Entrevista a Cordelia Fine

«El neurosexismo justifica estereotipos y roles de género anticuados de una forma no sustentada científicamente»

Profesora de Psicología de la Universidad de Melbourne (Australia)

Cordelia Fine

Viejos estereotipos con argumentos nuevos. Así es como define la profesora Cordelia Fine el «neurosexismo», un término que hace referencia al uso de la neurociencia para justificar los roles de género tradicionales. Unos roles que no incluyen el estereotipo de la mujer científica. Quizás eso explica en parte la poca presencia en nuestro país de mujeres (solo un 20%) en puestos de investigación de alto nivel, tal y como informaba recientemente la web Materia.

Cordelia Fine, profesora de Psicología de la Universidad de Melbourne (Australia), publicó en 2011 el libro Cuestión de sexos, donde investigaba a fondo el tema del neurosexismo, una cuestión que ha desarrollado también en varios trabajos académicos. El último de ellos ha sido publicado en Trends in Cognitive Sciences, donde pone de manifiesto como de fácil es encontrar ejemplos de novedades editoriales que inciden en las diferencias entre hombres y mujeres basándose en aspectos neurocientíficos, y como los medios reproducen estos esquemas.

La profesora Fine participó en el ESOF, el encuentro europeo de la ciencia que este año ha tenido lugar a Copenhague, y allí pudimos conversar con ella sobre neuroseximo, mujeres y ciencia.

Comenzaré por una pregunta recurrente cuando hablamos de las diferencias entre hombres y mujeres, ¿lo que nos diferencia es biológico o social?

Desde la perspectiva de género, lo que está cambiando en este sentido es que ya no se plantean dos corrientes paralelas de investigación. Durante mucho tiempo, una línea se ocupaba de la influencia social en el género –la psicología y las circunstancias sociales y demás– y después había otra que se interesaba por los genes, las hormonas y el cerebro. Hace tiempo que hemos entendido que no se trata de dos comportamientos estancos. No hay variables puramente biológicas. Todas nuestras hormonas, nuestros genes y nuestros cerebros están enlazados de alguna manera con las experiencias sociales que hemos vivido. Lo que estamos empezando a ver en la investigación sobre género es un acercamiento de estos dos tipos de investigación y en este sentido es un momento muy emocionante.

Cordelia Fine

Foto: Anna Mateu

Usted habla en sus libros del neurosexismo, ¿a qué se refiere con este término?

El neurosexismo describe el uso del lenguaje o de los principios de la neurociencia para justificar estereotipos y roles de género anticuados de una forma no sustentada científicamente. Y esta última parte es muy importante. Hay quien piensa que si se critica la neurociencia o la investigación científica sobre las diferencias sexuales es que se está completamente en contra de esta. Pero no es el caso, lo que ocurre es que si se utiliza una metodología pobre hay sesgos, y se producen resultados que refuerzan una visión estereotipada de los sexos, que en realidad no está respaldada por estudios científicos fiables.

Pero es cierto que hay estudios que muestran que nuestros cerebros masculinos y femeninos tienen diferentes estructuras, por tanto parece lógico pensar que funcionan de forma diferente y que esto nos hace diferentes.

Esa es la historia que solemos oír, pero hay tres problemas principales contra esta argumentación. En primer lugar, a menudo los estudios se hacen con una muestra muy pequeña y cuando se intenta reproducir surgen problemas. Por otra parte, no hemos avanzado lo suficiente en neurociencia para saber lo que psicológicamente significa tener una estructura del cerebro diferente o un patrón de actividad cerebral diferente en hombres y mujeres. Se hacen especulaciones al respecto, a menudo fundamentadas en estereotipos de género. Y por último, solo porque se observe algo en el cerebro no quiere decir que ese algo sea innato o programado, porque nuestro cerebro se desarrolla a través de una interacción constante con el entorno. Si piensas en como el género, como fenómeno social, influye en tu vida, tus aficiones, la elección de tu trabajo o de tus estudios… sería increíble que nuestros cerebros fueran idénticos. Así pues, ante estos estudios, nos debemos preguntar: ¿Es el resultado fiable? ¿Qué significa en términos psicológicos? Y ¿de dónde proviene esta diferencia?

Hay diferencias que quizás aceptamos como naturales, sobre todo cuando vemos a niños pequeño reproducirlas a edades muy tempranas. Es una observación que hace en su libro Cuestión de sexos, como algunos padres, que están convencidos de ofrecer una educación igualitaria, acaban convenciéndose de las diferencias innatas entre sexos al observar a sus hijos. ¿Aprendemos a ser mujeres y hombres desde pequeños?

En la medida en que el significado de lo masculino o femenino es muy diferente a través del tiempo, está claro que hasta cierto punto desarrollamos una identidad de género. Pero al mismo tiempo, no creo que eso signifique que somos esclavos de las normas culturales. Puede que partamos con predisposiciones muy pequeñas que difieren por sexo, y la cultura mejora la respuesta a estas y las refuerza. Pero por otra parte, ¿por qué deberíamos darle tanta importancia a las pequeñas diferencias y a las predisposiciones biológicas? En el siglo pasado pensábamos en el desarrollo como un viaje desde los genes a las hormonas, el cerebro y después al entorno; ahora tenemos modelos muchos más complejos e interactivos, donde todo se ve como parte de la construcción del individuo. Tenemos que pensar cómo introducir estos cambios en los modelos científicos y relacionarlos con la forma en que pensamos sobre el género.

Leyendo El cerebro femenino de Louann Brizendine, que usted pone como ejemplo de divulgación del neurosexismo, tuve la sensación de que este libro tenía en cierta forma un efecto tranquilizador. Es decir, si las mujeres somos como somos a causa de nuestros genes, podemos abandonar la lucha por la igualdad, que en muchos casos implica muchos esfuerzos en el día a día. ¿Qué piensa?

Creo que es parte del atractivo de estos libros. Efectivamente, es más reconfortante pensar que la desigualdad es natural y que podemos relajarnos. La impresión de que legalmente hay igualdad de oportunidades está muy extendida, y se asume que también hay igualdad psicológica de oportunidades. No sé cuáles son los límites de la igualdad, pero creo que aún no tenemos las mismas oportunidades psicológicas o sociales, porque tenemos un bagaje cultural enrome en términos de géneros, y lo llevamos a cuestas.

Este bagaje cultural afecta también a los investigadores, tal y como señala en su libro Cuestión de sexos, y que los prejuicios personales pueden influir en los resultados o el planteamiento de un experimento. ¿Hasta qué punto podemos decir que la ciencia es producto de su entorno social?

Debería responder que no lo sé, pero… Cuando empecé a investigar para Cuestión de sexos mi objetivo eran los divulgadores famosos. Me sorprendía mucho que dijeran que la neurociencia había mostrado que los hombres y las mujeres estaban construidos de forma distinta. Pero cuando fui directamente a los propios estudios neurocientíficos me sorprendieron mucho las conclusiones que se sacaban de estos estudios. Me iba dando cuenta de que la ciencia no era completamente objetiva. Los científicos son parte de la misma cultura que el resto de nosotros, y eso puede influir en la forma en que diseñan e interpretan su investigación. Fue un conmoción tremenda y esto acabo complicando mucho el libro porque ya no era solo un problema de como se divulgaba la ciencia sino un problema que era parte de la propia ciencia.

Quizás por eso usted diferencia entre buena y mala ciencia. De hecho, en su libro asegura que «a aquellos que están interesados en la igualdad de género la buena ciencia no les suscita ningún temor. Lo único que causa preocupación es la ciencia hecha con descuido, la ciencia mal interpretada o el neurosexismo».

Sí, por ejemplo, si nos fijamos en las pruebas que cita en mi libro que muestran que los niños se interesan más por objetos en movimiento y las niñas miran más las caras, vemos que son estudios no demasiados rigurosos, que no se han reproducido y los resultados son contradictorios. Deberíamos ir con cuidado antes de sentenciar cosas como «esto es únicamente biológico». Nos deberíamos preguntar primero si la ciencia que hay detrás de estas afirmaciones es rigurosa. Y en segundo lugar también tenemos ir con mucho cuidado en cómo utilizamos estas diferencias para explicar el mundo en que vivimos. Quizás los niños sean más activos que las niñas, ¿pero explica esto por qué es más probable que sean científicos? Posiblemente no. Debemos apreciar también que somos criaturas culturales, y asegurarnos de que prestamos suficiente atención a cómo el cambio de normas sociales puede influir en cuantas niñas participan actividades deportivas, por ejemplo. Hay que tener la mente un poco más abierta en cuanto a lo que es posible.

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Foto: Anna Mateu

¿Qué piensa de cómo los medios divulgan estos resultados científicos? Tengo la sensación de que a menudo los periodistas tenemos predilección por este tipo de trabajo que subraya las diferencias entre hombres y mujeres, ¿cuál es nuestra responsabilidad?

Claramente, los periodistas científicos tienen la responsabilidad de comunicar la ciencia de la forma más rigurosa posible, pero creo que la pregunta interesante está en la intersección entre ciencia y periodismo. Los periodistas no pueden ser especialistas en todo y a menudo confían en la nota de prensa. Hay científicos que son muy rigurosos a la hora de comunicar sus resultados a los medios, y hay otros que lo son menos. Si lo mismos científicos tienden a especular con sus resultados, porque es más probable que las historias más interesantes salgan en los medios, no es justo cargar toda la culpa en los periodistas.

Preparando esta entrevista, he prestado especial atención a los medios en este aspecto y ciertamente la presencia de mujeres científicas es prácticamente anecdótica. ¿En qué sentido influye esto en la percepción social de las mujeres científicas?

Es muy importante que las mujeres tengan la representación que se merezcan, pero no que estén infrarrepresentadas. Pero de nuevo, no es responsabilidad de los medios de comunicación. El impacto en las jóvenes generaciones que ahora mismo se están preguntando si ellas podrían ser científicas es muy importante. Hay estudios que muestran cómo cuando los niños estudian ciencia están aprendiendo sobre hombres y podrían sacar como conclusión que las mujeres no están hechas para la ciencia. Habría que explicarles que las mujeres no podían ir a la universidad y no se les permitía trabajar en estar áreas por la discriminación sexual histórica. Así podrían descubrir que la razón de que no les hablen de mujeres al estudiar ciencia no es porque ellas no sean buenas en ciencia, sino porque han tenido que enfrentarse a estos obstáculos, y esto incluso podría aumentar su interés. Así que es obvio que es una cuestión importante.

 

© Mètode 2014