El reto de la comunicación científica
El proyecto CONCISE reunió a 100 voluntarios para entender cómo se informa la ciudadanía sobre ciencia
Tres o cuatro bolígrafos azules, dos rotuladores de colores y dos grabadoras en medio de la mesa. Los rotuladores estaban para que los participantes pusieran delante de ellos un pequeño cartel con su nombre y, de esta forma, propiciar una comunicación más personal y fluida entre los participantes. Los bolígrafos, para que tanto los asistentes, como moderadores y observadores pudieran tomar notas si lo necesitaban. Por último, las grabadoras estaban para registrar todo lo que los voluntarios del proyecto CONCISE tuvieran que decir en torno a los temas que se trataron durante la jornada: cambio climático, vacunas, transgénicos y terapias alternativas.
En total, cien personas llegadas de toda España se reunieron el pasado 26 de octubre en el Jardín Botánico de la Universitat de València, donde tuvo lugar una de las cinco consultas ciudadanas organizadas por toda Europa en el marco de este proyecto europeo. CONCISE busca investigar el impacto de la comunicación científica en la formación de opiniones y creencias de la sociedad europea en torno a la actualidad científica. Cuatro ciudades ya han celebrado sus consultas: Vicenza (Italia), Lódz (Polonia), Trnava (Eslovaquia) y Valencia (España). Lisboa (Portugal) acogerá la última de las jornadas públicas el próximo 16 de noviembre.
Para Carolina Moreno, catedrática de Periodismo de la Universitat de València y coordinadora del proyecto CONCISE, la jornada en Valencia fue todo un «éxito». Según la investigadora, la consulta representó «un espacio de participación ciudadana donde los ciudadanos y ciudadanas expresaron libremente sus opiniones en torno a algunos temas científicos y el papel que ejercen fuentes de información e instituciones públicas en la configuración de sus opiniones».
Un debate cada vez más dinámico
La jornada dio inicio hablando de cambio climático. Primeras presentaciones: nombre y número de identificación. El rumor en la sala de la Estufa Freda, uno de los espacios del Jardín Botánico donde tuvo lugar la consulta, comenzaba tímido, como si no quisiera molestar, pero a medida que la gente se cargaba de confianza, subía y se volvió activo, dinámico. La conversación de una hora dio para mucho. La preocupación en torno a la cobertura mediática fue una constante: se habló de intereses económicos y desinformación. En una de las mesas, todos reciclaban, pero ninguno recordaba haber encontrado una noticia sobre reciclaje en los medios de comunicación durante los últimos meses. «Estos temas tienen que aparecer en la televisión», reivindicaba una participante de mediana edad. Curiosamente, la gran mayoría afirmaba no ver la televisión habitualmente.
Después del primer debate, llegó la primera pausa. Los participantes se agrupaban alrededor de las bandejas llenas de zumo de naranja, café y pastelería de todo tipo mientras comentaban las particularidades de sus mesas. Cerca de los cafés se encontraba un grupo de jóvenes universitarios madrileños, todos estudiantes de grados científicos, y que se habían presentado voluntarios porque un amigo o familiar les había pasado el enlace para inscribirse en la consulta. El grupo compartía la impresión de que los participantes que componían la muestra eran individuos relativamente «informados» de aquellas cuestiones que surgían en las mesas.
Por el contrario, una de las moderadoras de mesa consideraba que, aunque los voluntarios trataran de informarse previamente del contenido, el tipo de preguntas les pillaba en muchos casos por sorpresa: «Cuando tú le preguntas a una persona si tiene un referente en tema de cambio climático, la gente se queda pensando». También explicó que los moderadores tenían que reconducir de forma continuada el debate, con tal de focalizar las conversas en torno al objetivo principal: averiguar cómo y por qué medios los participantes forman sus opiniones.
La tendencia al debate que originan los temas seleccionados para la jornada se hizo más evidente en el segundo coloquio sobre vacunas. «No vacunar no previene enfermedades, en cambio, vacunar sí», se escuchaba por una mesa, mientras que dos metros más adelante, una voz masculina aseguraba que «no se puede dejar la salud en mano de otra persona». Moderadores y observadores escuchaban y tomaban nota sin poder proporcionar información de ningún tipo. La presencia de algunos profesionales sanitarios entre los participantes aportó una perspectiva bastante interesante al debate: la responsabilidad de los medios de comunicación a la hora de desmentir falsos mitos. Los participantes apuntaban hacia la cobertura mediática como uno de los principales responsables de la desinformación que, en muchos casos, origina que los individuos se informen de temas controvertidos por medio de opiniones de familiares, conocidos o fuentes poco fiables.
En la comida, los participantes conversaban entre ellos con un plato de arroz a banda en una mano y una bebida en la otra. Dos amigos, profesores de ciencias naturales, se conocían desde hace años y se encontraron en la consulta. El primero vio la convocatoria por la red y la compartió en Twitter con la esperanza de que sus alumnos se apuntaran —sin éxito—. La segunda vio el retuit de su compañero y decidió inscribirse. «Lo estamos pasando muy bien porque cada uno suelta la suya y es muy enriquecedor», aseguraba él. Los dos coincidieron en que los debates transcurrían sin «disonancias espectaculares», pero sin aportar un consenso claro alrededor de las cuestiones que se presentaron en la mesa.
Aun así, en temas como los transgénicos, había voces que reconocían desconocer qué significa este término. Incluso en el debate en torno a las terapias alternativas la sensación generalizada era de confusión. Aparecieron muchos conceptos: yoga, reiki, homeopatía, fitoterapia, acupuntura… «¿Es todo lo mismo?», planteaba un asistente. Algunos participantes argumentaban que no se podía hablar de todas estas prácticas «metiéndolas en el mismo saco», que no eran necesariamente equivalentes y que los medios de comunicación deberían participar en la aclaración de estas dudas. «Hay mucha información, pero lo que falta es divulgación científica», reclamaba un hombre de unos sesenta años.
Una vez finalizadas las mesas de debate, se procedió a la clausura del acto por parte de Carolina Moreno, coordinadora del proyecto, y de Antonio Calvo Roy, periodista científico y expresidente de la Asociación Española de Comunicación Científica (AECC).
Después de agradecer la participación y destacar la importancia de la ciudadanía en la comunicación de la ciencia reivindicó la importancia de generar informaciones vinculadas a la actualidad y que aborden temas poco tratados en los medios de comunicación como, por ejemplo, la política científica. Según Calvo Roy, el periodismo científico es el «periodismo estrella» del siglo XXI. «El deber de los periodistas es contar a la sociedad cómo es el mundo en el que vive y esta sociedad está tan ‘tecnologizada’ que las decisiones que tomen hoy tendrán una repercusión enorme en el futuro». Tendremos que esperar para comprobar si los resultados derivados del proyecto pueden aportar al periodismo estrella las claves necesarias para enfrentarse a los obstáculos de atraer a la diversidad de públicos.