Me costó escoger el nombre para esta sección de Mètode, tan difusa y maleable, pero ahora me parece que no podría haber escogido otro. «Diccionarios futuros», en plural; eso también es importante, ya que el porvenir no se escribe con un solo manual lingüístico, sino con muchos. Cambian las palabras y, con ellas, los años que vendrán. Nos inventamos algunas nuevas, y eso nos esperanza, porque detrás de las letras hay significados profundos que esperan a ser articulados, verbalizados. El nombre hace la cosa si hablamos de imaginar. Recuperamos también arcaísmos en desuso, relegados hasta ahora a páginas amarillentas o a tratados de la antigüedad, que sin embargo encajan perfectamente en el puzle indómito del siglo XXI. Pero también, y he aquí lo que me preocupa de verdad, estamos arrancando páginas enteras de los diccionarios, negándonos palabras para construir el camino, desmochando las ramas léxicas que quizás terminarían por florecer en mundos distintos y deseables.
¿Qué quiero decir con todo esto? Que ya tenemos en las manos –en las pantallas, vaya– un nuevo informe del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC). Les haré un espoiler: no dice nada nuevo. Pero, cuidado, que eso no es algo bueno, de ninguna manera. Más bien al contrario, se trata de la constatación de un fracaso doloroso y persistente. Nos dice, nos remarca con insistente urgencia, que la ventana para ralentizar el cambio climático y garantizarnos un futuro navegable (aun contando con algunos temporales y desperfectos en el barco) se desvanece día tras día, y cada vez más rápido.
«El IPCC avisa: la ventana para evitar un calentamiento inferior a 1,5 ºC se cierra aceleradamente»
El documento hecho público este marzo no es sino una síntesis del último ciclo de evaluación del IPCC, e incluye los informes publicados por los grupos de trabajo entre 2028 y 2023. Es decir, el lustro en que se han producido las grandes movilizaciones por el clima. Habría sido alentador poder constatar una (r)evolución desde 2018, y ver, en retrospectiva, cómo la acción climática ha dado un giro radical estos años. No ha sido así.
El único hito destacable, más allá de las manifestaciones, la desobediencia civil y la protesta en la calle ha sido la covid-19, que hizo disminuir un 6,4 % las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en 2020. Pero aparte de eso, lo que nos encontramos –tal como subraya el informe del IPCC– es con unos compromisos que no se ajustan de ninguna de las maneras a lo que los datos dibujan. Deberíamos estar reduciendo las emisiones de GEI a un ritmo superior al 8 % anual (para llegar a 2030 con una disminución como mínimo del 43 % respecto a los niveles de 2019), pero nos encontramos con que, según las políticas climáticas actuales, a finales de la presente década las emisiones pueden ser incluso superiores a las de hoy en día, y empujar al sistema Tierra hacia un calentamiento de 2,8 º para 2100.
Eso implica arrancar muchas, muchísimas páginas del diccionario. Con un calentamiento de 1,5 ºC ya deberíamos repensar palabras, añadir acepciones y buscar sinónimos. Con un calentamiento de 2 ºC, el límite superior de lo que marca el Acuerdo de París, tenemos que tachar sustantivos y suprimir verbos: habrá frases –futuros– que ya no podremos conjugar. Pero con una temperatura global que suba por encima de los 2 ºC nos enfrontamos a algo radicalmente diferente.
No solo habrá miles de sustantivos que ya no podremos usar –playa, verano, marjal, glaciar, gamba, calle…–, sino que cambiarán los topónimos –¿qué Mediterráneo? ¿qué montañas?– y los verbos tomarán nuevos significados –migrar, cultivar, quemar, (sobre)vivir, respirar, sudar, caminar, morir–. Cambiarán las normas ortográficas y las formas de conjugar los verbos. De repente, no sabremos ni qué suelo pisamos ni cómo describir aquello que nos estará pasando. De eso va un calentamiento de más de 2 ºC: de cambiar las normas con las que funciona nuestro planeta y en las cuales hemos basado toda nuestra existencia, toda la civilización humana. Significa reaprender el significado de aquello que nos rodea, como si llegáramos a un planeta a la otra punta de la galaxia o estudiáramos una lengua alienígena.
El IPCC avisa: la ventana para evitar un calentamiento inferior a 1,5 ºC se cierra aceleradamente. Cuando lo haga (y esto es el peligro) no nos daremos cuenta, porque la inercia del sistema climático provoca un desfase entre emisiones y concentración de GEI y también un lapso entre este aumento de concentración y el de las temperaturas. El clima que tenemos hoy, y la subida de más de un grado que ya hemos certificado, es el resultado de las emisiones del pasado, no de las de hoy. De la misma forma, lo que pase mañana será el resultado de las decisiones de hoy, de ahora mismo.
Ciertos cambios, incluso algunos de los que están por llegar y que todavía no hemos experimentado, son ya inevitables. Pero nos queda mucho más por salvar y por luchar que lo que ya hemos perdido. Quizás hayamos tenido que anotar y enmendar unas cuantas páginas de los diccionarios futuros, pero todavía poseemos un lenguaje rico que podemos y debemos preservar para mantener la habitabilidad del planeta. ¿Seremos capaces de legarnos a nosotros mismos la esperanza y el porvenir?