El auge de la sarna en España

En la última década se ha detectado un aumento notable de la incidencia de escabiosis (más conocida en la cultura popular como «sarna») en España, sin que esté aún claras todas las razones que puedan haber contribuido a ello. La pandemia de COVID-19 ha empeorado aún más la situación y los dermatólogos señalan que están viendo muchos más casos que antes de esta crisis sanitaria. Resulta complicado conocer cuál es la magnitud exacta de este incremento de la sarna en nuestro país, pues esta enfermedad no es de declaración obligatoria por parte de los médicos.

Varios son los factores que los sanitarios barajan como responsables de la mayor frecuencia de esta dolencia infecciosa de la piel causada por el ácaro Sarcoptes scabiei. Parece probable que los confinamientos, especialmente el que tuvo lugar en marzo de 2020 y que duró varios meses en todo el territorio nacional, propiciaron los contagios por este arácnido, a raíz de una convivencia mucho más estrecha en los hogares. Además, la saturación de los servicios sanitarios y el miedo a acudir al médico por el riesgo de contagio al SARS-CoV-2 retrasó los tratamientos oportunos para la eliminación del parásito, aumentando así las probabilidades de contagio a partir de los pacientes afectados.

El ácaro responsable de la sarna suele necesitar de un contacto directo, piel con piel, entre personas para su transmisión y, por eso, el hacinamiento es un factor de riesgo. No obstante, también es posible la infección a través de prendas, ropa de cama, etc. El contagio a partir de probadores de ropa no es imposible, pero sí muy poco probable por el tiempo limitado de exposición y porque este parásito solo puede sobrevivir unos 2-4 días fuera del cuerpo humano y suele tener hábitos nocturnos.

Aunque la sarna pueda parecer una enfermedad propia de siglos pasados, lo cierto es que sigue muy presente en las zonas más pobres del planeta, donde el 10 % de los niños pueden llegar a sufrirla. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, alrededor de 200 millones de personas padecen escabiosis, concentrándose sobre todo en países tropicales cálidos y zonas de alta densidad de población.

El ácaro arador de la piel

La escabiosis es una vieja conocida del ser humano. Su rasgo más representativo es un intenso picor en la piel, que predomina por la noche. Las primeras referencias a esta enfermedad se remontan al año 482 a. C. en el antiguo Egipto, aunque con toda seguridad esta afectaba a las personas desde mucho antes. Personajes ilustres como Aristóteles documentaron en su momento la presencia de un «piojo» que salía de ciertas lesiones de la piel. Sin embargo, tendrían que pasar muchos siglos hasta que la causa de la sarna quedara completamente clara. No fue hasta 1687 cuando el médico Giovanni Cosimo Bonomo identificó por primera vez al culpable con detalle, gracias a la invención del microscopio: el ácaro Sarcoptes scabiei. Sin embargo, la culpabilidad de este diminuto arácnido estuvo rodeada de una gran controversia científica y hasta 1834 no se aceptó plenamente su existencia en la comunidad médica.

Detalle de un Sarcoptes scabiei visto en un microscopio óptico./ Foto: Arthur Goldstein, CC BY-SA 4.0,  via Wikimedia Commons

A diferencia de otros ácaros que conviven con el ser humano y que son generalmente inofensivos (salvo alergias), como los ácaros del polvo o los ácaros Demodex, Sarcoptes scabiei var. hominis es un parásito obligado que provoca lesiones características en la piel a lo largo de su ciclo vital. Estos animales con cuatro pares de patas (en la fase adulta), redondos, blanquecinos y con gran cantidad de espinas están especializados en parasitar única y exclusivamente al ser humano, el único lugar donde pueden completar su ciclo vital.

Las hembras (de 300-450 micras) y los machos (150-250 micras) copulan en pequeñas madrigueras en la superficie de la piel y, tras esta etapa, los machos mueren y las hembras excavan la capa más externa de la piel (el estrato córneo) para crear túneles de unos 1-10 mm de longitud. Es en estos diminutos surcos donde las hembras van depositando huevos (30-50) durante 4-6 semanas, hasta que mueren tras finalizar la puesta. Los huevos eclosionan en tan solo 3-4 días en forma de larvas, pasan por fase de ninfa y alcanzan la fase adulta en 12-15 días.

En general, en una infección típica suele haber en torno a 10-15 hembras excavadoras. Sin embargo, las personas inmunodeprimidas pueden sufrir una infestación masiva de estos animales llamada sarna noruega (o costrosa) en la que hay miles o millones de ácaros aradores sin apenas picor (por la mínima respuesta inmunitaria). Esta forma de la enfermedad es grave, pues puede presentar complicaciones como infecciones que lleven a la muerte. Además, el paciente que lo sufre es muy contagioso por el elevado número de Sarcoptes presentes en su piel.

El arador de la sarna tiene preferencia por zonas con pliegues como los espacios entre los dedos, las muñecas, los codos, las axilas, la zona alrededor del ombligo, las nalgas…  En sí, el picor y las erupciones de la piel no están provocadas por los daños directos que provocan los diminutos ácaros, sino por la reacción inflamatoria que desencadena la presencia de heces y de proteínas de este arácnido en el interior de los túneles. Por esta razón, las personas que se infectan por primera vez pueden tardar entre 5 y 15 días en manifestar el característico picor (algunas pueden tardar en sentirlo hasta un mes), pues es el tiempo que lleva dicha respuesta inmunitaria. Sin embargo, las personas que ya han pasado la infección con anterioridad sufren los síntomas tan solo 1-4 días después del contagio, por ser una reacción inflamatoria mucho más precoz.

Afortunadamente, los tratamientos farmacológicos, si se aplican de forma correcta (a todas las personas infectadas y que convivan juntas) y durante el suficiente tiempo, son muy efectivos contra los citados parásitos. Entre ellos destacan la permetrina al 5 % aplicado a la piel, la ivermectina oral y la loción de benzoato de bencilo al 10-25%. También es esencial para cortar los contagios el lavado de ropas, sábanas y toallas con detergente y a 60 ºC para la destrucción del Sarcoptes. Aquellos tejidos que no puedan lavarse pueden guardarse en bolsas de plástico herméticamente cerradas durante un mínimo de cuatro días para asegurar la destrucción de los ácaros.

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Doctora en Medicina Regenerativa y comunicadora (Madrid). Autora de Si escuece, cura (Cálamo, 2019).