Entrevista a Carmen Agustín

«Lo que vende es decir que las mujeres son de Venus y los hombres de Marte»

Bióloga y doctora en Neurociencias por la Universitat de València

Carmen Agustín, dice, nunca tuvo demasiado claro a qué quería dedicarse. Después de decantarse por las ciencias por creer «en un momento de estupidez» que tenían más futuro que el resto de estudios, el buen rendimiento que demostró cursando la asignatura de Biología durante el COU la acabó de convencer para probar suerte en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universitat de València. Fue a lo largo de la licenciatura, gracias a los libros del neurólogo Oliver Sacks i a la docencia del profesor Fernando Martínes García –que ahora imparte clases en la Universidad Jaime I de Castellón (UJI)–, cuando Agustín encontró en la neurobiología una cosa similar a eso que la gente suele llamar vocación. Un interés que la llevó hasta la Universidad de Cambridge, el Centro de Regulación Genómica de Barcelona y el Imperial College de Londres. Ahora, ejerciendo como profesora adjunta doctora en la Universitat de València después de haber pasado los dos últimos años en la UJI, la bióloga participa en una investigación sobre neuroanatomía y comportamiento sociosexual.

¿Cómo de diferentes son las mujeres y los hombres?
Esta es la pregunta básica. La cuestión no es si mujeres y hombres somos iguales o distintos, sino qué diferencias tenemos y de qué magnitud son. Es comprensible que tengamos ciertas diferencias respecto a nuestro comportamiento sexual, porque al final es el hecho de ser animales sexuados lo que nos hace distintos a mujeres y hombres, pero intentar encontrar diferencias en cosas como la capacidad de razonamiento matemático no tiene demasiado sentido.

Entonces, ¿en qué medida son distintos hombres y mujeres?
Depende de dónde y a quién mires. Hay especies sexualmente dimórficas y otras que no lo son tanto, como es el caso de los humanos. Una de las cosas que hemos observado en nuestro laboratorio es que en zonas del cerebro relacionadas con el comportamiento social y sexual, el sistema vasopresinérgico de los ratones macho está más desarrollado en las hembras. En humanos, según algunos estudios, parece ser que el hombre también tiene más vasopresina que la mujer. Esta puede ser una posible diferencia, pero eso no significa que tengamos que ser distintos más allá de este aspecto.

«Muchas de las diferencias entre hombres y mujeres existen por compensación: ambos sexos pueden llegar al mismo sitio por caminos distintos»

¿Quiere decir que estas diferencias puntuales no tienen por qué hacer a hombres y mujeres seres completamente opuestos?
Exacto. Muchas de las diferencias entre hombres y mujeres existen por compensación. Tenemos una distinción genética de partida –los cromosomas XY de los hombres y los XX de las mujeres– a la cual debe darse respuesta de alguna manera porque, aunque las células se expresen de manera distinta, tienen que converger en ciertas funciones. En las hembras, uno de los cromosomas X se inactiva, un proceso que no ocurre en los machos porque solo tienen uno. Se trata entonces de una diferencia inicial que, al contrario de lo que podríamos pensar, nos hace más parecidos; ambos sexos pueden llegar al mismo sitio por caminos distintos. Pero también hay que ir con cuidado. No todas las diferencias entre machos y hembras se deben a esta distinción cromosómica, al sexo biológico, de la misma forma que tampoco puede señalarse el factor cultural como causa única. El fenotipo es el resultado de la interacción entre genética y ambiente, hay que observar otras variables.

¿Cuáles son los errores más comunes que se cometen a la hora de entender el sexo como variable biológica?
En este sentido encuentro cuatro falacias más o menos recurrentes. Dos ya las hemos comentado: buscar una respuesta totalmente afirmativa o totalmente negativa a las diferencias entre ambos sexos en vez de buscar los matices, y asumir que todas las diferencias tienen su origen en el sexo biológico. De hecho, a parte del ambiente, la genética no es el único factor biológico que determina estas distinciones sexuales, sino que también influyen la epigenética y las hormonas. También sería un error considerar el sexo como una variable independiente. Hay diferencias que se mantienen con los esteroides sexuales, así que si bajan los niveles de testosterona por envejecimiento o castración, desaparecen; el animal continúa siendo macho, pero otra variable ha determinado que en cierto aspecto no sea tan diferente a la hembra. Por último, a veces se asume el sexo como la causa de las diferencias de comportamentales o evolutivas sin tener suficiente evidencia.

Foto: Andrea Casas

¿En qué medida cae la investigación en estas falacias?
Más que la investigación, el error lo cometen los titulares que resultan de ella. El tratamiento de este tipo de temas suele dar pie al sensacionalismo porque no interesa publicar el resultado de un estudio si demuestra que en cierto aspecto somos iguales o parecidos. Lo que vende es decir que las mujeres son de Venus y los hombres de Marte, aunque no sea verdad. Carla Sanchis, profesora de la UJI, lo explica muy bien poniendo como ejemplo la repercusión mediática que tuvo el artículo «Sex differences in the structural connectome of the human brain», del año 2014: analizando la sustancia blanca de machos y hembras, los investigadores observaron que en el cerebro de los hombres hay más conexiones dentro de un mismo hemisferio, mientras que en el de las mujeres hay más conexiones entre ambas partes del cerebro. Observaciones puramente estructurales. A partir de este trabajo, la prensa concluyó que las mujeres eran más eficientes realizando ciertas tareas, como cantar, y los hombres en otras distintas, como leer mapas. ¡Todo eso a partir de una investigación en la que no se estudió ni el comportamiento ni ninguna otra cosa más allá de la sustancia blanca! Los medios sacaron sus propias conclusiones, que por supuesto eran falsas, y eso es lo que al final llegó a la gente.

Este tipo de conclusiones parecen confundir el sexo biológico con el género.
Sí, totalmente. Si ya tienes asumido que los hombres son de una manera y las mujeres de otra, te quedarás con los datos que más te convengan. La variable de género es una cosa mucho más compleja de lo que puede parecer. Un estudio sobre las adicciones, por ejemplo, ha conseguido determinar la influencia de ambas variables: generalmente, la adicción es más común en hombres que en mujeres, pero en ratas se ha observado todo lo contrario. Lo que ocurre es que socialmente el hombre tiene mayor acceso a las drogas que la mujer, así que en este caso el sexo femenino sería un factor de vulnerabilidad y el género femenino, de protección.

¿Qué peligro puede suponer no tener en cuenta estas variables?
En el caso de los modelos clínicos, los ataques al corazón son un buen ejemplo. Tradicionalmente se ha descrito el dolor en el brazo como el síntoma típico de los infartos, ¡pero este es el síntoma típico de los hombres! Las mujeres presentan un cuadro distinto, y esta falta de información puede llegar a ser peligrosa. De la misma forma, durante muchos años los ensayos clínicos se hacían solamente con hombres porque la variable de sexo no se consideraba importante, y claro, ahora hay un porcentaje de la población femenina que presenta mucho más efectos adversos que los hombres al consumir estos medicamentos.

Foto: Andrea Casas

¿Es común esta situación, que se utilicen más machos que hembras en los estudios?
Siempre ha sido la tendencia, aunque desde hace un año o dos los Institutos Nacionales de Salud de EEUU recomiendan utilizar los dos sexos. Lo que pasa es que algunos proyectos con machos y hembras se rechazan por utilizar demasiados animales. Esta contradicción ética podría eliminarse haciendo un piloto previo para observar si la variable de sexo es verdaderamente importante o no en el estudio, pero incorporar otro  sexo significaría doblar la necesidad de recursos, de espacio, de experimentación… Es complicado, pero si te dejas la mitad de la muestra fuera y no investigas lo que está pasando con las hembras, lo único que puedes conseguir es perder información valiosa y desaprovechar los factores de protección que hacen que las mujeres sean más resistentes a algunas enfermedades que los hombres, y a la inversa.

«Si te dejas la mitad de la muestra fuera y no investigas lo que está pasando con las hembras lo único que puedes conseguir es perder información valiosa»

Pero si en estos estudios no se da importancia a la variable de sexo, ¿por qué se da preferencia al uso de machos en vez de hembras?
En investigación existe el mito de que las hembras son infinitamente más variables que los machos, y que por eso los experimentos deben hacerse en todas las fases del ciclo hormonal. En realidad, dos metanálisis de los años 2014 y 2015 demuestran que los machos son hormonalmente tan variables como las hembras. Evidentemente el ciclo menstrual afectará si lo que se está midiendo es el comportamiento sexual, pero más allá de esto no es necesario tener unos cuantos grupos de hembras para cada estudio.

¿Cómo se ha de afrontar entonces esta situación desde la ciencia?
El peligro se encuentra en simplificar y pensar que una mujer, por el hecho de serlo, será totalmente igual a la mujer que tiene al lado y totalmente diferente a cualquier hombre. Por una parte, hay que tener en cuenta todas las posibles circunstancias que puedan afectar a cada caso, acompañando la variable de sexo con la consideración de la clase sociocultural del sujeto, su edad, su estatus económico… Estas variables pueden llegar a ser determinantes para entender una enfermedad. Por otra parte, hay que entender también que hombres y mujeres pueden llegar a ser muy parecidos. Si representamos los datos de dimorfismo sexual como distribuciones utilizando una campana de Gauss, aunque las medias de ambos sexos sean muy distintas puede observarse como las dos campanas se superponen. Existe pues un porcentaje de la población de mujeres muy parecida a la población de hombres o que incluso supera la media masculina, y viceversa. No se puede perder de vista esta variabilidad.

© Mètode 2017
Periodista, revista Mètode.