«La educación, la investigación y la innovación son fundamentales para el desarrollo y el crecimiento de cualquier sociedad.» Así lo destaca la Asociación Europea de Universidades (EUA, en sus siglas en inglés) en su documento Ambitious funding for excellent research in Europe post-2020. Y, añade, «las universidades siguen siendo esenciales para la salvaguarda de una sociedad democrática, tolerante y progresista».
Sin duda, alcanzar una sociedad basada en el conocimiento es un reto que compete a muchos actores, y la universidad es uno de los que representan un papel fundamental. Parece que en España finalmente hemos superado la paradoja suscitada por Unamuno del «que inventen ellos»; según los datos, ocupamos entre la novena y la décima posición en producción científica. Pero aún nos queda conseguir incrementar todavía más el impacto de nuestra ciencia en el ámbito internacional, y fundamentalmente que esta sirva a la sociedad en el sentido que indicaba la EUA.
La universidad pública española –a la que se deben los resultados de nuestro sistema universitario–, tal como la conocemos hoy, tiene un recorrido de no más de cincuenta años. Su financiación ha sido bastante limitada en comparación con otros países de nuestro entorno y, lo que es más grave, no ha existido una clara política científica. Y pese a ello ocupa una posición internacional destacable en algunas áreas de conocimiento. Es, por tanto, injusto criticar el hecho de que las universidades españolas no ocupen posiciones de liderazgo en los rankings internacionales.
Y a pesar de lo negativo de este hecho, no es el peor. También se ha impedido la entrada a gente joven, lo que constituye a mi entender el principal problema actual de las universidades públicas españolas. El sistema científico necesita de jóvenes, tanto en el área de la docencia como de la investigación, que afronten los cambios que la universidad requiere. Es un problema al que se debe hacer frente desde la política, pero es obligación de la universidad reivindicarlo.
«La ciencia cambia el mundo, pero también el mundo en su sentido más amplio puede cambiar la ciencia»
La Universitat de València ocupa posiciones destacadas en el sistema universitario público español y también cuenta con buenos indicadores internacionales. Al igual que otras universidades públicas españolas, está en condiciones de contribuir en la dirección mencionada por la EUA, pero debe adaptar su funcionamiento y plantearse qué lugar quiere ocupar en el futuro inmediato. Nos encontramos en un proceso de cambios profundos y hoy más que nunca es necesario profundizar en el espíritu crítico; pero también saber enfocar planteamientos, procesos e incluso problemas y sus posibles soluciones de acuerdo a su carácter multidisciplinar, sostenible y holístico. No es fácil, pero es un reto que está planteado para que la generación de conocimiento se transforme en valor.
No hace mucho, la palabra investigación ocupaba un lugar único. Hoy ya no se entiende si no va acompañada de innovación. La ciencia cambia el mundo, pero también el mundo en su sentido más amplio puede cambiar la ciencia. Una ciencia que es universal y abierta, y que traspasa fronteras. Así ha de plantearse y así lo hacen los científicos.
El futuro es complicado, pero a la vez excitante. El científico o la científica han dejado paso al grupo de investigación, y hoy quizá ya no se entiende la generación de conocimiento unipersonal. Los grupos de investigación deben profundizar en cuál será ese nuevo escenario que ya está abierto y que necesita de internacionalización, intersectorialidad e interrelación, pero también de una mayor dotación de fondos, incluyendo el mecenazgo, como ocurre entre otros países. Ante todos estos retos que la nueva era suscita –en los ámbitos local, estatal, europeo e internacional– es más necesario que nunca un planteamiento, una estructura y un compromiso político para poder abordarlos con éxito. Unos retos para los que, sin duda, nos servirá la frase de Einstein: «La imaginación es más importante que el conocimiento».