El sanatorio en la novelística contemporánea

‘El mar’, de Blai Bonet

La literatura y la medicina tienen un vínculo muy estrecho, ya que muchas obras se han servido de historias sobre la enfermedad y también se han ambientado en instalaciones sanitarias, entre las que destacan los sanatorios. El sanatorio antituberculoso, como espacio de aislamiento y antesala de la muerte, ha inspirado a muchos autores. La novelística del siglo XX dedicó una atención significativa a estas instituciones que, alejadas del resto de la sociedad, condicionaban la vida de los enfermos pero también su identidad. La montaña mágica de Thomas Mann y Pabellón de reposo de Camilo José Cela son dos referencias relevantes de esta producción. En la literatura catalana destaca El mar, del mallorquín Blai Bonet.

Palabras clave: novela, medicina, sanatorio, tuberculosis, espacio.

Novelas de sanatorios

Tuberculosis suena a antiguo. Con las medidas de higiene prevalentes en la cultura occidental y las terapias disponibles actualmente, podemos considerar que se trata de una enfermedad residual que ya no representa un peligro serio para nuestras vidas (Pérez Cruz, García Silveira, Pérez Cruz y Samper Noa, 2009). Pero eso no ha sido siempre así. La infección causada por estas micobacterias ha acompañado a la humanidad durante miles de años y hasta hace pocas décadas, con un gran impacto sobre los individuos y las comunidades (Daniel, 2006). La percepción de la enfermedad, tanto por parte de las sociedades como en sus reflejos literarios, ha ido variando a lo largo del tiempo y a través de las culturas, en función de los conocimientos que se tenían de sus causas y de las terapias aplicadas.

«Durante el siglo XIX, la novelística consagra la tuberculosis como enfermedad literaria por excelencia»

Durante el siglo XIX, la novelística consagra la tuberculosis como enfermedad literaria por excelencia. Pensemos, por ejemplo, en La dama de las camelias, de Alexandre Dumas hijo (1848), transformada por Verdi en la ópera La traviata (1853). A partir del descubrimiento del bacilo de Koch (1882) como causa de la afección y del desarrollo de las doctrinas higienistas para combatirla, empieza un período de confinamiento de la tuberculosis y de los enfermos que la sufren (Báguena Cervellera, 1992; Ledermann, 2003). El sanatorio dedicado a la curación de la tuberculosis tiene un papel relevante en varias obras clave de la novelística europea de la primera mitad del siglo XX, como La montaña mágica de Thomas Mann (1924) y Pabellón de reposo de Camilo José Cela (1943).

El sanatorio dedicado a la curación de la tuberculosis tiene un papel relevante en varias obras clave de la novelística europea de la primera mitad del siglo XX, como La montaña mágica de Thomas Mann (1924) o el Pabellón de reposo de Camilo José Cela (1943). Arriba, Thomas Mann, en una imagen de 1933 en Sanary-sur-Mer (Francia). / Wikimedia

La montaña mágica sitúa la acción en un sanatorio para tuberculosos en Suiza, donde el protagonista principal pasa siete años. La monotonía impuesta por la rutina de las actividades curativas traslada el interés de la obra a las vivencias interiores, intelectuales y emotivas causadas, por una parte, por el dolor y la inseguridad sobre el futuro y, por otra, por el encierro y el aislamiento del espacio en el que se encuentran. Por la novela desfila un abanico de personajes que el autor alemán nos presenta para abordar diferentes aspectos de la actualidad europea.

En la novela de Cela, Pabellón de reposo, ambientada en la posguerra española, el espacio central también es un sanatorio para el tratamiento de la tuberculosis, una elección que hay que relacionar con la experiencia personal del autor por dos estancias en instituciones de este tipo. A pesar de que los pacientes casi no se comunican entre ellos, podemos ver la vida en el sanatorio desde sus perspectivas, ya que expresan sus miedos, esperanzas y otras reflexiones mediante la escritura de cartas, diarios y memorias.

En el marco de la literatura catalana, además de la obra de Màrius Torres, gran poeta que contrae la tuberculosis y escribe durante el período de la Guerra Civil y la inmediata posguerra, destaca la del mallorquín Blai Bonet (1926-1997). Conocido sobre todo como poeta, publicó la novela El mar en 1958, bajo la influencia de las dos obras mencionadas más arriba. Fue llevada al cine por Agustí Villaronga el año 2000, con el mismo título.

¿Pero qué influencia tiene el espacio del sanatorio en el comportamiento y en la vida de los personajes literarios? Dentro de esta institución, la exclusión, el aislamiento, la enfermedad y en algunos casos la proximidad de la muerte hacen que los ingresados estén alejados no solo del resto de la sociedad, sino también del funcionamiento grupal considerado «normal». Las novelas que se sitúan en un sanatorio nos adentran en la mecánica y la organización espacial de estas instituciones, en la percepción del tiempo por parte de los enfermos, en los procedimientos médicos y en el contraste entre la muerte de dentro y la vida de fuera.

«El sanatorio es el espacio en el que los escritores, a menudo por experiencia propia, conocen la dureza de la enfermedad»

El espacio del sanatorio

En los últimos años, el espacio o la espacialidad (término que prefieren algunos autores) como construcción social ha ganado terreno entre los temas de estudio literario. Así, teóricos como Westphal (2011), Bou (2013), Tally (2017), entre otros, enfocan su análisis literario partiendo de los elementos relacionados con los espacios. El escritor se convierte, por tanto, en «un cartógrafo creativo y su creación contribuye a configurar el imaginario colectivo» (Salvador y Piquer, 2016, p. 169). Esta línea de investigación que estudia la relevancia de la espacialidad en el imaginario literario adopta a menudo el nombre de geocrítica o el de estudios literarios espaciales, entre otros.

En la literatura catalana, El mar (1958) de Blai Bonet es la obra de referencia para acercarnos a una recreación magistral de la angustia que produce al individuo el espacio del sanatorio. / Archivo fotográfico Blai Bonet. Fundación Mallorca Literaria

Los espacios tienen un vínculo con las identidades, la memoria, la historia individual y colectiva. El sanatorio tuberculoso de muchas novelas es el lugar en el que se desarrolla un drama colectivo. Esta institución sanitaria no es un mero escenario de los sucesos, sino que lo condiciona todo. Por un lado, los enfermos se ven obligados a abandonar su entorno, tanto el emocional –la familia, los amigos– como el espacial –su casa, su población. Por otro lado, el lugar en el que se encuentran hace que interactúen con los otros con quien lo comparten, como el resto de enfermos o los «sanos», representados, sobre todo, por el personal del sanatorio. Se crea, pues, una dicotomía entre los de fuera del sanatorio –los sanos– y los de dentro –los enfermos.

En el sanatorio, los tuberculosos tienen mucho tiempo libre para reflexionar sobre los acontecimientos de su pasado –en el caso de El mar, marcado por la guerra–, pero también sobre las incertidumbres de su futuro. Todos los habitantes de este espacio son bien conscientes de que el hecho de ingresar en esta institución «era una especie de condena a muerte de la que solo se libraban algunos, más por azar que por la efectividad de tratamientos médicos» (Pérez, 2015, p. 236).

Cuando nos referimos a los sanatorios –especialmente en la literatura– automáticamente nos vienen a la mente los dedicados a pacientes tuberculosos. Estos espacios eran instituciones modernas e higiénicas, con un régimen de descanso y de buena alimentación, sobre todo comparados con las penurias de buena parte de la sociedad en la posguerra española. El modelo de las instituciones de reposo solía estar alejado de las ciudades y rodeado de la naturaleza, bien en la montaña o cerca del mar. Esta ubicación tenía que garantizar, por una parte, el aire puro y la tranquilidad y, por otra, la separación del resto de la sociedad.

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Los sanatorios son uno de los espacios «otros»
–una heterotopía de desviación en el sentido de Michel Foucault (1984)–, en los que el individuo está en un régimen de internamiento y de una cierta exclusión social. En este caso, la reclusión no se debe a un comportamiento desviado en relación con la norma social –como podría ser el caso de una prisión o de un manicomio–, sino que se produce para apartar o incluso ocultar a los enfermos de tuberculosis, tal como describe Carbonetti (2000):

Quien enfermaba era confundido con la enfermedad y condenado a la marginalidad, a ser desplazado del espacio perteneciente a los sanos para ser situado en las afueras (en las sierras o en el sanatorio) donde no pudiese ponerse en contacto más que con sus pares, otros enfermos de tuberculosis.

De esta forma, la enfermedad acaba fijando un estereotipo social estigmatizador hacia el mundo exterior. Erving Goffman (1993, p. 15) caracteriza al individuo estigmatizado como el contrario del normal y señala que las personas tenemos tendencia a pensar que un individuo estigmatizado no es completamente humano. Es así como lo discriminamos y eso provoca que, en realidad, reduzcamos sus posibilidades de vida. Eso mismo pasaba con el individuo tuberculoso, ya que el resto de la sociedad lo consideraba una fuente de contagio y lo deshumanizaba en cierta medida. Así pues, «la tuberculosis era vista y percibida por la sociedad y por el propio enfermo como una dolencia que se constituía en la antesala de la muerte, no solo de la muerte física, sino también de la muerte social» (Carbonetti, 2000).

«El sanatorio tuberculoso de muchas novelas es el lugar en el que se desarrolla un drama colectivo»

‘El mar’ de Blai Bonet

Blai Bonet, que conocía muy bien el ambiente de una institución de este tipo por propia experiencia biográfica, empieza a redactar la novela en el sanatorio antituberculoso de Caubet, en Mallorca. La versión de El mar que conocemos hoy en día, sin embargo, pasó por numerosos cambios desde aquel momento hasta la publicación. Tal como recuerda Manel Haro (2015), Bonet ha negado en varias ocasiones que esta obra fuera un texto autobiográfico, pero las influencias de su vida son más que patentes en el texto. El autor ingresó a los diez años en un seminario de Palma y siete años más tarde tuvo que dejarlo por la tuberculosis. No es coincidencia, por tanto, que los dos ejes de la obra sean la enfermedad y la religión.

Blai Bonet, que conocía muy bien el ambiente de una institución de este tipo por propia experiencia biográfica, empezó a redactar la novela en el sanatorio antituberculoso de Caubet, en Mallorca. Arriba, la imagen muestra el recinto hospitalario en 1949. / Banco de imágenes de la Real Academia Nacional de Medicina

El mar nos cuenta la historia de unos adolescentes enfermos de tuberculosis que viven en un sanatorio en Mallorca, durante la posguerra. La narración a menudo nos lleva, mediante las analepsis correspondientes, a la infancia de los pacientes, a los años de la Guerra Civil. Los traumas de la guerra unirán las vidas de los protagonistas, que años más tarde se encontrarán en el sanatorio. A pesar de que haya más personajes, los principales son dos chicos. Estos enfermos intentan buscar la forma de afrontar el dolor y la proximidad de la muerte, la cual les hace perder el equilibrio mental de una forma diferente: en el caso de Manuel Tur, con la obsesión con Dios, y en el de Andreu Ramallo, con la violencia.

El estigma por estar encerrado en un sanatorio y la desconexión de la vida al exterior, en el caso de los adolescentes, rompen todavía más su desarrollo, ya que a su edad tienen aún más necesidades de socialización. Se trata de chicos que, a pesar de la juventud, ya han conocido muchos horrores, empezando por la guerra y los asesinatos vividos durante la infancia y acabando por la enfermedad, el dolor y el hambre que dejó el conflicto bélico. Se tienen solo los unos a los otros y se establece, por tanto, un estrecho vínculo entre los enfermos y también con sus cuidadores. No olvidemos, sin embargo, que el contacto más íntimo que tienen es con ellos mismos. Quizá por eso en El mar encontramos tantos monólogos.

Los espacios en ‘El mar’

La novela de Bonet tiene lugar en un espacio primario del presente, un sanatorio inconcreto, sin nombre y solo con alguna pista sobre su ubicación, y en uno secundario, el pueblo ficticio de los principales protagonistas, Argelús, que aparece sobre todo cuando se presenta algún corte temporal que nos lleva al pasado de los enfermos.

A lo largo de la novela vamos descubriendo, como lectores, más detalles sobre el sanatorio. Los conocemos gracias a las voces de los cuatro personajes, ya que son ellos los narradores. Así, cada capítulo lleva el nombre del narrador-personaje a quien Bonet da la palabra. Los espacios se presentan sobre todo, pues, en sus monólogos.

Entre los otros espacios que suelen aparecer no solo en la obra de Bonet, sino también en las otras novelas ambientadas en un sanatorio, está la galería y el corredor. En la galería los pacientes reposan en las chaise longues, esperando la curación mientras van pasando las estaciones del año. Arriba, imagen del sanatorio de Catawba (Virginia, Estados Unidos) del libro de Carrington, T. S. (1911). Tuberculosis hospitals and sanatorium construction. Nueva York. / Internet Archive Book Images

Entre los espacios a los que se dedica más atención dentro del sanatorio están las habitaciones y los lavabos. En el caso de las habitaciones, podemos conocer tanto el interior como lo que se ve o se oye por la ventana. En los interiores destaca el contraste del blanco con el rojo. El rojo, entre otras cosas, es el color de la sangre, de las cruces que marcan en los ingresados para saber lo grave que es su enfermedad, del vestido que lleva Carmen, la enfermera, cuando mantiene relaciones sexuales con Manuel, uno de los enfermos. En definitiva, el rojo representa el peligro, el dolor, la muerte. En cambio, el blanco de las toallas, las sábanas, las paredes… simboliza la higiene, la seguridad. Pero es una seguridad muy precaria, continuamente amenazada por la sangre, la cual puede aparecer en cualquier momento.

Las habitaciones son un lugar de descanso, de espera a los medicamentos, a los tratamientos, pero también a la muerte. Igual que en Pabellón de reposo, los enfermos se refieren a las habitaciones con el número. En el caso de Bonet, sin embargo, este hecho no es tan despersonalizador como en la obra de Cela, en la que no conocemos los nombres de los personajes, sino únicamente el número que corresponde a la habitación. No obstante, los números tienen su significado en El mar. Por ejemplo, la habitación 13, que aparece con mucha frecuencia, es la que se asocia a la muerte, ya que allí llevan a los chicos que están a punto de fallecer para que los compañeros de habitación no los vean.

No olvidemos, sin embargo, que los enfermos a menudo pasaban meses, incluso años, en los pabellones del sanatorio, como los protagonistas de nuestra historia. Y de aquí viene la importancia de las vistas al exterior. Bonet se fija en este aspecto y, a diferencia de los interiores, el exterior cuenta con muchos más colores para describir el espacio libre y abierto. Para los ingresados, por tanto, la ventana, y lo que percibían a través de ella, en muchos casos se convertía en la única conexión que tenían con el mundo exterior. Los chicos, aislados de este mundo, y con muchas horas de ansiedad, ven la ventana como un lugar de escape, y se pueden imaginar cómo se estaría allá fuera, sin la enfermedad, sin el régimen rutinario del sanatorio. La ventana funciona, por tanto, como un símbolo de la libertad. Lo que ven es un espacio sin límites ni barreras, agradable y con muchos colores, contrario al «encarcelamiento», la uniformidad y la tristeza que se encuentra hacia dentro de la ventana.

«Se crea una dicotomía entre los de fuera del sanatorio –los sanos– y los de dentro –los enfermos»

El lavabo también es un escenario importante en la novela. Es de colores claros, blanco y gris del mármol, que contrastan con el rojo de la sangre cuando los enfermos la escupen. Es el lugar de reflexión ante el espejo en el que los chicos se observan. El espejo, como un elemento clave para la mirada interior del individuo, ha sido bastante estudiado. Para Foucault (1984), en casos como el que nos ocupa, el espejo puede representar una experiencia mixta entre la heterotopía (el espacio «otro» del sanatorio) y la utopía (un lugar sin espacio real). Por un lado, lo que se ve es, sin duda, una utopía, un espacio irreal, vacío, en el que nuestro personaje no existe, y por el otro es también la heterotopía, porque devuelve el lugar que ocupa justo en el instante en que se mira al cristal, en un tiempo absolutamente real.

Blai Bonet ha negado en varias ocasiones que El mar fuera un texto autobiográfico, pero las influencias de su vida son más que patentes en el texto. / Archivo fotográfico Blai Bonet. Fundación Mallorca Literaria

Entre los otros espacios que suelen aparecer no solo en la obra de Bonet, sino también en las otras novelas ambientadas en un sanatorio, está la galería y el corredor. En la galería los pacientes reposan en las chaise longues, esperando la curación mientras van pasando las estaciones del año. Estas hamacas, cómodas, están muy asociadas al espacio de los sanatorios, ya que el aire puro y el sol son elementos de curación. Ahora bien, a pesar de la sanidad del aire y las vistas, la galería no deja de ser otra parte –medio exterior, eso sí– de este «encarcelamiento». El corredor es un lugar de paso, un espacio común. Se tiene que atravesar para ir al lavabo y en él está más presente que en ningún otro lugar el régimen repetitivo del sanatorio. A menudo se convierte en uno de los escenarios de la muerte, ya que por allí hace su ruta el carrito con los cadáveres para sacarlos fuera.

La vida en el sanatorio consiste en un bucle que se desarrolla entre los espacios mencionados: los enfermos ingresan, empeoran físicamente, después psíquicamente, mueren y vienen otros nuevos. Por ello, en el Pabellón de reposo los ingresados tan solo tienen un número y no su nombre. Lo que vemos en El mar es una parte de la historia del sanatorio, un fragmento que sigue la vida de los personajes, pero después de la muerte de los protagonistas el sanatorio continúa y el círculo de la vida y de la muerte, también, aunque los lectores ya no lo vemos. La vida de dentro, por tanto, es tan monótona que se convierte en insoportable para los adolescentes. Llegan hasta el extremo de pensar que cualquier cosa es mejor que la rutina, como describe uno de los personajes:

El día que me ponían la sonda gástrica, yo me consideraba superior a los otros. Siempre pasan estas cosas. En los lugares donde existe un reglamento, salir de la rutina, aunque sea una molestia, se considera siempre una superioridad.1

(Bonet, 2011, p. 186).

El sanatorio es, pues, el espacio en el que los escritores, a menudo por experiencia propia, conocen la dureza de la enfermedad, el límite entre la vida y la muerte omnipresente y la reclusión en la institución antituberculosa. El individuo se comporta de acuerdo con el espacio en el que se encuentra, ya que este inevitablemente condiciona las relaciones interpersonales y fija un estereotipo social estigmatizador hacia el exterior.

«Las literaturas europeas se han abastecido del ambiente particular de este tipo de instituciones, dibujando la fragilidad humana cuando se enfrenta a una muerte casi inevitable»

En este mundo claustrofóbico, los enfermos, desarraigados de su vida anterior, se convierten en individuos apartados y, en muchos casos, olvidados por todo el mundo. Su vida interior cobra intensidad y, a pesar de su juventud, les hace cambiar y madurar a la fuerza. Las literaturas europeas se han abastecido del ambiente particular de este tipo de instituciones, llenas de incertidumbre por el porvenir, dibujando la fragilidad humana cuando se enfrenta a una muerte casi inevitable. Y en el caso de la literatura catalana, El mar es la obra de referencia para acercarnos a una recreación magistral de la angustia que produce al individuo el espacio del sanatorio, con todo lo que representa en el ámbito de la historia de la medicina y en el imaginario social acerca de la salud y la enfermedad.

1. El dia que em posaven la sonda gàstrica, jo em considerava superior als altres. Sempre passen aquestes coses. En els llocs on existeix un reglament, sortir de la rutina, anc que sigui una molèstia, se considera sempre una superioritat». (volver al texto)
Traducción: Mètode, a partir del original en catalán.

Referencias
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Carbonetti, A. C. A. (2000). La tuberculosis en la literatura argentina: Tres ejemplos a través de la novela el cuento y la poesía. História, Ciências, Saúde-Manguinhos, 6(3), 479–492. doi: 10.1590/S0104-59702000000400001
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Westphal, B. (2011). Geocriticism: Real and fictional spaces. Nueva York: Palgrave MacMillan.

© Mètode 2017 - 96. Narrar la salud - Hivern 2017/18

Graduada en Estudios Hispánicos por la Universidad Carolina de Praga (República Checa) y Máster en Asesoramiento Lingüístico y Cultura Literaria por la Universitat de València. Investigadora predoctoral en el Departamento de Filología y Culturas Europeas de la Universidad Jaume I (Castellón, España), dentro del proyecto EXPLORA Lenguaje y cultura de la salud (CSO2014-61928-EXP).