Entrevista a Carlos Hermenegildo

«Me preocupa la facilidad con la que la sociedad se cree cosas absurdas»

Vicerrector de Investigación de la Universitat de València

Carlos Hermenegildo

La pandemia del coronavirus cogió por sorpresa a toda la sociedad a principios de 2020. Para las universidades supuso de golpe un cambio total en la organización de la docencia y en la investigación para el que nadie estaba preparado. Cuando está a punto de cumplirse el año de la declaración del estado de alarma y del inicio del confinamiento domiciliario que se alargó hasta junio, conversamos con Carlos Hermenegildo (Huesca, 1966), vicerrector de investigación de la Universitat de València y catedrático de Fisiología, para que nos explique cómo se ha gestionado la crisis sanitaria desde el ámbito universitario, pero también para que nos ofrezca su punto de vista como especialista en salud sobre todo lo que ha traído consigo la pandemia.

El segundo cuatrimestre del curso 2018-2019 había comenzado con normalidad unas cuando, de repente, tuvo que pasar a impartirse totalmente de forma on-line. Los laboratorios y los centros de investigación de la universidad se vieron obligados a cerrar sus puertas hasta el verano, a excepción de aquellos relacionados directamente con la investigación en coronavirus. Toda la comunidad universitaria realizó un enorme esfuerzo de adaptación para poder seguir llevando a cabo las actividades universitarias de la manera más eficaz posible. Un año después, con un nuevo estado de alarma, y a la espera de la llegada de la vacuna a toda la población, la situación todavía está lejos de ser la de un curso universitario habitual.

De todos estos meses, el profesor Carlos Hermenegildo destaca el compromiso que la comunidad universitaria ha demostrado con la sociedad, y lamenta la visión negativa que se ha ofrecido en ocasiones del alumnado universitario. «La universidad ha sido un lugar seguro, y la inmensa mayoría del alumnado se ha comportado de forma ejemplar, igual que la mayor parte de la sociedad», subraya el catedrático.

Foto: Miguel Lorenzo

¿Qué retos ha supuesto la pandemia desde el punto de vista de la gestión universitaria?

En marzo, la prioridad fue salvar la docencia. Pasar de una modalidad presencial a tener que utilizar unas tecnologías que no estaban ni siquiera puestas a punto implicó mucho esfuerzo por nuestra parte, pero sobre todo por parte del profesorado y el alumnado. En aquel momento, cuando nos encontrábamos en el confinamiento más estricto, se paralizó totalmente la investigación, algo con lo que personalmente no estuve de acuerdo. Conseguimos mantener abiertos unos cuantos centros y laboratorios que investigaban sobre COVID, pero nos costó mucho. Recibimos muchas críticas por parte de los investigadores, y creo que de una manera justificada. No era lo mismo un investigador en ciencias sociales o en humanidades, al que se le podía facilitar el acceso a bases de datos o redes para poder seguir trabajando, que aquellos que tenían que seguir con sus experimentos en el laboratorio y no pudieron hacerlo. Ahí es donde encontramos más dificultades desde el principio, porque legalmente no estaba permitido dentro del estado de alarma.

¿Cómo es la nueva normalidad en la universidad?

Desde el verano, desde el punto de vista de gestión de la investigación ha sido un poco más sencillo. Los laboratorios están abiertos, con restricciones de aforo y algunas dificultades producidas por la pandemia, pero se ha podido mantener la investigación. Incluso ahora, cuando se habla de disminuir la presencialidad, todo el mundo entiende que los laboratorios y la investigación no deben cerrar. Los que consideramos que la investigación es una actividad esencial estamos más tranquilos en ese sentido. Pero luego la parte de gestión administrativa y de la docencia continúa siendo complicada. Por muy bien que lleguemos a realizar el teletrabajo, no es lo mismo poder hacer tus gestiones desde tu puesto de trabajo e interaccionando de manera normal con el resto de compañeros y servicios, que trabajar desde casa y depender de otras vías. Además, la pandemia afecta a todo el mundo y, por ejemplo, este año teníamos diversas infraestructuras científicas en construcción o pendientes de dotar con instrumentos, y muchos suministros no pueden llegar, con lo cual todo se enlentece y estamos teniendo dificultades para cumplir con objetivos de realización de proyectos, a pesar de la ampliación de los plazos en investigación. Todo esto está desesperando a los investigadores y también a nosotros.

¿Qué impacto tendrá a medio y largo plazo en los resultados de la investigación?

Hemos observado en la Universitat y en otros centros asociados que probablemente en la memoria de investigación de 2020 no se va a notar tanto, porque ha habido muchos investigadores que han publicado todo lo que tenían pendiente y por tanto la producción científica no se verá demasiado mermada. Pero está claro que en los próximos años se notará. Los laboratorios han estado cerrados durante meses, y desde el verano no estamos trabajando a un rendimiento normal, por todas las restricciones y dificultades asociadas. Ahora bien, una de las cosas de las que más orgullosos estamos como institución, y es una sensación compartida con todas las universidades y centros de investigación, es de la respuesta que hemos dado a la pandemia. En la Universitat de València ha habido más de 60 proyectos de investigación, solos o en colaboración con otras instituciones sanitarias, con el CSIC u otras universidades, que se han puesto en marcha para diseñar protocolos de actuación, aparatos, mascarillas, kits de diagnóstico. Ha habido un esfuerzo muy generoso por parte del personal de investigación, más allá de sus horarios y de las limitaciones de la propia Universitat. Los grupos de investigación y los centros han entendido que era un momento de mucho estrés y de mucha necesidad, y los investigadores y trabajadores de la universidad han respondido mucho más allá de lo que se les podía exigir.

¿Cree que la sociedad ha percibido este esfuerzo y la importancia de la investigación que se ha realizado desde la Universitat de València?

Me temo que no, pero esto es más bien culpa nuestra como institución. En la Universitat de València hay aspectos a mejorar, pero creo también que no sabemos darle brillo a aquello que hacemos bien. Pero, como digo, durante la pandemia se han hecho muchas cosas, y no solo desde los grupos de bioquímica o virología que podían estar más relacionados con el coronavirus. En áreas como economía, derecho, ciencias sociales o psicología, por poner algunos ejemplos, han adaptado sus líneas de investigación para ayudar en la pandemia. Por no hablar de todo el personal que es sanitario, personal médico, de enfermería, de fisioterapia… que han estado trabajando en primera línea. Así que la satisfacción está ahí, si el reconocimiento social del papel de las universidades no se corresponde tendremos que mejorarlo también. Debemos aprender a vender mejor nuestra actividad, no solo durante la pandemia, sino el papel que realizamos en investigación en general.

A raíz de la pandemia, lo que sí que se ha producido es una mayor visibilidad social de la ciencia, y también de algunos problemas que los investigadores llevan años denunciando como es la precariedad. ¿Puede ayudar esta visibilización a solucionar las carencias del sistema?

Creo que la sociedad en general reconoce la importancia de la investigación, pero soy bastante escéptico en que eso se traduzca en mejoras de la situación laboral o en una mejor financiación. Ahora mismo es más fácil conseguir el mejor aparato del mundo para hacer investigación que lograr un contrato de un técnico para los próximos cinco o diez años para que ponga en marcha ese aparato y le saque provecho. Y ahí, tanto desde la administración estatal y autonómica como desde la de la propia universidad, no somos capaces de dar respuesta a estas situaciones. Disponemos de infraestructuras muy buenas, que posiblemente no tengan nada que envidiar a otras universidades similares, pero tenemos un problema con el personal técnico y de investigación, que está mal pagado y tiene malas perspectivas laborales. Estamos muy lejos de países de nuestro entorno en cuanto a inversión y a retorno de la investigación.

Foto: Miguel Lorenzo

¿Aprenderemos algo de esta crisis sanitaria como sociedad?

Soy de naturaleza optimista, y creo que ahora tenemos una oportunidad. Las ayudas europeas nos proporcionan una parte del dinero necesario para cambiar la economía y el modo de hacer las cosas. Ahora bien, no sé si seremos capaces de hacerlo y promover un cambio sustancial. Es evidente que las pandemias que están por venir serán consecuencia del cambio climático y otros problemas ambientales como la deforestación. Enfermedades como el sida, el ébola o la COVID-19 están provocadas por virus que vienen de animales salvajes con los que prácticamente no habíamos interaccionado, pero tienen que convivir con nosotros porque destruimos sus hábitats o invadimos sus espacios. Ojalá hiciéramos un esfuerzo de verdad para conseguir una economía y unas fuentes de energía sostenibles, que son a lo que en teoría están enfocadas las ayudas de reconstrucción económica.

¿Qué podemos hacer desde la universidad para contribuir a ese cambio de modelo?

En primer lugar, intentar convencer a los gestores de las diferentes administraciones para que las ayudas se destinen a cambiar las formas de producción, de generación de energía, de comunicación, etc. Por ejemplo, el teletrabajo puede tener una parte negativa para nuestro día a día dentro de la universidad por la falta de contacto, pero también tiene aspectos positivos como una reducción de la pérdida de tiempo, de los desplazamientos, y por tanto de la huella de carbono de nuestra actividad. Se puede intentar mejorar, y eso exige un proceso de digitalización y de mejora de las comunicaciones. La digitalización, de hecho, es un reto para el ámbito de la investigación, pero no solo para la universidad, sino también para el estado y probablemente para la Unión Europea, porque nos facilitaría mucho el trabajo. Estamos en un sistema garantista de control absoluto de los fondos, en el que en vez de confiar en el investigador se le exige continuamente que demuestre que está utilizando bien dichos fondos, lo que implica una pérdida de tiempo terrible. Podríamos cambiar mucho la gestión en este sentido, para ahorrar tiempo y poderlo dedicar a lo que realmente nos gusta, que es investigar.

Sin embargo, en vez de estar promoviendo un debate serio sobre un posible cambio de modelo, lo que da la sensación es de estar deseando volver al sistema anterior lo más rápido posible. ¿Somos excesivamente cortoplacistas?

Fijaos, uno de los problemas que ha puesto de manifiesto la pandemia es que no teníamos mascarillas en España ni prácticamente en Europa, porque no se producían aquí. Es absurdo. Ahora ya estamos fabricándolas, y prácticamente al mismo precio que si vienen de China. Así que económicamente a mi me cuesta entenderlo. Necesitamos ser capaces de mantener la agricultura, la industria y los servicios. La pandemia abre muchas posibilidades, porque una de las cosas que creo que se quedarán será el uso de las nuevas tecnologías para trabajar, para comunicarnos y para relacionarnos, y cada vez va a tener menos sentido vivir en cuatro ciudades de España. Muchas actividades laborales será posible realizarlas a distancia y eso tiene muchas ventajas para el territorio y el medio ambiente. Desde la universidad creo que deberíamos hacer un esfuerzo por encaminar estudios en este sentido, y desde los gobiernos realizar acciones para que esto tenga un impacto real en la sociedad, desde un punto de vista económico, ecológico, productivo, y también humano. Pero parece que, en vez de trabajar por una economía más diversificada o con mayor valor añadido, como sociedad lo que estamos esperando es que vuelvan los turistas. A corto plazo es lo más eficaz, pero a mi me preocupa esta situación. Si volvemos a tener 70 millones de visitantes, la economía mejorará, pero a largo plazo no es ni sostenible ni razonable.

Un debate que se ha planteado también es el del modelo biofarmacéutico a raíz del desarrollo de las vacunas y los problemas de producción. ¿Hay alternativas al modelo actual?

Foto: Miguel Lorenzo

Es un problema con muchos matices. Para las compañías farmacéuticas, como para cualquier empresa, la premisa es ganar dinero. Y para ello necesitan tener una patente que les permita rentabilizar lo que han invertido en investigación, que es mucho. Lo que ocurre es que, en los últimos años, el número de farmacéuticas internacionales se ha reducido de forma considerable, hasta formar prácticamente un oligopolio con el que es difícil negociar. Son capaces de doblegar a estados importantes en este sentido. La colaboración público-privada funciona, sobre todo en situaciones de mucha emergencia. Pero la producción de fármacos por parte de los estados, salvo en Rusia o China, no ha avanzado lo que se necesitaba. En España ha habido algunos intentos en el pasado, pero se limitaron a comprar patentes y producir fármacos baratos. Así que, en este momento, lo que tenemos es un problema de suministro de vacunas. Hay que tener en cuenta que vamos a fabricar vacunas durante un año o dos, y luego ya no van a ser necesarias, o por lo menos no en las cantidades en las que se requieren en el momento actual, con lo que a las empresas no les sale rentable invertir para producir a un nivel que en unos años no les va a hacer falta. Es muy fácil demonizar a las compañías farmacéuticas, pero sin ellas no tendríamos la vacuna. Es una situación compleja, porque además hay muchos países que van a tener muchos problemas para adquirirlas, con lo cual la solidaridad internacional ahí sí que va a tener un papel importante. Pero pedirles solidaridad a las grandes empresas es mucho más complicado.

En España se están desarrollando varias vacunas, pero el problema es trasladar después los resultados al sector empresarial y al mercado. ¿Es viable una vacuna española?

Las vacunas que se están investigando en España son casi todas públicas, las están desarrollando el CSIC o universidades públicas, solos o en colaboración. Pero si se consigue una vacuna que funcione y que mejore las que ya tenemos, es decir, que sea más eficaz o que tenga menos efectos adversos, el problema será la fabricación. Si tenemos vocación de que sirva para otros países se tendrían que buscar colaboraciones o acuerdos con farmacéuticas. En España no tenemos en este momento esa capacidad de producción, y eso es un problema de visión a largo plazo y de sosteniblidad del sistema. No dependemos solo de las patentes, sino de la capacidad de producción y distribución de otros países.

Desde la comunidad científica, ¿debe hacerse una autocrítica también de cómo se ha gestionado y comunicado la pandemia? ¿Se han transmitido mensajes confusos a la población?

Hemos fallado como comunidad científica. Pero también es bastante evidente que eso lo sabemos ahora. Las primeras noticias que llegaron de China era que habían tenido 20 casos y que se había confinado una ciudad de 10 millones de habitantes, y parecía desproporcionado. Si miramos hacia atrás, prácticamente todos los epidemiólogos se equivocaron, excepto algunos que desde el principio avisaron de que esto iba a ser terrible y son los que ahora dicen «yo ya lo dije». Pero ahora es más fácil ver que nos hemos confundido. Hay que tener en cuenta que los tiempos en ciencia no son los tiempos del virus. Hasta que se tiene una evidencia científica lo suficientemente establecida pasa mucho más tiempo, y cada semana había que tomar una decisión política o de gestión. En un año hemos aprendido muchísimo del virus, sobre epidemiología, genética y se han desarrollado varias vacunas en pocos meses, que ha sido un logro científico de primer orden. Es verdad que se ha fallado en comunicación, pero también es cierto que no es nada fácil informar en tiempo real de la pandemia. Hemos seguido casi en directo todo el desarrollo de las vacunas, hasta el punto de que se entrevistaba a los voluntarios de los ensayos para ver cómo se encontraban, se analizaban los síntomas, etc., cuando es una situación habitual en cualquier tipo de ensayo. Y esta sobreinformación ha llevado a errores, y también a que la población fuera consciente de cómo cambiaban algunos mensajes. Cualquier persona de ciencias sabe que las verdades no son inmutables y que lo que hoy es verdad mañana me pueden demostrar que no lo era. Sin embargo, la sociedad lo que demanda son verdades inamovibles.

En este sentido se habla de una infodemia, de una pandemia de información y de bulos. ¿Es importante que la Universitat de València, a través de revistas como Mètode, cree su propio contenido e intente contrarrestar de alguna manera esta información que nos llega a través de las redes sociales?

La verdad es que a mi me sorprende mucho la facilidad con la que como sociedad nos creemos determinados bulos con cierto tono científico. Y sí, desde luego tenemos una labor importante para combatirlas desde el ámbito universitario. He podido asistir a algunas reuniones de la CRUE [Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas] en las que se trataba este tema, porque incluso desde algunas universidades se había dado espacio a negacionistas que directamente recomendaban productos que atentaban claramente contra la salud. Me preocupa la facilidad con la que como sociedad estamos dispuestos a creernos cosas absurdas. 

© Mètode 2021 - 108. Ciencia ciudadana - Volumen 1 (2021)