Esta semana los medios se han hecho eco de la publicación de un artículo en Nature Astronomy que habla de la detección de notables cantidades de fosfano (PH3) en las capas superiores de la atmósfera de Venus. Una noticia que, dicha así, no parecería especialmente interesante si no fuera porque los autores han jugado con la idea de que el origen de este fosfano sea biológico. ¿Y eso por qué? Porque en la Tierra sólo se conocen dos fuentes posibles capaces de generar este gas: la industria y algunas bacterias anaerobias (habitantes de entornos carentes de oxígeno).
Además, esta región de la atmósfera venusiana es particularmente «cómoda» para la vida tal y como la conocemos, especialmente si la comparamos con las condiciones climatológicas habituales de Venus: la densa atmósfera de este planeta, compuesta sobre todo de dióxido de carbono con un elevado efecto invernadero, produce temperaturas en su superficie de más de 450 °C y presiones atmosféricas 90 veces mayores que la terrestre. Pero a 55 km de altura encontramos unas condiciones casi idóneas, con una presión atmosférica de media atmósfera (la que, como referencia, se tiene en el campamento base del Everest) y una temperatura de 25 °C. Tiene también sus inconvenientes: en esa región abundan las nubes de corrosivo ácido sulfúrico y está sometida a poderosos vientos de 200 km/h.
No es la primera vez que se especula sobre la vida venusiana. Sagan y Morowitz ya teorizaron en 1967 sobre la posibilidad de vida aérea en las nubes de Venus, una posibilidad que ha sido recurrentemente investigada hasta tiempos recientes por diversos grupos, incluyendo los autores del artículo de Nature Astronomy. Incluso se ha hablado (con menor acierto) de vida compleja en la superficie de Venus, como ya tratamos anteriormente en la Nave de Mètode. Pero, ¿es este fosfano realmente un indicio de vida en el planeta vecino?
Es una tentación frecuente cuando no se conoce el origen de un fenómeno usar la hipótesis comodín de la vida (o incluso de la vida inteligente) como posible explicación alternativa. Ha ocurrido en numerosas ocasiones en astronomía: los desconcertantes (y finalmente inexistentes) canales de Marte llevaron a proponer la existencia de ingenieros marcianos; la rítmica señal de los púlsares, una de cuyas primeras explicaciones fue que eran radiofaros de alguna civilización alienígena, resultaron ser un tipo exótico de estrella muerta; de las explosiones cósmicas conocidas como GRB (o estallidos de rayos gamma) se llegó a postular si serían accidentes industriales de alguna civilización sumamente avanzada (hoy está claro que son un fenómeno natural); más recientemente, también se ha especulado de un origen inteligente para los FRB (siglas en inglés de ráfagas rápidas de radio), un fenómeno cuya causa aún no está del todo clara, y para el cual aún no se ha podido descartar un origen artificial (aunque todo apunta a lo contrario); o el exótico asteroide Oumuamua, procedente de allende el Sistema Solar, cuyo peculiar comportamiento llevó a especular si sería un fragmento de nave interestelar; por no olvidar la mediática estrella KIC8462852, para cuyos inexplicables (hasta el momento) y espectaculares bajones de brillo se recurrió entre otras explicaciones a… una esfera de Dyson en construcción en torno a ella.
Eso no quiere decir que un origen biológico sea necesariamente una hipótesis errónea para un fenómeno que aún no hemos podido explicar. En Marte se han detectado emisiones de metano y hoy día hay un fuerte debate sobre si su causa está en algún tipo de bacterias marcianas; realmente en ausencia de vulcanismo, como ocurre en Marte, es difícil de explicar la presencia de metano atmosférico en un mundo rocoso sin recurrir a la biología. Y bien puede ser que, en el caso de Marte, la respuesta correcta sea vida marciana. Pero también puede ser que haya otros fenómenos que no conocemos y sean los causantes del metano marciano. De hecho, en el Sistema Solar tenemos otro mundo, Titán, en el cual el metano abunda tanto que hasta forma mares y no tenemos ninguna buena explicación para explicar tamaña abundancia. Muy cerca de él, la luna Encélado muestra géiseres (posible indicativo de fuentes hidrotermales bajo su capa de hielo) en los cuales se busca hoy día también la presencia de metano.
La analogía con el caso de Venus es clara. Que no conozcamos cómo generar fosfano sin recurrir a las bacterias o a la industria no quiere decir que no haya otras posibles fuentes no biológicas aún desconocidas, como repitió hasta la saciedad el equipo responsable del hallazgo durante la rueda de prensa del pasado 14 de septiembre. Y esto es particularmente cierto en un mundo tan exótico como Venus, con una química tan poco estudiada. Sabemos mucho sobre la química en base agua, a presiones y temperaturas confortables para nosotros, pues es la química que nos rodea; resulta más sencillo investigarla y también más útil. Sobre qué tipos de química, de sustancias o reacciones, se puedan dar en un solvente como el ácido sulfúrico, a las presiones y temperaturas extremas que se dan en Venus, o cómo reaccionan a la luz solar las microgotas de las nubes venusianas (como los propios autores apuntan en su artículo), en realidad sabemos más bien poco, por motivos obvios. Para contestar a la pregunta que titula este artículo necesitamos más información y mejores modelos del comportamiento del planeta. Simplemente, nos faltan datos.
Cierto. La conclusión de que el fosfano puede ser un indicio de vida extraterrestre no se puede descartar, y si me lo permiten, se vende muy bien. Pero si lo consideran bien, esa conclusión es casi tan sólida como la de que se han detectado indicios de industria en Venus.