Científicos por la memoria

El trabajo para recuperar los restos de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo todavía sin identificar

El Palau de Cerveró de la Universitat de València acoge hasta el 13 de enero la exposición Exhumant el silenci. Memòria, ciència i identitat, una muestra que reivindica la tarea tecnocientífica en la que se basan los trabajos de identificación de las víctimas de la Guerra Civil i la dictadura. A través de fotografías y material audiovisual, la propuesta recorre la trayectoria del Grupo Paleolab, un equipo de investigación conformado por arqueólogos, bioantropólogos y antropólogos forenses que participa en proyectos de recuperación de la memoria histórica desde hace quince años.

La exposición, comisariada por Elisa García-Prósper, Manuel Polo Cerdà y Francesc-Xavier Duarte Martínez, del Grup Paleolab, compagina los ejes temáticos de memoria, ciencia e identidad para ofrecer una visión transversal y multidisciplinar de este proceso de investigación. Un trabajo que se lleva a cabo tanto en el terreno como en el laboratorio de la mano de profesionales de distintas disciplinas, y que resulta indispensable no solo para restituit la dignidad de las familias afectadas, sino también para ofrecer objetividad sobre uno de los momentos históricos más duros de nuestra historia reciente.

España es uno de los países del mundo con más fosas comunes. Hasta el año 2007, el movimiento social por la memoria de los desaparecidos no tenia marco jurídico. La llamada Ley de Memoria Histórica ofrece por primera vez a estos colectivos la oportunidad de llevar a cabo sus acciones desde un marco administrativo –no judicial–, y hasta el momento es la única vía existente en el Estado español.

Las fosas del olvido

«Hace falta recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se acaba con la indiferencia». Estas son las palabras del Nobel de Literatura, José Saramago, durante la celebración de las Jornadas sobre la Recuperación de la Memoria Histórica celebradas en Jaén en el año 2005. Trece años después, con una Ley Histórica a medio gas, son muchas las asociaciones de memoria histórica y equipos científicos y técnicos que trabajan cada día por recuperar los restos de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo que están todavía sin identificar en distintos puntos inexactos del Estado español.

José Celda Beneyto, Francesc Fenollosa Soriano, Ramón Gandia Belda y Manuel Gimeno Ballester son cuatro nombres de la lista de identificados en los procesos de exhumación llevados a cabo en el cementerio de Paterna, en concreto en la fosa número 14. Estos cuatro hombres, naturales de Massamagrell, fueron ejecutados el 14 de septiembre de 1940 pero no fueron enterrados dignamente por sus familiares hasta el año 2013.

«Las exhumaciones de fosas comunes unen tres vértices: el método científico, la memoria colectiva de un país y la dignidad individual de los fusilados y familiares»

En este cementerio, los muertos por causas naturales o accidentes, que han sido llorados por familiares después de su partida, conviven con los restos de fusilados después de la Guerra Civil y el franquismo. Nada más entrar en el cementerio, estas tumbas no pasan desapercibidas: Unas flores de los colores de la bandera republicana y un memorial de hierro diseñado por el escultor alcoyano Antoni Miró, esculpido en su tronco con los nombres de los municipios de origen de los fusilados y coronado por la silueta de un hombre encadenado, nos recuerdan aquella oscura etapa de nuestra historia. Al caminar por los pasadizos, a los visitantes les abordan algunos mensajes escritos en las lápidas: «Vicent Cano Puchau. Nacido en Benaguasil y muerto en Paterna el 20/5/1940 a los 51 años. Aquí descansa un hombre humilde fusilado por la constancia de ser honesto y nunca servil».

Si estas personas han podido ser enterradas dignamente, aunque unas cuantas décadas más tarde, ha sido gracias a la estrecha relación que ha existido entre ciencia e historia en todos los procesos de exhumaciones: un matrimonio prolífero en los resultados alrededor del mundo, en distintas etapas y situaciones en las que el denominador común ha sido la memoria de las víctimas. El caso de España además, como resultado de una guerra civil, cuarenta años de una etapa de represión y unas cuantas décadas después de silencio y falta de una ley de memoria histórica para regular la cuestión, es quizás uno de los procesos más sensibles con implicaciones más allá de la materia científica. En cierta manera, las tareas de exhumaciones e identificación de fosas comunes se construyen como una especia de triángulo con tres vértices: el método científico, la memoria colectiva de un país entero y la dignidad individual de los fusilados y sus familiares.

Foto: Concha Molina

Bodas de cristal

En España, el matrimonio entre ciencia y memoria histórica empezó hace unos quince años cuando en 2003 por primera vez una prueba de ADN permitió identificar un desaparecido en la Guerra Civil. Fue Emilio Silva Faba, veí de Villafranca del Bierzo hasta que fue fusilado en 1936. Su nieto homónimo, fundador de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica, no cedió en su empeño por recuperar su abuelo. Este empeño le llevó a encontrar a su familiar y a unos centenares más de desaparecidos desde el nacimiento de la asociación. Un empeño que ha sido reproducido por multitud de asociaciones y científicos alrededor del mapa estatal.

Esta etapa de exhumaciones más recientes viene precedida por otra dos en las que a penas había ningún tipo de apoyo ni garantía científica y a veces tampoco administrativa. En 1939, con la guerra todavía reciente, Francisco Franco promulgó una ley para iniciar un proceso de exhumación y recuperación de las víctimas de la Guerra Civil con el apoyo del Consejo Generales de los Colegios Oficiales de Médicos. Por supuesto, solo del bando golpista.

El segundo periodo tuvo lugar poco después de la muerte del dictador, en una especie de reacción pasional que surge de las entrañas de aquellos que habían estado silenciados durante la dictadura. No obstante, todos estos procesos, casi improvisados y realizados con las manos desnudas por personas no expertas, no contaron con ningún protocolo científico ni ningún apoyo administrativo. Eran exhumaciones acientíficas realizadas por voluntarios familiares, responsables políticos e incluso de la propia Iglesia, sin fines de identificación. Finalmente, el intento de golpe de Estado del año 2981 puso freno a todo este movimiento.

La tercera etapa, que empezó entre finales del siglo anterior y principio del XXI, ha tenido como protagonistas a las asociaciones de memoria histórica que han contado con el método científico para asegurar que los procesos sean exactos. En el ámbito administrativo, se ha conseguido la aprobación de la Ley de Memoria Histórica en 2007, en la que, más allá de las implicaciones y debates políticos que ha suscitado, infiere también en el desarrollo del trabajo de los científicos y las asociaciones.

Este año además, la Generalitat Valenciana ha puesto en marcha la ley autonómica de memoria histórica con la que se espera un cambio en la consideración, protocolos, estructuración y financiamiento –una de las piezas fundamentales y que más se ha echado de menos en los últimos años– de estos trabajos. Esta regulación deja de considerar las exhumaciones de fosas comunes como excavaciones arqueológicas ordinarias; prevé vías administrativas y de financiamiento necesarias para su desarrollo y la creación de un banco de ADN como el que ja existe en Cataluña, y que hasta ahora en la Comunidad habían sido realizados por asociaciones de memoria histórica de manera individual.

Esta falta de implicación por parte de la administración es también señalada por Carmen Negre, médica forense, que echa en falta un mayor grado de centralización de las investigaciones forenses, especialmente en el contexto de las fosas comunes frente al hecho de que son los laboratorios privados y las asociaciones quienes acaban haciéndose cargo de todo el trabajos. Además, señala la dificultad de encontrar laboratorios con capacidad material y personal para absorber estudios de antropología y genética, y recuerda el desmantelado laboratorio de antropología de la Universidad de València. «Dentro de la administración de justicia, como en los procesos de exhumación no existe una investigación penal, no hay una implicación por parte de los institutos de medicina legal», afirma Negre. Pero en junio de 2017 hubo una excepción en la Fosa 113 del cementerio de Paterna, exhumada por el grupo ArqueoAntro y en la que el Instituto de Medicina Legal de Valencia participó para supervisar el trabajo de técnicos y en el posterior traslado de las muestras de sus instalaciones.

Hasta ahora, las herramientas de financiación de las exhumaciones han venido de las diputaciones provinciales cuando no de los mismos familiares, socios de las organizaciones de memoria histórica, donaciones de entidades privadas nacionales y extranjeras, y aportaciones de los mismos técnicos. El Gobierno Central congeló la financiación en 2001, así que han tenido que ser organismos autonómicos los que han financiado muchos de los trabajos, siempre mediante subvenciones a familiares en vez de gestionarlos con herramientas propias. Con todo, los proyectos de exhumaciones se parecen más a trabajos altruistas de especialistas que sacrifican sus vacantes y fines de semana para trabajar en los proyectos.

Un equipo científico multidisciplinar

Uno de estos equipos de profesionales que lleva desde principios de siglo trabajando por la memoria de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo es Grupo Paleolab. Manuel Polo, médico forense en el Instituto Valenciano de Medicina Legal, es uno de los miembros de este equipo multidisciplinar que fusiona historia, arqueología, antrología, en sus ramas física y forense, y genética. Este es un equipo que funciona a dos niveles: el trabajo de campo y el trabajo de laboratorio, o lo que es lo mismo, las excavaciones y las posteriores labores de identificación genética y determinación de las causas y circunstancias de la muerte. Y por descontado un tercer nivel, más humano que científico, es el de retornar –cuando es posible la identificación completa– los desaparecidos a sus familiares y los posteriores actos de homenaje que tienen un importante papel de reparación de heridas.

«Los técnicos han de mantener la precaución en la relación con las familias, especialmente por el riesgo de crear falsas expectativas o confundirlos»

La relación de este grupo valenciano con la memoria histórica empezó en el año 2003, cuando La Gavilla Verde se puso en contacto con ellos para trabajar en la zona geográfica de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón, que puede delimitarse en un triángulo entre las provincias de Valencia, Tarragona y Cuenca. En todos estos años han actuado en más de cuarenta municipios y han recuperado e identificado más de doscientas víctimas con un enfoque definido por el mismo Polo de poner las ciencias forense al servicio de la historia.

Otro pilar fundamental en los proyectos está constituido por las familias, que son las principales interesadas en los resultados de los trabajos de los equipos y la fuente principal de información documental y genética, necesarias en todas las fases del proceso. No obstante, Manuel Polo destaca la importancia de mantener una visión científica en todo momento, una especie de distancia metodológica que no da pie a subjetividades para evitar que la implicación personal interfiera en el trabajo. Compara su trabajo con el de una mesa de operaciones de un hospital en la que solo entra el personal sanitario. La familia queda fuera del quirófano, de la excavación y laboratorios en este caso, pero se le mantiene informada en todo momento del proceso y de los resultados cuando se obtienen.

En cualquier caso, los trabajos realizados por Paleolab acostumbran a permitir la presencia de familiares al menos durante un día en las excavaciones. La precaución es uno de los elementos fundamentales en la relación con la familia, sobretodo a la hora de crear falsas expectativas o llegar a confundirlos con las continuas dudas que plantea el trabajo de campo. Es importante que los familiares comprendan la complejidad de cada paso y cada movimiento que se realiza. «Hay exhumaciones que se resuelven en unos días, semanas, meses o incluso años, y otras en las que ni tan siquiera es posible hacer una identificación porque el material genético está muy degradado», recuerda Polo.

Foto: Concha Molina

Primera fase: Documentación frente al silencio

Estos trabajos científicos empiezan con la recogida de datos a través de fuentes documentales y orales mediante registros de los ayuntamientos, parroquias, familiares y vecinos que puedan haber sido testigos del momento del fusilamiento. El objetivo de esta fase es esclarecer quienes son las víctimas buscadas, quienes son los familiares vivos y cual es el lugar exacto en el que se encuentra la fosa. En esta fase, el equipo científico, la asociación implicadas y los familiares trabajan conjuntamente para crear un registro documental que permita conocer todos los datos antemortem como sea posible.

La duración y efectividad de esta fase es diferente en cada caso. Puede que toda la documentación y testimonios apunten a un lugar donde finalmente no se encuentre nada. Quizás un vecino sorprenda a los investigadores diciéndoles exactamente lo que están buscando porque recuerda el lugar donde las personas fueron fusiladas y posteriormente inhumadas, un testimonio directo muy valioso en estos casos porque acelera los procesos y avanza información de contexto a los investigadores.

Pero lo más destacable de esta fase es precisamente la antítesis de la información: el silencio promovido por el miedo que en algunos casos todavía permanece alrededor de la exhumación de una fosa. «El silencio es coyuntural en todo el proceso y el miedo está justificado cuando en pleno siglo XXI hay personas que reciben amenazas en su fachada por promover una exhumación para recuperar su familiar», explica Polo. El silencio de vecinos que conocen el paradero de una fosa, o que prefieren permanecer en el anonimato, es un reflejo de la sensibilidad de la cuestión y la presistencia de una espiral de silencio más de cuarenta años después.

Precisamente esta sensibilidad ha sido el principal obstáculo en el avance de las exhumaciones y de los procesos de memoria histórica en general, gracias a los que los han planteado como procesos que reabren heridas. Según Polo, la ausencia de un marco administra, las dificultades de financiamiento y acceso a permisos han venido de la mano de la arbitrariedad, y esta de la línea política del ayuntamiento en el que se localiza la fosa que posibilita mayor o menor facilidades.

Segunda fase: ¡Aquí!

Cuando la documentación y testimonios apuntan a un lugar lo primero es hacer una prospección de viabilidad, una inspección del lugar para comprobar sus características y plantear el proyecto. Una vez delimitada la localización se procede a realizar los correspondientes sondeos arqueológicos –agujeros cuadrangulares de 1×1 o 2×2 metros hechos a máquina o a mano– con los que se espera poder documentar la presencia de restos humanos.

«El silencio es un elemento coyuntural en los procesos de exhumación y es resultado de un miedo a hablar que permanece cuarenta años después de la muerte del dictador»

Si con estos primeros tests no se encuentra ninguna evidencia, o si no es posible la realización de agujeros como es el caso del campo de futbol del Villar, se procede a la utilización de georradares que identifiquen cambios en el sustrato compatible con la presencia de restos humanos.

El siguiente paso es conseguir todos los permisos pertinentes de la administración, el propietario del terreno, los familiares… Con la arbitrariedad que ya se ha comentado y que puede poner fin a un proyecto antes de iniciarlo. También se realiza la extracción de muestras biológicas de los familiares vivos –principalmente mucosa bucal  y sangre periférica mediante pinchazo de los dedos–, que más tarde servirán para comprobar la compatibilidad genética con los restos encontrados en las fosas o nichos.

Tercera fase: a ensuciarse los zapatos

A unos pocos metros bajo tierra, los profesionales preparados con guantes, máscaras medidas de protección y herramientas arqueológicas inician la excavación. La formación, profesionalidad y medidas de seguridad a pie de fosa son esenciales, ya que se trata de material sensible que hay que saber manipular para salvaguardar la cadena de custodia y la seguridad y salud de los mismos trabajadores.

Entre tierra y polvo empiezan a aparecer los restos óseos tal y como fueron depositados –o lanzados sin ningún tipo de consideración ni respeto– en aquellos días. el decapado permite conocer la dinámica en la que los cadáveres fueron lanzados y cada detalle es apuntado y leído en términos de contextualización de los hechos perimortem: disposición de los cadáveres, tipos de lesiones, traumatismos, fracturas, material de balística, efectos personales de las víctimas…

Foto: Concha Molina

Los cuerpos pueden estar desordenados y colocados en diferentes posiciones, como es el caso de una fosa común clandestina en la que simplemente fueron vertidos. Pero también pueden estar dispuestos ordenadamente como resultado de un entierro más digno realizado por gente del pueblo: aquí ha de recalcarse la referencia al caso de la fosa de las botellas de Paterna, en la que los cadáveres estaban identificados con un papel en el interior de botellas de vidrio. Otra situación que se ha encontrado el equipo de Paleolab es la de la exhumación de los alcaldes de Xiva a Paterna, los cuales fueron trasladados en algún momento desde una fosa hasta un nicho en el que los restos óseos de hasta 45 cadáveres aparecieron mezclados entre ellos, añadiendo mayor dificultad al trabajo de laboratorio para organizar los esqueletos. En estos casos, el trabajo de documentalista gráfico y los arqueólogos y antropólogos presentes en el campo es importante para ir registrando los esqueletos.

Quarta fase: Quién es quién

Los trabajos de identificación tienen lugar en los laboratorios, bien sean externos o en las mismas salas de autopsia de los cementerios. En ellos se producen dos tipos de identificación de la mano de la antropología y la genética forenses: lo que nos dice la morfología y patología de los restos óseos y lo que nos dicen los análisis genéticos en relación con los familiares demandantes.

Después del inventario y la limpieza de las muestras, la antropología forense se encarga de «leer» los restos óseos con tal de determinar datos identificativos sin necesidad de los análisis de ADN. Mediante un análisis antropométrico del esqueleto se pueden determinar datos como el sexo, la altura, observar asimetrías, intervenciones quirúrgicas –muelas extraídas, miembros amputados– que permiten perfilar e incluso determinar la identidad de la víctima gracias a la confrontación con la documentación previa.

Los exámenes genéticos se realizan a partir de las evidencias indudables de los familiares y las extraídas de los restos óseos de las víctimas, siendo especialmente efectivas en la conservación del ADN el tejido compacto y esponjoso del fémur, cuando no tiene ninguna fractura, y las muelas que funcionan como la caja negra de un avión. Hay que tener en cuenta que el estado de conservación de los restos óseos puede provocar cierta degradación, incluso la degradación total, de las cadenas de ADN que impide la identificación genética. Factores como la humedad, la acidez y la temperatura del sustrato y las manipulaciones a las que han sido sometidos los restos producen una mayor degradación en el rendimiento genético, incluso para muestras de una misma etapa histórica.

Respecto a las muestras de los familiares, las pruebas de maternidad y hermandad son las más efectivas para determinar la vinculación genética, y por tanto la identidad, con la secuenciación del ADN mitocondrial extraído orgánicamente de los huesos que han sido desmenuzados previamente. Cuando no hay ningún familiar directo vivo puede realizarse la exhumación parcial de los presuntos padres o hermanos, o bien utilizar muestras de otros familiares para las cuales son necesarios procesos más complejos que obligan a acudir a marcadores del ADN nuclear, menos frecuente en las células y los restos óseos.

Quinta fase: heridas que se cierran

Finalmente, las familias reciben los restos de sus familiares y ya pueden celebrar los entierros y homenajes dignos que no tuvieron en el pasado. Las pequeñas cajas que son entregadas a las familias pesan más de lo que pesan los huesos y la madera, ya que están cargadas de una historia colectiva y de todas las historias individuales de platos en la mesa esperando que llegue su comensal.

«La aplicación de las ciencias forenses en el contexto de las fosas comunes no tiene como objetivo señalar culpables, sino recuperar la verdad de las víctimas de la historia»

Las ciencias forenses que intervienen en las exhumaciones de fosas comunes tienen mucho en común con las que intervienen en las investigaciones criminales actuales: informes periciales, estudio de la patología forense, reconstrucción de los hechos… La diferencia es que en estos contextos, la determinación de las circunstancias de la muerte no tiene como objetivo señalas culpables, sino recuperar la verdad de las víctimas de la historia. «Nuestra ley de enjuiciamiento penal obliga a investigar las muertes violentas o sospechosas de criminalidad. Efectivamente, estas muertes lo son pero son delitos que han prescrito y que no se pueden investigar en el ámbito penal del derecho», recuerda Carmen Negre.

Aquí no hay procesos judiciales, pero la justicia fluye desde el primer paso hasta las lágrimas de los familiares en los actos de homenajes. Tampoco hay señal de venganza en ninguno de los procesos alrededor de la memoria histórica en todo el mundo, ni en los múltiples textos que han formulado al respecto organizaciones globales como la ONU, que, por cierto, ha reclamado a España en más de una ocasión sobre su gestión de la memoria histórica y la impunidad frente a las desapariciones del franquismo.

El debate de la exposición mediática

La relevancia mediática y social que tienen las exhumaciones de las fosas comunes de la Guerra Civil y el franquismo produce que detrás de cada equipo de trabajo haya al menos un periodista o vecino curioso pidiendo actualizaciones constantes. Esta presión de periodistas que quiere sacar la foto del día o de políticos que ponen datos límite al financiamiento resulta incompatible. «La tarea científica es mucho más pausada y debería estar libre de estrés, y tener a los familiares y medios pendientes puede pesar sobre la investigación», afirma Carmen Negre.

«Tenemos una visión bastante científica de este trabajo y no lo usamos como escaparate. Nuestro trabajo es apoyar a las familias y no entrar en este circo mediático que se crea», afirma Polo, quien dirige su crítica hacia el tratamiento que hacen los medios de comunicación y defensa que se respete tanto la privacidad de las familias como el trabajo de los técnicos. «Hacemos ruedas de prensa para explicarlo todo cuando tenemos claras las identificaciones pero si eso se transforma en tener que dar diariamente una noticia en Twitter, deja de ser ciencia y se convierte en un espectáculo irrespetuoso a todos los niveles», dice justo antes de recordar la metáfora de la mesa de operaciones de un hospital.

Con todo, los dos médicos forenses reconocen la utilidad de medios de comunicación a la hora de visibilizar la situación, aunque Polo puntualiza «soy partidario de que las exhumaciones se transformen en una acción de normalidad. Una exhumación no debería ser noticia en un país democrático y si lo es, significa que alguna cosa pasa».

Puntos negros históricos y geográficos

Una de las medidas promulgadas a partir de la Ley de Memoria Histórica del año 2007 es la creación de un mapa estatal de fosas comunes con el financiamiento del Ministerio de Justicia, al menos hasta el año 2011, y en la que las asociaciones de memoria histórica privadas han tenido un papel muy importante. este mapa, de libre acceso en la página web del Ministerio, muestra una España llena de puntos rojos (exhumada total o parcial), amarillos (trasladada al Valle de los Caídos), verde (no intervenida) y blancos (desaparecida) donde Aragón, Andalucía y Cantabria son las comunidades con mayores concentraciones.

En el caso de la Comunitat, los mapas han sido realizados por equipos técnicos y asociaciones como el Grupo Paleolab y la Gavilla Verde que en 2011 contabilizaron sesenta puntos tan solo en la provincia de Valencia, siendo el cementerio de Paterna el principal foco. Mientras tanto, el mapa del Ministerio de Justicia señala alrededor de una treintena de localizaciones para la misma delimitación territorial.

Precisamente la ley de Memoria Democrática y para la Convivencia que entró en vigor en 2017 en la Comunitat, prevé la creación de un mapa autonómico de fosas comunes y un censo de las víctimas, así como la creación de un Instituto Valenciano de la Memoria Histórica. De momento, ninguna de las propuestas de esta ley ha tomado forma física.

¿Qué nos dicen los huesos?

Antes de las pruebas de ADN, es imposible anticipar algunos datos identificativos mediante la morfología de los restos óseos. Existen una serie de medidas que permiten discernir sexo, edad, altura e incluso el grupo racial mediante fórmulas antropométricas basadas en estándares para grupos poblacionales. Los técnicos toman medidas de distintos grupos óseos y aplican fórmulas de regresión que dan un valor por encima o por debajo de un punto de corte.

Así, para determinar el sexo de un esqueleto forense acostumbran a observar la envergadura del cráneo y la cadera. El cráneo es, por norma general, más grande en el caso del hombre con arcos zigomáticos e inserciones musculares marcadas en la nuca. Por otra parte, la cintura es más ancha y baja en el caso de la mujer. Aunque el cráneo y la cintura son las medidas más habituales para distinguir el sexo de un cadáver, existen estudios que utilizan medidas de los pies con el mismo objetivo.

Respecto a la edad, los dientes sirven de nuevo de caja negra de información en las tareas de identificación. El desarrollo odontológico permite calcular si los restos pertenecen a un infante, un joven adulto o un adulto. También se puede analizar el grado de calcificación del cartílago de las costillas en función de la disponibilidad de las muestras con las que se cuenta.

A pesar de todos estos cálculos, en el contexto de las exhumaciones los rasgos que más facilitan las tareas de identificación son los más singulares: desde los miembros amputados y prótesis hasta intervenciones que pueden cerrar una identificación sin necesidad de análisis genéticos.

El peligro de las contaminaciones

A lo largo de todas las fases del proceso en las que los participantes se encuentran en contacto con los restos óseos o genéticos son necesarias medidas de protección para evitar la contaminación, no solo de las muestras sino también de los mismos técnicos que están sometidos a riesgos. La primera medida de prevención es la configuración de equipos profesionales y con experiencia que sean conscientes de los peligros y de cómo evitarlos. Grupo Paleolab tienen normas estrictas en lo que respecta al papel de voluntarios inexpertos y no permite la entrada a la fosa ni la manipulación por parte de amateurs.

A nivel material, es necesario trabajar con medidas de asepsia para conseguir la doble vertiente de protección frente a las contaminaciones. En los espacios abiertos los elementos fundamentales son las máscaras y guantes, aunque en situaciones en las que es necesario trabajar en el interior de la fosa –por ejemplo, en los cementerios donde no hay espacio alrededor de ella– hace falta utilizar Equipos de Protección Individual, monos integrales que permiten un aislamiento completo. Además, todo este material debería ser de un solo uso para evitar contaminaciones a escala microbiológica que afectan la integridad de las evidencias.

Al trabajar con restos humanos en descomposición y alta humedad, los técnicos están expuestos a patógenos potencialmente peligrosos para la salud que pueden producir desde problemas respiratorias hasta infecciones. Por descontado, estas estrictas mesuras también van dirigidas a la protección de las muestras, ya que una contaminación del material genético puede interferir en la posterior identificación. Además de las mesuras físicas, Grupo Paleolab es un equipo de trabajo cerrado que tiene el perfil genético de sus técnicos, también del documentalista gráfico, en el laboratorio porque en caso de contaminación accidental, los valores siguen excluidos en los análisis.

En treballar amb restes humanes en descomposició i humitats altes, els tècnics estan exposats a patògens potencialment perillosos per a la salut que poden produir des de problemes respiratoris fins a infeccions. Per descomptat aquestes estrictes mesures també van dirigides a la protecció de les mostres, ja que una contaminació del material genètic pot interferir en la posterior identificació. A més de les mesures físiques, Grupo Paleolab és un equip de treball tancat que té el perfil genètic dels seus tècnics, també del documentalista gràfic, al laboratori perquè en cas de contaminació accidental, els valors siguen exclosos en les anàlisis.

© Mètode 2018

Estudiante de periodismo de la Universitat de València.