Entrevista a Valentín Villaverde

«El lenguaje y las imágenes visuales tienen un pasado que incluye a los neandertales y a sus contemporáneos»

Catedrático de Prehistoria de la Universitat de València

¿En qué momento nace el arte visual? Esta es la pregunta principal del libro del catedrático de Prehistoria de la Universitat de València Valentín Villaverde, La mirada neandertal (PUV, 2020). Con motivo de las reflexiones de la publicación, el catedrático conversa con Martí Domínguez, director de la revista Mètode, sobre los orígenes del arte y el papel de la cultura en el desarrollo de las sociedades desde la prehistoria hasta la actualidad.

Valentín Villaverde, autor de La mirada neandertal (PUV, 2020)

Su libro trata del gran debate que trata de determinar las finas líneas que definen aquello que es arte. ¿Para usted como antropólogo y prehistoriador, qué es el arte visual?

El arte visual son las imágenes que se utilizan con la finalidad de transmitir información o comunicar y que abundan en los aspectos estéticos entendidos como la valoración de la forma y la emoción. Eso, para mí, es el arte: cualquier imagen que genere una emoción que no esté asociada a la mera estructura de la forma, la emoción puede ser de sorpresa, de desagrado, de agrado, de dificultad… es decir, cualquier aspecto relacionado con la emoción que suscita la imagen y no solo la percepción. Desvinculo el arte prehistórico del concepto de arte contemporáneo que se genera durante la ilustración y el romanticismo. No tiene por qué ser ni bello ni original. Si estudio el arte visual con la visión de un historiador del arte prehistórico me voy a encontrar con imágenes que no son bellas desde el punto de vista estético, pero el arte no es solamente belleza sino algo más. Ese «algo más» puede ser la emoción, por ejemplo, a la que me estoy refiriendo. Yo distingo dos componentes en un elemento artístico: el componente estético y el componente semántico. La combinación de ambos es lo que define, para mí, el arte. Por otro lado, se trata de un concepto que se adapta a los distintos periodos históricos, por lo tanto, en cada fase histórica entenderé el arte de una manera. Y lo entenderé sin llegar a comprenderlo, ya que podemos contextualizarlo y explicar su función en la sociedad, pero se nos escapa el significado de la imagen.

El libro profundiza en la cuestión de dónde y cuando se inicia el arte. Si partimos de la premisa de que el gesto es lo que define al artista, ¿fueron los neandertales y los Homo erectus autores de manifestaciones artísticas?

Para mi sí. En mi disciplina se puede entender el arte como un logro de la humanidad que puede asociarse nuestra especie, el Homo sapiens sapiens, o como algo que tiene un pasado evolutivo más amplio. En términos evolutivos podríamos preguntarnos: ¿Realmente, hay un punto de inflexión? ¿Hay un antes y un después en nuestra capacidad cognitiva y simbólica que nos permita utilizar imágenes? A fin de cuentas, lo que hacemos cuando creamos arte, es utilizar imágenes con un significado simbólico, como un lenguaje. Y por eso, en muchas ocasiones se ha intentado establecer un símil entre la aparición del lenguaje y del arte. Es decir, cuando somos capaces de emplear símbolos, somos capaces de crear arte y, a su vez, cuando somos capaces de entender símbolos, tenemos un lenguaje. Como acabo de señalar, hay quien dice el arte es el fruto de una estructura cognitiva nueva que ha surgido por la aparición del Homo sapiens. Y hay quienes consideramos que no, porque observamos este aspecto con una perspectiva evolutiva más amplia. Para mí y para algunos de mis colegas, a medida que avanza el proceso de hominización se va produciendo el desarrollo del cerebro y con él una capacidad cognitiva que favorece la cultura, una cultura que se transmite y transforma y que necesita de la comunicación. La cultura de las sociedades ágrafas del pasado se transmitía oralmente y se reforzaba con imágenes. En este punto, el arte empieza a tener una significación. Sin duda, nuestra visión del proceso está condicionada por la conservación diferencial, al valorar este tema dependemos del arte visual que fosiliza, pero también es posible que otras manifestaciones artísticas no se hayan conservado. En relación con el debate del gesto creador: ¿Es el gesto lo que hace el arte o es la forma? Debemos tener en cuenta que la valoración del gesto se corresponde con una forma de entender el arte contemporáneo, porque es el que individualiza al artista y su creación. Se trata de un concepto contemporáneo de arte: el arte es creativo, es original, no repetitivo y tiene el estilo propio del artista. Pero en el arte prehistórico eso no fue así. Si analizamos el arte parietal paleolítico, podremos ver que es un ciclo artístico que comienza hace 35.000 años y acaba hace 12.000 años. Sin embargo, su evolución estilística y su variación temática son muy reducidas. A veces encontramos variaciones que encuentran su explicación en el medio ecológico, ya que solo se representan los animales que se documentan en cada región, pero la temática cambia muy poco a lo largo del tiempo. La iconografía es prácticamente la misma, cuatro especies dominan las representaciones paleolíticas durante decenas de miles de años. Entonces, no es el gesto ni la originalidad lo que definen el arte de las sociedades prehistóricas. Ahí la figura del artista no responde al cánon de arte creativo, individualizado y específico, responde a un arte codificado y con un estilo que se ajusta a unos cánones de representación que son identificados por la sociedad. La imagen no tiene una función exclusivamente estética o emotiva. La imagen tiene una función comunicativa. Yo no entiendo el arte antiguo de las sociedades prehistóricas sin la comunicación. La imagen es un elemento de refuerzo emotivo del mensaje. Entonces la forma ha de ajustarse al cánon, lo que los antropólogos y prehistoriadores denominamos estilo. Las pequeñas modificaciones del cánon pueden entenderse como consecuencia del proceso evolutivo normal de la cultura, una cultura que como resultado de la evolución poco a poco experimenta variaciones, pero que mantiene una fuerte normativa formal. A la hora de explicar esta cuestión podemos acudir a la narrativa de las sociedades ágrafas, que está muy reglada. Es decir, el narrador no cuenta un mito tal y como le apetece, sino que en su relato da cuenta de aquellos aspectos que resultan esenciales para la supervivencia del grupo y que el relato quiere resaltar. El relato proporciona información para afrontar los problemas sociales y económicos en épocas de estrés, por ejemplo. La narrativa refuerza la información a través de la ritualización, y por ello se recurre a una escenificación especial. La fidelidad del mensaje es esencial y aquel que se sale de la norma es corregido inmediatamente. Bien podemos decir que la individualidad creativa no desempeña el papel que sí que desempeña en la narrativa contemporánea. En el arte visual, por supuesto hay gestos del artista que podemos llegar a apreciar en algunas representaciones. Por ejemplo, estudiando el arte de las Cuevas del Parpalló vemos que determinadas formas de hacer las figuras y determinadas técnicas empleadas aparecen muy pocas veces en un mismo momento y parece que corresponden a una misma mano. Así que claro que existe la figura del artista, porque somos humanos y tenemos una forma de hacer particular, pero no es lo que prima en las representaciones visuales prehistóricas.

La gran discusión es si esas pinturas rupestres son de neandertales o no son de neandertales, porque la datación puede variar mucho y puede haber contaminaciones. En su libro habla de los propios ornamentos de los neandertales, como los collares, las pechinas… pero, claro, también podía ser artesanía ¿Hasta qué extremo si algo no es individual es arte? Estamos hablando de una especie de codificación en la cual no hay intención de modificar nada sino simplemente de transmitir un patrón. Por tanto, ¿hay creación artística? Todas estas cuestiones surgen en la lectura de su libro, pero entonces ¿dónde se pone la línea del arte?

Tiene toda la razón, es un debate interesantísimo. Aquí me viene muy bien la frase de E. H. Gombrich que dice que la definición del arte la hacemos nosotros: «No existe, realmente, el Arte. Tan solo hay artistas. Estos eran en otros tiempos hombres que cogían tierra coloreada y dibujaban toscamente las formas de un bisonte sobre las paredes de una cueva; hoy, compran sus colores y trazan carteles para las estaciones del metro. No hay ningún mal en llamar arte a todas estas actividades, mientras tengamos en cuenta que tal palabra puede significar muchas cosas distintas, en épocas y lugares diversos, y mientras advirtamos que el arte, escrito con A mayúscula, no existe, pues el Arte con «A» mayúscula tiene por esencia ser un fantasma y un ídolo». Si participáramos en esta conversación personas de tres épocas distintas, el artista de la edad media no estaría de acuerdo con la forma de entender el arte del artista contemporáneo, ni tampoco estaría de acuerdo con el artista prehistórico. Sus formas de entender el arte serían distintas. Las formas de expresión tienen un contexto social y cultural. Hay una parte estética y hay una parte de comunicación. Decías antes que es importante distinguir entre la artesanía y el arte, en el libro recojo la discusión sobre los bifaces prehistóricos, esas formas tan simétricas van más allá de la función y tienen un gusto por lo que sería la percepción formal o el equilibrio. Sin duda alguna, cuando tienes alguna de estas piezas en la mano ves que su acabado va más allá de lo que sería necesario para la utilización del instrumento, y generan el placer estético que produce una obra bien hecha. Así, el trabajo manual, en general, produce una sensación emotiva, pero además transmite una capacidad tecnológica.

También los surcos de los agricultores en la huerta valenciana transmiten placer y capacidad tecnológica. ¿Diríamos que eso es arte?

No, eso no diríamos que es arte. Y tampoco serían arte los bifaces. Son sólo indicativos de la capacidad de apreciación estética. Es decir, los homínidos de hace más de 400.000 años de antigüedad, tenían capacidad estética. Y esa capacidad estética llega al punto de invertir tiempo en la realización de un objeto visualmente agradable mas allá de su funcionalidad, es decir, conseguir una forma equilibrada. Eso yo no lo calificaría como arte. Sin embargo, pasar a un siguiente nivel ya genera confusión: ¿Es arte la concha encontrada en el yacimiento del Paleolítico inferior de Trinil, en la isla de Java, en la que hay un zigzag grabado? Un zigzag ya es un símbolo, un elemento gráfico que aparece grabado sobre la superficie. Eso ya no es un «saber hacer» sino que es la decoración de un objeto que puede resultar de un juego, simplemente una mano dibujando una superficie. O también puede ser la representación de un elemento visual que puede aparecer en otros medios que no sean el de la concha. En este punto, el estudio prehistórico presenta problemas graves en la apreciación de este tipo de objetos, porque tenemos una visión muy parcial de lo que son las manifestaciones culturales del pasado, conocemos aquello que fosiliza, pero aquello que fosiliza es muy poco. ¿Y si se decoraban con esos zigzags la piel? ¿Y si resulta que no era la piel sino los objetos de madera que estaban utilizando, o su propio cuerpo? No creo insensato pensar que pudieran existir una serie de elementos visuales integrados en la cultura desde tiempos anteriores a los neandertales. Y si no queremos dar ese salto al Paleolítico inferior, a la época de los Homo erectus, también encontramos objetos similares en el caso de los neandertales. Es decir, el conjunto de las representaciones gráficas no figurativas (esta precisión es importante) que aparecen sobre objetos que se conservan (piedras y  huesos, grabados con líneas o reticulados) no son numerosos, pero se documentan en esos contextos. Hace años, cuando visitábamos un museo, se nos mostraba a los neandertales desprovistos de adorno y ahora cuando visitamos un museo vemos que los neandertales están representados con unas franjas pintadas en el brazo, con elementos ornamentales como las plumas o los colgantes… De manera que ahora la idea de que los neandertales no se adornaban se ha descartado por completo. No creo que se pueda dudar que en este contexto ya hay arte visual. Ya no hay un objeto que tenga una función definida y que se haga tan sólo mejor o peor por parte del artesano que lo utiliza, con los neandertales estamos ya ante la voluntad de introducir elementos visuales que comunican de muchas maneras, a veces por el mensaje que llevan asociado al símbolo gráfico, a veces la información social que transmiten. Yo creo que lo interesante a la hora de valorar el adorno en esas épocas es lo que nos está diciendo sobre el proceso evolutivo humano y la facilitación de la comunicación del grupo.

¿También por una cuestión de estatus social?

De estatus social, pero también como indicador de la personalidad del individuo, o de su edad y disponibilidad para el matrimonio. Y otros símbolos abarcan a la identificación de la totalidad del grupo. En contextos de baja densidad demográfica, con encuentros fortuitos o no frecuentes con otros grupos, la capacidad de que la imagen dé información sobre la pertenencia común, la filiación grupal, es muy importante. Además, la función comunicativa del adorno abunda en el aspecto estético, por lo que yo diría que es arte visual. Si trasladamos estas reflexiones al presente, ahora no entenderíamos nuestro adorno personal como arte visual, nuestra sociedad comunica con el adorno de una manera similar aspectos personales y sociales, pero no lo entenderíamos como arte visual, salvo en contadas ocasiones.

¿Por qué la estética en el hombre neandertal sí que es arte y las tribus urbanas no lo es, si también están proyectando una estética?

Sí, proyectan una estética, pero ¿lo entienden como arte? Ahí está la discusión entre «estética» y «arte» y la importancia de diferenciarla.

¿Por qué se ha de entender como arte, entonces, la producción de los neandertales? Por ejemplo, los pintores de iconos marianos de la escuela bizantina se caracterizan por repetir la pintura que viene desde San Lucas. Entonces, entre Cimabue y Giotto se puede distinguir el corte entre representar una tradición y representar aquello que se ve. En el momento en el cual uno pone la propia personalidad surge la figura del artista y este se desentiende de lo que podemos llamar ‘artesano’, que no tiene más objeto que su tarea, como el que hace sillas o iconos. Si nos preguntamos si Cimabue fue artista yo diría que posiblemente sí, porque enseñó a Giotto, pero la cuestión es: ¿Son artistas todos los autores de los iconos bizantinos que se prolongan casi hasta el siglo XVI, es decir, muy posterior al propio Renacimiento? ¿Hacen arte o hacen artesanía? Esa es la gran discusión. Tienen función de pasar, como usted dice, un legado cultural, porque todas estas pinturas podrían surgir en un contexto comunicativo de unificación del grupo, pero el ejemplo artístico es lo que a mí me hace dudar ¿Entonces, dónde empieza el arte? Porque el riesgo es acabar considerándolo todo arte, incluso los bifaces. Si solo se necesita el gesto del placer de la obra bien hecha para considerar que ya hay arte, los propios chimpancés podrían hacer arte. Porque también utilizan herramientas que pasan por un proceso de aprendizaje y de perfeccionamiento. Entonces eso es lo interesante de la discusión: ¿dónde ponemos la línea?

¿Dónde la ponemos? Usted la estaba poniendo antes en la individualidad de la creación. Pero eso es aplicable mucho más tarde en el proceso de evolución del arte. Todo lo que no es individual y creativo no es arte. De esta manera, bisontes de las cuevas de Altamira serían arte porque representan rasgos estilísticos específicos, pero quedarían fuera de esta definición una buena parte del arte rupestre paleolítico. Así, si aplicamos ese criterio, la frontera está bien clara. Es decir, el arte sería simplemente un acto de creación individual que trasciende al interés común, pero esta es una definición concorde con el arte contemporáneo occidental.

Posiblemente, el gesto de romper la unidad de lo colectivo es lo que ve al artista y lo otro es una manifestación, no estoy diciendo que sea tan reduccionista, porque igual incluso el pintor de Altamira era una persona que tenía ese deseo de crear algo propio y exclusivo. Pero es muy difícil trazar esa línea entre lo artesano y lo artístico. Es lo que hace que me surjan dudas, incluso las dudas de que fueran los mismos neandertales los que hacían esas pinturas.

La pregunta es: esos elementos geométricos que dibujan los neandertales ¿son o no son arte? Bueno, ahí estoy de acuerdo. Es opinable. No creo que haya una verdad absoluta sobre eso, vuelvo a Gombrich: no es una cuestión esencialista. Depende de cómo lo queramos considerar. Yo lo veo como a unos grafismos hechos abundando en el poder comunicador de la imagen. Y la imagen empieza a tener fuerza por sí misma a raíz de generalizarla, eso es lo que es curioso. Y eso pasa en unas sociedades y en otras no, porque no es nuestra capacidad cognitiva la que hace inmediatamente que tengamos arte. Hay grupos humanos que no desarrollan arte contemporáneamente a lo que está sucediendo en Europa en ese mismo momento del paleolítico. Por ejemplo, en África, que han aparecido mucho antes los humanos modernos, hay un largo periodo donde no hay ni una documentación de arte que haya fosilizado. Pero a mí me preocupa poco la definición de arte. Lo que me preocupa es cuando aparecen imágenes que tienen funciones comunicativas que abundan en la emoción y que transmiten algo más allá de la propia imagen. Eso es lo que me preocupa desde el punto de vista evolutivo y cultural del ser humano. Porque hay un momento en el que realmente eso tiene un protagonismo espectacular. La Europa del paleolítico superior es la Europa donde la imagen está presente en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Cuando aplicamos conceptos como la creación, la individualidad, la maestría o la excelencia, inmediatamente pensamos en algunas representaciones parietales importantísimas. Pero en los objetos cotidianos como el armamento aparecen representaciones esculpidas de una perfección estética y de un dominio de la forma realmente magnífica. No dudaríamos en decir que son obras maestras u obras de arte. Y forman parte de lo cotidiano. Sin embargo, seguramente no se entendían como arte, con las connotaciones que este término tiene para nosotros. La enseñanza que nos da la antropología cuando nos enfrentamos a las sociedades simples es que hay grupos que tienen actividades artísticas, pero que no consideran la palabra ‘arte’. No entra en su concepto que están haciendo arte, están haciendo objetos que forman parte de su vida cotidiana y que tienen un tratamiento especial y, además, no está tan definida la distinción entre el artista y el no artista. Y esas decoraciones están indicándonos aspectos estilísticos de pertenencia al grupo, del individuo o de cualquier otra cosa. Pero la función decorativa que aparece, por ejemplo, en el armamento parece tener una función de individualización, lo que usted decía, que es el individuo el que manifiesta sus señales sobre el objeto. Pero lo que realmente resulta significativo del proceso mental diferenciado que se asocia a este tipo de decoraciones es que en muchos casos no se verían. Muchas veces esas decoraciones están en las partes de la pieza que van a quedar tapadas por el enmangue. Es decir, es la creación del símbolo lo que conduce a la individualización o la propiedad. Con todo esto se genera un juego muy interesante desde el punto de vista antropológico, el juego de lo social y de lo individual. Es decir, nosotros somos una especie social, pero lo individual tiene mucha presencia en la formación de nuestro temperamento. Nuestro pensamiento es social y cultural. Nos queremos escapar de él muchas veces pero no nos escapamos, porque estamos estructurados social y culturalmente y, sin embargo, reivindicamos nuestra originalidad. Y ese juego no es exclusivo de nuestra sociedad contemporánea. Es decir, debe tener orígenes lejanos. Yo considero que el lenguaje y la actividad creativa en imágenes visuales tienen un pasado que, al menos, ya estaba presente en los neandertales y en sus contemporáneos.

Ciervo listado, pintado en negro, del abrigo de las cuevas de la Saltadora. / Foto: Valentín Villaverde

¿Piensa que el arte tiene un valor adaptativo?

No puedo explicarlo de otra manera. No puedo explicar que el arte tenga un valor en ese tipo de sociedades ágrafas si no es adaptativo. Se trata del refuerzo de la imagen y del mensaje. Todo el peso de la transmisión popular remite a la narrativa y al arte visual que lo refuerza. Luego tiene un carácter adaptativo. En el momento en el que se descubre que la imagen sirve para memorizar, que incrementa la emoción y los recuerdos o que simboliza aspectos que sobrepasan la propia narración, se da un gran paso cultural. Yo lo veo como un logro cultural. Uno de los temas en los que insisto es que no hay una adaptación para el arte, sino que hay una adaptación para la cultura. Hay un progreso en el desarrollo evolutivo humano y de su capacidad cerebral que tenemos comprobado, y se manifiesta en una cultura acumulativa, que arqueológicamente ha incrementado sus mejoras tecnológicas y su desarrollo, y, en ese proceso, aparece la función del arte como elemento que refuerza la comunicación y la transmisión de información, y con ello la cohesión social. De este modo se abren sensaciones emotivas. Esencialmente, el arte refuerza la sensación de pertenencia al grupo y el participar en elementos ideológicos comunes. Todo lo ritual lo realza. Y si el ritual es colectivo, lo realza muchísimo más. Las sensaciones que experimentamos en grupo no son las mismas las que experimentamos de manera individual. En los primeros estudios de la religión se ha hablado de la importancia de la cuestión colectiva en la creación de las identidades y las instituciones religiosas. Por otra parte, y en relación con las imágenes visuales, ahora se unen a nosotros unas perspectivas de estudio que son muy atractivas, si nos centramos en el análisis de los objetos “artísticos” podemos indagar sobre los componentes territoriales y sociales de las sociedades paleolíticas. Desde este planteamiento, las piezas decoradas, los temas representados, nos permiten una perspectiva de distribución geográfica muy interesante que remite a territorios sociales y a posibles contactos intergrupales. Por otro lado, en cuanto a la pregunta de si podemos decir que algunas pinturas paleolíticas son de cronología neandertal, yo creo que en estos momentos no hay por qué ponerlo en duda. Que hayan dejado improntas no figurativas en las cuevas es coherente con lo que sabemos del comportamiento de los neandertales tal y como se ha mostrado en el yacimiento de Bruniquel, donde se han documentado círculos de piedras en una zona oscura, alejada de la entrada, carentes de una significación funcional clara. Estas construcciones, que implican la movilización de toneladas de piedras y una cooperación de trabajo, han sido datadas con el mismo sistema que se ha empleado para datar el arte parietal atribuido a los neandertales en algunas cavidades de la península ibérica, mediante el sistema de las series de uranio. Las estructuras de Bruniquel constituyen una clara prueba de expresión simbólica vinculada a la frecuentación del mundo subterráneo, apartado de la luz ¿Por qué no van a frecuentar los neandertales el mundo de las cavidades, dejando de vez en cuando unas improntas en la superficie de sus paredes? El problema que tenemos es que, hasta ahora, hemos partido del concepto de que todo el arte parietal era del paleolítico superior, de los humanos modernos. ¿Quiere eso decir que hay muchísimo arte neandertal? Seguro que no. Lo razonable es pensar que no debe haber mucho.

En mi libro explico que el cómputo final de elementos de arte visual que se documentan en el arte mueble del Paleolítico medio es muy reducido, casi podríamos decir que se cuenta con los dedos de las manos. Pero son los balbuceos de una expresión gráfica que aparece y desaparece probablemente por razones demográficas y sociales. Su mera documentación en algunas zonas y fases del Paleolítico medio nos indica que los neandertales tuvieron capacidad para crear y utilizar símbolos. El proceso de datación que en los próximos años se lleve a cabo en otras cavidades probablemente nos confirmará lo que ya sabemos a partir de las dataciones directas, por carbono 14, que ya se han realizado en el arte paleolítico: que la gran mayoría del arte paleolítico no solamente es del Paleolítico superior, sino que es de la última parte del paleolítico superior, del Magdaleniense. La documentación del Paleolítico medio es cuantitativamente escasa. Pero a pesar de esta limitación, sabemos que es entonces cuando los neandertales empezaron a adornar sus cuerpos con elementos como las plumas, o los colorantes. Las dataciones de arte parietal de cronología neandertal no creo que vayan a cambiar sustancialmente nuestra percepción del arte paleolítico parietal conocido. Nos dicen, simplemente, que la decoración parietal tiene unos orígenes anteriores. Hay que plantear una perspectiva evolutiva y biológica razonable, y eso no tiene por qué destruir lo que ya sabemos, sino que lo matiza. Creo que en estos momentos seguir defendiendo que hay un punto de inflexión pre humano y humano en el proceso evolutivo humano es difícil de creer. Y, de hecho, cuando uno mira las publicaciones en el campo de la paleontología y en el campo de la arqueología se da cuenta de que cada vez es más minoritaria la visión rupturista. Nuestra humanidad se va gestando evolutivamente. Y las hibridaciones parece, tal y como nos informa la paleogenética, que han sido constantes a lo largo del proceso evolutivo. Las poblaciones no tienen por qué haber han permanecido siempre en los mismos sitios. La idea «peregrina» de que nosotros descendemos de los ancestros de la propia región no se sostiene en absoluto en el ámbito de la genética. Lo que la genética nos dice es que los movimientos de gente y de genes son continuos y que estos movimientos remontan hasta épocas pasadas. Hay evidencias de movimientos de personas no solamente de África a Eurasia, sino también de Eurasia a África. El pasado hay que imaginarlo como un flujo de movimientos de gente sujeto a oscilaciones climáticas y ambientales continuadas.

Y también un juego genético, porque las especies se reproducían entre ellas.

Sí, eso es lo que cabe esperar en un contexto en el que se produce la colonización de una zona por un homínido en otro espacio que ya estaba ocupado por otro, con poblaciones de densidades, en ambos casos, bajas. Creo que esto indica que la separación evolutiva entre los diversos tipos humanos no debía ser muy importante,  porque estamos ante una descendencia genética que ha dejado su huella en la población actual. Hace diez años cuando hablábamos de genética de poblaciones considerábamos que los neandertales no habían contribuido en absoluto a la formación de la población humana actual. Según el ADN mitocondrial se negaba cualquier tipo de relación. A partir de los resultados del ADN nuclear la cosa ha cambiado. De una explicación rupturista que afirmaba que los neandertales desaparecían porque eran inferiores cognitivamente, hemos pasado a una visión en la que ya no está tan claro que esta sea la razón. Neandertales, denisovanos y humanos modernos se unieron y tuvieron descendencia, y hay incluso algunos expertos que hablan de los estímulos que pudieron favorecer esos contactos a nivel cultural y antropológico. Ahora estamos ante un panorama totalmente distinto, mucho más rico y sugerente. Y, claro, es muy difícil seguir sosteniendo la idea de un «antes» y un «después». No tendrían que ser tan distintos en sus capacidades y expresiones visuales como para que las relaciones que detecta la paleogenética quedaran reducidas a encuentros fortuitos de carácter sexual. Es imposible no pensar en implicaciones sociales y culturales.

Incluso una propia asimilación de los grupos neandertales por parte de los sapiens. Al final los grupos neandertales eran muy pequeños y no sé hasta que punto la visión violenta de la extinción del neandertal es real.

Yo creo que no. Creo que cada vez se está imponiendo más la idea de la asimilación. Ahí hay un componente genético privilegiado, el de los humanos modernos. La población neandertal, más que extinguirse, se asimila. La información arqueológica y la genética coinciden en dar una sensación de que, efectivamente, en esas fases de contacto y convivencia la densidades demoigráficas de los diversos grupos eran muy bajas, con probables extinciones locales y repoblaciones de algunos territorios. No parece posible partir de la idea de la continuidad y estabilidad del poblamiento humano en esos periodos. Así que, en esos contextos, esa idea de asimilación más que de ruptura y de extinción es perfectamente viable. Y además debe tener un largo recorrido, porque los orígenes genéticos de esos cruces no se sitúan en un punto y en un momento determinados, sino que remiten a un proceso más complicado desde el punto de vista histórico.

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Periodista, revista Mètode.