¿Cooperación o competencia? La irrupción de un virus como el SARS-CoV-19 en la vida planetaria y su expansión implacable por todas las geografías humanas ha obligado los médicos, científicos y periodistas a plantearse como avanzar en el control de la pandemia. La opción prevalente ha sido la cooperación. La actual crisis, de hecho, ha motivado una de las experiencias más colaborativas a gran escala entre dos lógicas de acción a menudo muy alejadas: la medico-científica y la periodística.
El periodismo de calidad ha afrontado el nuevo reto readaptando sus estructuras y rutinas profesionales a fin de proporcionar a sus públicos las respuestas más pertinentes en cada caso. Con este propósito, los medios informativos, desde los locales a los internacionales, han mantenido una permanente conexión con las fuentes de investigación médica y científica. Por su parte, la gran movilización de recursos en investigación en torno al coronavirus y de la COVID-19 requería, en contrapartida, la visibilización de los adelantos, resultados y expectativas de cura.
Durante la pandemia, y sobre todo en las primeras oleadas, el rol del periodismo de calidad se ha plasmado en cuatro grandes ámbitos: el seguimiento y divulgación de los conocimientos sobre la identidad y el comportamiento del patógeno; una estrecha colaboración entre las secciones de salud de los medios y médicos, científicos y expertos relacionados con la epidemia; la batalla común contra la desinformación y las fake news relativas a la COVID-19; y la actualización permanente de los datos y las previsiones de evolución de la pandemia. Aporto a continuación algunos hechos y consideraciones que avalan cada uno de estos ámbitos de interés.
Divulgación de la identidad del virus
La noticia sobre una nueva neumonía de origen desconocido que se había detectado en Wuhan no empezó a circular fuera de China hasta los primeros días del 2020. A la prensa española, por ejemplo, la primera noticia apareció en portada en La Vanguardia del día 4 de enero con este titular: «Alerta por la aparición de un nuevo tipo de neumonía en China». Entre otros, el día 11 de enero la cadena alemana Deutsche Welle se refería por primera vez con el adjetivo misterioso al virus que había aparecido en Wuhan. Este misterio del nuevo virus motivó una enorme inquietud entre los científicos de todas partes y tanto su origen como su identidad continuaban siendo objeto de interpretaciones controvertidas a lo largo de la crisis mundial.
¿Cómo se comportaba el nuevo virus entre los humanos? Una de las primeras evidencias que destacaron los científicos a partir de la observación del primer epicentro europeo de los contagios, Italia, era su gran facilidad de propagación. ¿Cómo contagiaba tan rápidamente, a tanta gente y con síntomas y afectaciones tan diversas? Una crónica de la BBC se preguntaba: ¿qué han descubierto los científicos para mirar de contenerlo? La respuesta, la encontró el profesor Michael Farzan del laboratorio Scripps Research de los EE. UU.: el coronavirus solo podía ingresar en el cuerpo humano enganchándose a unos receptores específicos que se encuentran en las superficies de las células, conocidos como ACE-2.
Las crónicas periodísticas destacaban la gran labor de la comunidad científica centrada en el estudio del virus. «Nunca la historia del mundo hubo tantos investigadoras, tanto dinero, tiempo y recursos humanos disponibles para tratar una sola enfermedad». Seis meses después de la aparición del coronavirus en Wuhan eran muchas las incógnitas. Una crónica de La Vanguardia, las resumía en estas seis: ¿Quién se infecta queda inmunizado para siempre? ¿Qué carga viral causa infección grave? ¿Los niños y jóvenes contagian como los adultos? ¿Por qué hay tantos infectados asintomáticos? ¿Qué mortalidad causa el virus? ¿El virus desaparecerá o volverá en invierno? Y la BBC parecía contestar estos interrogantes con un video donde comentaba los cuatro descubrimientos clave sobre la pandemia que la ciencia había hecho durante los primeros seis meses. Los grandes adelantos eran: el establecimiento del origen del virus y de su genoma; el conocimiento de cómo se comportaba y como mutaba; el papel de la propagación silenciosa; y como entraba en el cuerpo humano y que le hacía.
También el papel de la OMS y las intervenciones de sus directivos en toda la crisis ha estado objeto de especial atención por parte de la prensa. Según reportó The Guardian, un enviado especial de la OMS, Peter Ben Embarek, viajó a China entre el 10 de julio y el 3 de agosto de 2020 para preparar la próxima visita de la misión OMS en Wuhan: un informe interno decía que los dirigentes chinos habían hecho «muy poco» en cuanto a investigaciones epidemiológicas sobre el origen del coronavirus durante los ocho meses anteriores. Hasta enero de 2021, China no autorizó la entrada al equipo de la OMS y la investigación in situ en Wuhan. La investigación culminó con una rueda de prensa donde los expertos manifestaron una curiosa conclusión: era «extremamente improbable» que el virus hubiera salido de un laboratorio. El detalle de las dos semanas de la investigación en Wuhan, lo conocemos gracias a una larga entrevista al delegado norteamericano Peter Daszak, publicada por The New York Times (14-2-21). Unos meses después, The Wall Street Journal filtraba un informe de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos donde se afirmaba que en noviembre de 2019 tres investigadores del Instituto de Virología de Wuhan requirieron atención médica, cosa que abonaba la hipótesis que la pandemia se originó en aquel laboratorio. Las autoridades chinas rechazaron inmediatamente esta hipótesis.
Protagonismo de la ciencia
Los medios de comunicación y los periodistas especializados en ciencia y salud han asumido un papel fundamental de intermediación en la crisis sanitaria entro, por un lado, las investigaciones en curso, los papeles de los expertos y los artículos científicos, y de la otra, el gran público. Algunos medios crearon una unidad especializada en salud. Por ejemplo, el Corriere della Sera de Milán disponía de una importante unidad dirigida por el médico y periodista Luigi Ripamonti. Ahora bien, la envergadura de la crisis sanitaria implicaba que otras muchas secciones tenían que «reciclarse» para obtener las nociones básicas relativas a la enfermedad y la epidemia.
Un grupo de periodistas de la revista norteamericana Slate planteó un conjunto de cuatro retos a afrontar por parte de gestores políticos, de periodistas y comunicadores de la ciencia: primero, los hechos científicos y las incertidumbres son objetos en movimiento; segundo, el contexto de la información sobre la COVID-19 es parcial; tercero, la ciencia tiene que acontecer política sin ser partidista; y por último, hay que ser conscientes de la virulencia acelerada de la COVID-19.
El nivel de perfeccionamiento de la divulgación científica ha quedado patente cuando la pericia del periodista ha sabido aunar los adelantos científicos con los tecnológicos y ofrecer auténticas primicias en las páginas web del medio. Es el caso del artículo «The coronavirus unveiled» sobre la estructura del virus, publicado por el prestigioso columnista científico del The New York Times, Carl Zimmer.
Además del esfuerzo colosal de los medios de calidad para aportar información valiosa y contrastada sobre la identidad y el impacto de la enfermedad, las unidades de salud de las redacciones afanaban en conseguir y facilitar la presencia y la estrecha colaboración de las personas expertas. Médicos, enfermeras, científicos, expertos en salud pública y en las diversas disciplinas más implicadas han sido requeridos y aparecían habitualmente en los varios escenarios mediáticos en forma de entrevistas, de columnas de opinión, de participación en tertulias, de programas de recomendaciones, etc.
La centralidad de la ciencia y la medicina en la rápida derrota del virus era descrita y detallada en uno de los mejores artículos escritos por un periodista científico: se titulaba «How science beat the virus» y era publicado en diciembre por el redactor Ed Yong de The Atlantic. Escribía: en otoño de 2019, exactamente cero científicos estaban estudiando la COVID-19, pero en pocos meses “la ciencia aconteció completamente COVIDizada”. En el momento de escribir el reportaje, en diciembre de 2020, la biblioteca biomédica PubMed de los EE. UU. listaba más de 74.000 artículos científicos relativos a la COVID-19.
«El nivel de perfeccionamiento de la divulgación científica ha quedado patente cuando la pericia del periodista ha sabido aunar los adelantos científicos con los tecnológicos»
En general, los grandes medios se mantenían atentos a las novedades derivadas de los centros de investigación médico-científica y especialmente de las publicaciones en revistas científicas de gran prestigio, como Science, The Lancet, Cell, Viruses, Journal of Clinical Medicine, The New England Journal of Medicine, Trends in Pharmacological Sciences, etc. Si había un medio que representaba la quintaesencia del periodismo científico era The Conversation que en sus nueve ediciones internacionales publicaba solo artículos divulgativos de académicos.
Batalla común contra la desinformación
El grave problema de la desinformación sobre la COVID-19 es que también puede matar. Cómo pasó en Irán: el diario Los Angeles Times, por ejemplo, informaba a finales de abril del 2020 que más de 700 personas murieron y más de mil enfermaron para beber metanol (un anticongelante) pensando que era una cura segura contra el coronavirus.
La «pandemia de la desinformación», como lo denominó el secretario general de la ONU, António Guterres, es decir, las campañas de información engañosa, acompañó desde el principio la otra pandemia. Y la persistencia de las campañas se sostenía en las presas de posición de gobernantes como Donald Trump (EE. UU.) o Jair Bolsonaro (Brasil) que se pronunciaron y actuaron reiteradamente negando la gravedad de la pandemia. En los EE. UU., era manifiesto el apoyo de los medios de comunicación de la extrema derecha a las posiciones negacionistas. Un caso especialmente representativo fue lo promovido por la doctora Judy Mikovitz con el video Plandemic donde la científica defendía una serie de teorías conspirativas y negaba la necesidad de medidas contra el virus; la difusión del video –obtuvo en Facebook veinte millones de likes!– motivó una reacción en cadena de científicos en la prensa y en las redes para desautorizar las razones de Mikovits. El papel de las redes sociales, y especialmente de Facebook, fue central en la expansión exponencial de las informaciones engañosas: era lo que denunciaba, por ejemplo, a finales de marzo la revista Politico, que calificaba la red social de Mark Zuckerberg como el «nivel cero» de la difusión de la desinformación digital.
El periodismo de calidad ha librado una batalla continua junto a la ciencia y de las instituciones internacionales para contener el tsunami de la desinformación y desmentir las falsedades sobre cuestiones como la escasa peligrosidad del virus, las curas milagrosas, la inutilidad de las mascarillas o de la vacuna. Los reporteros actuaron a menudo como rastreadores de fakes en sus ámbitos de cobertura para poner de manifiesto las falsas creencias o malas prácticas en torno a la enfermedad y facilitar así la acción oportuna de las administraciones y de las organizaciones sociales y cívicas. Surgieron varias iniciativas de «verificadores» para detectar y contrarrestar las falsas informaciones, como por ejemplo Latam Chequea en América Latina, Full Fact.org en el Reino Unido, el Coronavirus Misinformation Tracking Center de la empresa News Guard en los EE. UU., Maldita.es en el Estado español, la organización Teyit en Turquía, etc. Hay que reconocer que cierto caos informativo, procedente a menudo del desconocimiento de la naturaleza y el comportamiento del coronavirus, explicaba al menos en los primeros meses la incertidumbre sobre el alcance y el impacto de la pandemia.
«El periodismo de calidad ha librado una batalla continua junto a la ciencia y de las instituciones internacionales para contener el tsunami de la desinformación y desmentir las falsedades»
Como escribía en Mètode la doctora Esther Samper, la urgencia impuesta por gobiernos e industria farmacéutica en los centros de investigación para encontrar medicamentos y vacunas explicaba la proliferación de artículos de resultados parciales o apresurados –y en algunos casos, incluso falsificados–, publicados sin el proceso habitual de revisión ciega por los expertos de cada campo. Con el aval de la ciencia, afirmaba, estas publicaciones llegan a los medios de comunicación, que les suelen otorgar plena credibilidad si no lo contrastan con profesionales que lo puedan desmentir o matizar. Una cosa parecida pasaba con la publicación de ensayos clínicos «chapuceros», con resultados que «nunca habrían aparecido en revistas médicas prestigiosas» y que en lugar de aclarar a los sanitarios las medidas terapéuticas apropiadas para los enfermos de COVID-19, «siembran la confusión y la duda».
Actualización permanente de datos
Por último, y no menos importante, hay que destacar la tarea impagable de los medios de calidad en la publicación actualizada de los principales indicadores de la crisis sanitaria. El baile de datos sobre la evolución de la epidemia a escala mundial y a cada país, región o ciudad, era una fuente de repelús y de incertidumbre para el gran público y para las comunidades afectadas. Los medios informativos han proporcionado cifras permanentemente actualizadas sobre el estado de la epidemia en cada lugar y momento, cumpliendo así su función de servicio esencial reconocida por las autoridades sanitarias en muchos países.
A medida que avanzaba la pandemia, el conjunto de conocimientos médicos, de recomendaciones o de restricciones en cada circunstancia ha sido objeto de sistematización por parte de los medios a través de secciones FAQS especializadas. Aparte de las páginas web de las administraciones, eran los medios de comunicación los encargados de divulgar entre la población aquellas recomendaciones.
Progresivamente, también sería cada vez más importante la labor de alta divulgación sobre el estado en cada momento de los conocimientos científicos y técnicos sobre la COVID-19. Algunos medios internacionales sobresalieron en esta función básica de actualización y divulgación de los resultados de la investigación medico-científica en favor del saber público sobre la evolución de la crisis y la repercusión en la toma de decisiones tanto a nivel macro como micro.
Los dos paradigmas de esta excelencia han sido The New York Times y The Guardian: el diario de Nueva York, por su original y exhaustiva recopilación de los datos sobre la afectación en cada estado, condado y población de los Estados Unidos, además del seguimiento de la evolución mundial; y el diario de Manchester, por su fantástica cobertura mundial y una información permanentemente actualizada sobre la evolución de la COVID-19, no solo disponible en abierto cada día, sino también en la hemeroteca de todas las ediciones anteriores.
En resumen, la pandemia ha puesto de manifiesto de forma meridiana una estrecha cooperación y una mutua dependencia: la del periodismo de calidad hacia la ciencia, y la de la ciencia hacia el periodismo científico. O quizás mejor: la interdependencia, en una situación de gravísima crisis sanitaria global, entre la investigación de las ciencias de la salud pública y la imprescindible divulgación científica por parte del periodismo de calidad.