Si queremos preservar ecosistemas funcionales para el futuro y continuar disfrutando de sus servicios, también hay que proteger la diversidad filogenética y la funcional. Pero para hacerlo no basta con delimitar espacios protegidos.
El Parlamento Europeo acoge la conferencia «Climate Justice: Engendering the Energy Transition», una jornada dedicada a estudiar y debatir cómo afecta el cambio climático a las mujeres, pero también sobre el papel de las mujeres como agentes esenciales o motores de la transición energética.
Vivimos en una era de contradicciones. La era en la que podríamos aterrizar en Marte o dominar nuestro ADN, es, a su vez, la era de Trump, del negacionismo al cambio climático, o de la inversión de millones de euros en pseudociencias.
Los humanos, en concreto, nos helamos o nos abrasamos por encima o por debajo de un miserable intervalo de una veintena o treintena de grados. De aquí la importancia de este súbito calentamiento global que experimenta la Tierra desde la Revolución Industrial.
La escala no expresa la medida de las cosas, sino el carácter de los fenómenos. Cuando amplías un mapa, no aumentas la escala, sino la dimensión.
Arma Diallo, uno de los artífices del Convenio Internacional de Naciones Unidas contra la desertificación, ha sido testigo de las consecuencias de este problema medioambiental en Burkina Faso y tiene claro que sólo se puede afrontar con cooperación.
El modelo neo-liberal, deshonestamente globalizador y claramente insostenible, requiere la construcción de una alternativa que nos permita avanzar hacia un mundo ajustado a principios económica, social y ambientamiento sostenible.
Aproximadamente el 40% de la superficie terrestre (donde vive el 37% de la población mundial) está amenazada por el riesgo de desertificación. Este fenómeno amenaza todo el potencial biosférico de las zonas afectadas y tiene efectos transfronterizos y multisectoriales que inciden directamente en el cambio global.
En el verano gris de 1816, cuando la guerra y la revolución parecían haber pasado, Mary Wollstonecraft Shelley creó (inadvertidamente) uno de los mitos más perdurables de la modernidad occidental: Frankenstein, o el moderno Prometeo.
El triunfo del racionalismo hizo que la ciencia se impusiese a la superstición. Pero fue un camino largo y sembrado de vacilaciones. En los rincones más apartados de la ciencia se escondían monstruos terribles |