales y se reafirma la identidad, y todo ello en un ambiente lúdico, ceremonial, artístico y colorista sazonado con la ingesta de comida y bebida que favorecen la emotividad, llegándose en ocasiones hasta la catarsis. Es por todo ello que estudiarla ha atraído el interés de las ciencias sociales.

«La vida de los hombres pasa por una serie de etapas que desde el nacimiento les lleva inexorablemente a la muerte»

Hay fiestas que involucran a la sociedad en su conjunto y otras que solo afectan directamente a sectores de ella, aunque indirectamente, por presencia o ausencia, implican a todo el conjunto. No hay que olvidar el carácter eminentemente local de la mayoría de las fiestas. Del desconocimiento de este dato se derivan no pocas incomprensiones por parte de los visitantes, que llegan a pensar que la fiesta se ha creado para su beneficio y disfrute, y que todo debe responder a sus intereses. Esto es evidente en ciertas fiestas que han traspasado los niveles locales y regionales y se han convertido en atractivo turístico, lo cual conlleva unas contradicciones en las que no vamos a entrar. En este trabajo, sin embargo, solo nos referiremos a las que se celebran con ocasión del paso de una etapa a otra de los diferentes grupos de edad, es decir, las que acompañan a los ritos de paso de los que forman parte indisociable. Las referencias en este artículo, aunque válidas en ocasiones para el conjunto de España, nacen del estudio de Andalucía, y se sitúan en un arco cronológico que va desde el último tercio del siglo xx hasta la actualidad.

El ciclo de la vida y los ritos de paso

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Jeremy Deller. Sacrilegio, 2012. Instalación móvil./ Felibrilu.

La vida de los hombres pasa por una serie de etapas que, desde el nacimiento, les llevan inexorablemente a la muerte, una vez pasadas la niñez, la juventud, la madurez y la vejez. El hombre ha culturizado el paso por estas etapas y las ha adaptado a sus circunstancias medioambientales y esperanza de vida, marcándolas con rituales festivos que establecen un antes y un después y un cambio de estatus. Son los llamados ritos de paso, según la terminología que estableciera Van Gennep, rituales que se dan en contextos festivos. Cada sociedad ha establecido estos rituales y los ha adaptado a su cultura destacando aquellos que más valiosos les resultan socialmente. A modo de ejemplo, las sociedades llamadas primitivas daban mucha importancia a la pubertad, que hacía que los niños y niñas dejaran de serlo para pasar a ser jóvenes con capacidad de reproducirse y crear unidades sociales que dieran continuidad a la sociedad y mantenerse, máximo objetivo de cualquier unidad social. Por el contrario, la sociedad occidental ha minusvalorado y hasta ocultado este ritual de paso negándolo, porque tradicionalmente no ha valorado este cambio por no serle útil o querer ocultarlo, dejando estas necesarias funciones para etapas más tardías de la vida de los jóvenes. En cualquier caso, estos rituales festivos adscritos a grupos de edad se han reducido y simplificado en la actualidad.

«Los pasos se establecen por género y grupos de edad, de manera que todos los miembros masculinos o femeninos de una comunidad los atraviesan en una misma etapa de la vida»

Estos pasos se establecen por género y grupos de edad, de modo que todos los miembros masculinos o femeninos de una comunidad los cruzan en una misma etapa de la vida, aunque no siempre simultáneamente; es decir, que puede ser por unidades menores como la familia. Entre los grupos de edad se crean afinidades y solidaridades nacidas de la convivencia y experiencia vividas que los rituales consagran y singularizan. En la sociedad tradicional española, los pasos principales están sancionados por la Iglesia católica y las leyes civiles, que los condicionan y rigen, dándoles carácter sobrenatural en el primer caso y sanción legal en el segundo.

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El bautismo, administrado por la Iglesia católica, es la primera fiesta importante ligada al ciclo de la vida. En la imagen, recién nacido puesto bajo la protección de la Virgen (Andalucía)./ Foto: Salvador Rodríguez Becerra

Una clasificación ad hoc pudiera quedar del modo siguiente. En primer lugar, el bautismo, que supone el reconocimiento del nuevo ser como cristiano por un lado y como miembro de la sociedad por otro, y que lleva aparejada la inscripción en el libro de bautismos y registro civil y la fijación de un nombre propio; la primera comunión, que marca el final de la primera infancia y el reconocimiento de haber alcanzado el «uso de razón» o capacidad de discernir el bien del mal y cierta responsabilidad de los actos. La pubertad, como ya apuntábamos anteriormente, no está marcada ritualmente en las sociedades occidentales, y sin solución de continuidad discurre hasta la mayoría de edad, no marcada actualmente, pero hasta hace pocos años lo estaba por la entrada en quintas y el cumplimiento del servicio militar, entre los dieciocho y los veintitantos años, aunque este paso solo se destacaba para los varones. Las fiestas de quintos marcaban hasta hace unas décadas el final de la juventud y el comienzo de la madurez con responsabilidades civiles y la disponibilidad para el matrimonio. Este hecho marcaba también a las mujeres, porque, a través del matrimonio y la celebración de la boda, establecía para ambos géneros una nueva etapa.

Luego comenzaba una larga etapa de desigual duración para hombres y mujeres en función de las expectativas de vida, e incluía derechos y obligaciones hasta la vejez, pero que no suponía en la sociedad tradicional, básicamente campesina, ningún ritual, aunque en los últimos decenios queda marcado por las fiestas que los compañeros de trabajo ofrecen en el momento de la jubilación, lo que implica generalmente el acceso a una pensión. La muerte, que, aunque no es privativa de ningún grupo de edad, tiene mayor incidencia en los ancianos, se marca con un elaborado y en ocasiones complejo ritual que va desde la agonía o cercanía de la muerte hasta el entierro en un cementerio municipal o católico. Este proceso, cargado de gran peso emocional, estaba muy presente hasta fechas muy recientes en la sociedad tradicional, a través de un complejo ritual que duraba meses y hasta años y mantenía a la familia, y especialmente a las mujeres, total o parcialmente marginada de la sociedad, la excluía de las actividades sociales y de ocio durante años, por tener que guardar luto, permanente recordatorio del difunto o difunta.

Las fiestas y los ritos de paso

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La primera comunión ha evolucionado hasta convertirse en una especie de «boda menor», evidente en el vestido que lucen los niños y sobretodo las niñas, como muestra la fotografía de época. Este ritual marca el final de la primera infancia./ Foto: Salvador Rodríguez Becerra

El nacimiento de un nuevo miembro y su bautismo, en la sociedad tradicional, era en general recibido con alegría, pero en ocasiones también con resignación y hasta con dolor, y se celebraba con una pequeña fiesta de muy reducido ámbito y duración. El nacimiento era una consecuencia de la vida en pareja y esto no era siempre bien recibido, aunque la alegría o, en su caso la resignación, se expresaba con una frase acuñada referida al nasciturus:«a su casa viene». No puede decirse que la sociedad tradicional fuera abortista, salvo en contadas ocasiones de extrema necesidad, y la llegada de estos nuevos seres era festejada con ocasión del bautismo, que era tanto como su plena incorporación a la sociedad. Hasta este momento, que se producía dentro de los primeros cuarenta días, madre e hijo no salían de la casa, el padre buscaba un padrino al que le había ofrecido esta función durante la gestación, o bien era la respuesta al ofrecimiento de algún amigo, en uno u otro caso se comprometían a «echarle el agua al niño» y a correr con los gastos que la celebración llevara aparejada. La madrina o era la esposa del padrino o algún miembro de su familia. En Andalucía y en la época a que nos referimos en este artículo, ya no estaba plenamente vigente el apadrinamiento entre sectores sociales muy distantes, sino más bien al contrario, evolucionando hacia la búsqueda de padrinos entre familiares y amigos.

Tras la ceremonia en la iglesia parroquial, la corta comitiva –en muchos casos los padrinos, el padre y algún vecino– se dirigía a la casa y en el camino la chiquillería reclamaba al padrino calderilla o caramelos con una canción que se repetía a lo largo del trayecto «padrino, no te los gastes en vino, tíralo al pelón», en referencia al recién nacido. Ya en la casa la madrina entregaba el niño a la madre diciéndole: «Comadre, aquí tiene a su hijo. Me lo entregó moro y se lo devuelvo cristiano.» Allí se invitaba a la familia y algunas personas más del vecindario, sin que tuviese una larga duración, dado que el bautizo se celebraba a la caída de la tarde, aunque la fiesta estaba en función de lo rumboso que fuese el padrino, y en donde no faltaban vino, aguardiente y pestiños u otros dulces. Si el niño de teta, como se conocía a los lactantes, no sobrevivía, dado el alto índice de mortalidad infantil hasta bien entrada la segunda mitad del siglo xx, el infante era enterrado discretamente. Tras el bautizo empezaba una especial relación entre los padrinos y el ahijado y entre padres y padrinos que les obligaba mutuamente y que, entre otras cosas, requería el tratamiento de usted entre compadres.

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A pesar de las profundas transformacionse en la moral y en las formas familiares, el matrimonio continúa siendo un rito de paso fundamental en nuestras sociedades modernas que marca la entrada en la vida adulta y el inicio en muchos casos del período reproductivo. En la imagen, fotografía de una boda en Xàtiva hacía 1900./ Colección Díaz Prosper. Universitat de València

El siguiente momento de paso era la primera comunión, que solía recibirse entre los siete y los nueve años. Se entendía que con esta edad los niños ya habían adquirido el «uso de razón» y distinguían el bien del mal, y por tanto podían y debían ser castigados cuando trasgredían las normas establecidas. Este ritual, en general y salvo familias de cierto nivel social, no llevaba aparejada la celebración de una fiesta, excepto un desayuno para los niños que comulgaban ese día que en muchos casos ofrecía el colegio o la parroquia. La fiesta que con motivo de la primera comunión organizan los padres ha evolucionado mucho en los últimos decenios, hasta el punto de que se ha convertido en una «boda menor» en cuanto al atuendo que lucen los niños –uniformes militares o similares– pero sobre todo las niñas, que visten verdaderos trajes de novia, y por la magnitud de la celebración, verdaderos banquetes en la mayoría de los casos. Resulta llamativo que, siendo los niños la causa de la celebración, son los adultos los protagonistas, pues son los padres los que invitan a sus familiares y amigos y los que fijan el menú en razón de su nivel económico. Los niños suelen recibir regalos, cuando en otro tiempo visitaban a la familia para que les dieran dinero. La celebración del acto de la confirmación, sacramento de poca relevancia para la mayoría de la sociedad, no lleva aparejada ninguna celebración festiva.

Unas fiestas que han dejado de celebrarse en los últimos años, y que llevaban aparejado un cambio importante en el ciclo de la vida de los varones, son las que tenían lugar en torno a la talla de los mozos, el sorteo de plaza y el posterior llamamiento a filas para cumplir el servicio militar. Este, aunque no siempre tuvo carácter obligatorio para todos, pues algunos por diversos motivos y subterfugios quedaban liberados del mismo, era de general cumplimiento para la mayoría de los jóvenes varones. Estos, los pertenecientes a una quinta en razón del año de nacimiento, formaban un grupo compacto y entraban en un tiempo neutro de forma que quedaban exonerados de ciertas obligaciones y se les permitían ciertas licencias. Celebraban diversas fiestas en las que las familias ponían los medios y ellos disfrutaban exclusivamente como grupo. Estas fiestas de quintos tenían mucho de carnavalescas, pues trasgredían el orden y ejercían la crítica burlesca sobre personas y familias con canciones y pintadas. En ciertos lugares estos jóvenes se iniciaban sexualmente en prostíbulos de la ciudad. Tras el servicio militar el joven era aceptado como hombre y se le exigían las obligaciones propias de este grupo: responsabilidad, casarse y crear una familia, pero también empezaba a gozar de privilegios; por ejemplo, se les permitía alternar en los bares y fumar en presencia del padre.

«El matrimonio constituía el rito de paso más transcendental para los hombres pero sobretodo para las mujeres. Conseguir la maternidad era así mismo un éxito íntimamente sentido»

Otras fiestas que marcan el final de la niñez y el comienzo de la juventud son las corridas de toros populares o capeas, tan populares en las zonas serranas de Andalucía, y más recientemente el sacar los pasos de Semana Santa como costalero u hombre de trono. Las mujeres carecían de rituales que marcaran su paso de joven a mujer, solo si tenían novio debían guardar la ausencia. En los últimos tiempos se ha generalizado la celebración de fiestas de despedida de solteros y solteras, por separado, en donde se rompen los límites del pudor con gestos, expresiones verbales y objetos eróticos.

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La forma o el grado de implicación en la fiesta puede marcar el tránsito entre la infancia y la vida adulta, como es el caso del toro en cuerda de Grazalema, Cádiz (2007)./ Foto: Salvador Rodríguez Becerra

El matrimonio constituía el rito de paso más trascendental para los hombres, pero sobre todo para las mujeres. El matrimonio permitía a estas el libre acceso a la sexualidad –hasta ese momento vedado– con el hombre deseado con los únicos límites que este le fijara, y a la vez se liberaba de la tutela familiar, aunque a veces esa liberación no era sino entrar en la nueva dependencia del marido. Alcanzar la maternidad era así mismo un logro íntimamente sentido. En cualquier caso, la nueva casa, caso que esto fuera posible, era el reducto donde la esposa se sentía dueña del espacio y de su contenido. Este cambio trascendental en la vida de los jóvenes se ritualizaba en la boda en la que los contrayentes, tras una etapa más o menos larga de noviazgo, según los sistemas de propiedad agraria y las reglas de herencia, se unían en una ceremonia eclesiástica –única forma considerada aceptable– con carácter permanente «hasta que la muerte los separe». No existían formas de ruptura del matrimonio aceptables, solo algunos marginales se separaban físicamente, y éste se mantenía formalmente a pesar de que el varón mantuviera otras relaciones ocasionales o permanentes. Llegar a la boda significaba un compromiso que se rubricaba entre las familias de los contrayentes con entrega de bienes por una y otra parte para el futuro matrimonio, y siempre se escenificaba tras la ceremonia religiosa con una comida que solía durar todo un día y a la que se invitaba a la casi totalidad de la comunidad en los casos de pueblos pequeños, y de quienes se esperaba que entregaran cantidades de dinero proporcionales al grado de parentesco, cercanía a las familias y posibilidades económicas. El viaje de bodas era inexistente y en todo caso suponía una estancia de algunos días en casa de algún familiar o ciudad cercana. En la segunda mitad del siglo pasado todavía se practicaba el «llevarse a la novia», que no era sino una forma de eludir la presión de las familias y las obligaciones y gastos de la boda. En la práctica la pareja actuaba de mutuo acuerdo y tras la escapada se celebraba en privado y a horas intempestivas la ceremonia religiosa. A finales del siglo pasado se han generalizado las ceremonias civiles tanto en ayuntamientos como en juzgados, y se han incrementado los banquetes y el número de invitados. En otros tantos casos se da una convivencia de hecho sin ritual alguno que lo señale.

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Familia con niño muerto (J. Rodríguez, ca. 1900). La negación de la muerte en la actualidad contrasta con la forma de vivirla de nuestros antepasados. 

Aunque aparentemente la muerte es contraria a la fiesta, esto es solo en apariencia. La muerte tenía tradicionalmente un componente jocoso y casi festivo que se expresa sobre todo en el velatorio. Cuando ocurría un deceso en poblaciones menores, al menos un representante de cada familia estaba obligado a asistir y acompañar durante un cierto tiempo, especialmente durante la noche, al difunto y su familia. En la casa del finado se disponía el cadáver debidamente amortajado, lo que para la generalidad suponía un traje, en una habitación u otra pieza y un número de asientos en otras dependencias, e incluso los pasillos y hasta la puerta de la calle. Los vecinos en algunos pueblos llevaban chocolate en tabletas, para dar algún refrigerio durante la noche, en otros se reparte caldo y algunos otros alimentos y bebidas, que en ninguna manera llegan a constituir un banquete o comilona. Pero no es tanto la ingesta de comida y bebida como las conversaciones que se generan y que suelen terminar en risas contenidas, esto naturalmente se hace a cierta distancia de la cámara mortuoria y de la familia. Cuando alguna persona especialmente ocurrente o chistosa entra en escena y se cuentan anécdotas del difunto, la situación sube de tono generalizándose la risa nerviosa. Estas situaciones están en extinción debido a la negación de la muerte que practica la sociedad contemporánea, que, con la mayor rapidez, pulcritud y discreción, se desprende de los difuntos con el concurso de tanatorios e incineraciones.

En conclusión, todas las sociedades marcan los pasos del ciclo vital –desde el nacimiento a la muerte– de sus miembros con ritos, ceremonias, actos lúdicos y de consumo, es decir con fiestas, que cumplen, entre otras, la función de marcar la diferencia con lo cotidiano y de remarcar que ciertos miembros de la comunidad poseen a partir de entonces un nuevo estatus, lo que les da ciertos derechos y contraen nuevas obligaciones. La importancia que otorga cada sociedad a estas fiestas e incluso su ausencia, es denotativa de su sistema de valores.

Bibliografia
Flores Arroyuelo, F., 2006. Las edades de la vida. Ritos y tradiciones populares en España. Alianza. Madrid.
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Rodríguez Becerra, S., 1997. «Rituales de muerte en Andalucía. Significados y funciones». In Molina, P. i F. Checa, (eds.). La función simbólica de los ritos. Icaria. Barcelona.
Segalen, M., 2005. Ritos y rituales contemporáneos. Alianza. Madrid.
Van Gennep, A., 2008. Los ritos de paso. Alianza. Madrid.

© Mètode 2012 - 75. El gen festivo - Otoño 2012

Catedrático de Antropología Social de la Universidad de Sevilla.