Del grito a la palabra

Las dos culturas y el origen del lenguaje

Foto portada número 39
Foto Ángel López

Ángel López, catedrático de Lingüística General de la Universitat de València, coordinó Del grito a la palabra en 2003. Foto: Paolo Bocchese.

En estos tiempos agitados que vivimos, el abismo que, desde el siglo XVII y sobre todo desde el XIX, separaba a las Geisteswissenschaften de las Naturwissenschaften se ha vuelto insondable y la dialéctica de las dos culturas de la que hablaba Snow, imposible. De un lado, las ciencias, donde las cosas son difíciles y cuestan; de otro, las humanidades, donde todo vale lo mismo y todos tienen derecho a aportar opiniones, desde Agamenón hasta su porquero, desde el profesor más enterado hasta el alumno más ignorante. Total, ¿qué más da? Esto de las humanidades es un simple juego y, para sus practicantes, un baile de vanidades en el que destaca el que mejor sabe ejecutar los volantines de moda. Esta oposición valorativa constituía tan solo una opinión personal de Snow en 1959, pero hoy día casi todo el mundo suscribiría sus palabras:

Son muchos los días que he pasado con científicos las horas de trabajo para salir luego de noche a reunirme con colegas literatos. Y, viviendo entre dichos grupos, se me fue planteando el problema que desde mucho antes de confiarlo al papel había bautizado en mi fuero interno con el nombre de «las dos culturas». Son dos grupos polarmente antitéticos: los intelectuales literarios en un polo, y en el otro los científicos. Entre ambos polos, un abismo de incomprensión mutua; algunas veces (especialmente entre los jóvenes) hostilidad y desagrado, pero más que nada falta de entendimiento recíproco. Los científicos creen que los intelectuales literarios carecen por completo de visión anticipadora, que viven singularmente desentendidos de sus hermanos los hombres, que son en un profundo sentido anti-intelectuales, anhelosos de reducir tanto el arte como el pensamiento al momento existencial. Cuando los no científicos oyen hablar de científicos que no han leído nunca una obra importante de la literatura, sueltan una risita entre burlona y compasiva. Los desestiman como especialistas ignorantes.

(Snow, 1987)

Seguimos igual; mejor dicho: estamos mucho peor. Como una metáfora de lo que está ocurriendo, en septiembre de 2016 se hundió el techo de un aula de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza y casi mata a dos personas. Ningún poder público se ha inmutado. El edificio amenaza ruina desde hace años, pero dicen que no lo podrán remendar hasta 2018. Mientras tanto, profesores y alumnos siguen dando clase… ¡con casco!

«Existe un tema, el del origen del lenguaje, en el que científicos y humanistas estamos interesados por igual»

¿Que qué tiene que ver esto con Mètode? Más de lo que parece. En su momento agradecí mucho la invitación de Martí Domínguez a este humanista que les habla para que coordinase un monográfico de la revista que ha llegado a constituir una referencia inexcusable de las publicaciones de divulgación científica. Tal vez porque él mismo también es un humanista o porque el tema que me propusieron está en el límite de las ciencias y de las humanidades o por ambas cosas a la vez. Porque ciertamente el ser humano no existiría sin el lenguaje; es lenguaje. Pero, al mismo tiempo, aunque el lenguaje sostiene el tejido social, es un fenómeno de origen inequívocamente biológico, es algo que aparece en la línea evolutiva del Homo Sapiens –tal vez, un poco antes incluso– como una facultad de su cerebro.

Existe, pues, un tema, el del origen del lenguaje, en el que científicos y humanistas estamos interesados por igual. Se podría pensar que este interés no es de la misma naturaleza, que los primeros lo ven como un incremento cuantitativo de ciertas habilidades que ya estaban presentes en los animales superiores, mientras que para los segundos la diferencia es abismal; existe, dicen, un verdadero salto cualitativo entre los demás animales y nosotros. A juzgar por las palabras de Charles Darwin este desencuentro resulta inapelable:

El lenguaje articulado es enteramente peculiar al hombre; pero, así como los animales inferiores, el hombre profiere también con gritos inarticulados sus intentos […]. Lo que distingue al hombre de los animales no es la facultad de comprender sonidos articulados porque, como todos saben, los perros entienden muchas palabras y muchas frases […]. Tampoco es nuestro carácter distintivo la facultad de articular porque los loros y otras aves la poseen […]. Los animales inferiores se diferencian del hombre en la facultad infinitamente mayor de este para asociar los más diversos sonidos a las más diferentes ideas, lo cual, como es obvio, depende del gran desarrollo de las facultades mentales.

(Darwin, 1999).

Sin embargo, hoy vemos las cosas de otra manera. Dawkins, un darwinista ortodoxo donde los haya, se refería al tema del origen del lenguaje en términos casi místicos, como un humanista deconstruccionista, cuando introduce el concepto de meme, un constructo cultural manifestado, cuando no suscitado, por el lenguaje:

¿Qué es, después de todo, lo peculiar de los genes? La respuesta es que son entidades replicadoras […]. El gen, la molécula de ADN, sucede que es la entidad replicadora que prevalece en nuestro propio planeta. Puede haber otras […]. Pienso que un nuevo tipo de replicador ha surgido recientemente en este mismo planeta […]. Durante más de tres mil millones de años, el ADN ha sido el único replicador del cual vale la pena preocuparse en el mundo. Pero eso no quiere decir que mantenga estos derechos monopolistas para siempre. Siempre que surjan condiciones en las cuales un nuevo replicador pueda hacer copias de sí mismo, estos nuevos replicadores tenderán a hacerse cargo de la situación y a empezar un nuevo tipo de evolución propia. Una vez que empiece dicha evolución, en modo alguno se verá necesariamente subordinada a la antigua. La antigua evolución seleccionadora de genes, al hacer los cerebros, proveyó el «caldo» en el cual surgieron los primeros memes […]. Por la imitación, considerada en su sentido más amplio, es como los memes pueden crear réplicas de sí mismos. Pero, así como no todos los genes que pueden hacer copias lo efectúan con éxito, así también algunos memes tienen un éxito mayor que otros en el acervo de los memes. Este hecho es análogo al de la selección natural.

(Dawkins, 2000)

Este es el contexto, apasionado y apasionante, en el que tuve la satisfacción de coordinar el monográfico de Mètode sobre el origen del lenguaje. Invité a científicos y a humanistas y todos respondieron positivamente. Hasta pudimos hacer sendas entrevistas de lujo a dos personajes que representan lo más notable del científico-lingüista, Noam Chomsky y Per Aage Brandt, un lógico matemático y un matemático cognitivista respectivamente, que han contribuido de manera decisiva a nuestros conocimientos sobre el origen del lenguaje. No me sorprendió encontrarme luego este número en numerosas bibliotecas de universidades de todo el mundo. Es que –y perdonen la inmodestia– el tema que me propuso la dirección de la revista era central, pero las contribuciones al monográfico, que tuve la fortuna de reunir, le hacían justicia.

La cuestión de los fundamentos biológicos del lenguaje ha interesado desde siempre y puede orientarse según se conciban las lenguas como instrumentos de conocimiento o de comunicación.

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REFERENCIAS

Darwin, Ch. (1999). El origen del hombre y la selección en relación al sexo. Madrid: EDAF.

Dawkins, R. (2000). El gen egoísta. Barcelona: Salvat.

Snow, C. P. (1987). Las dos culturas y un segundo enfoque. Madrid: Alianza Editorial.

© Mètode 2017

Departamento de Teoría de los Lenguajes, Universitat de València.