Entrevista a Javier Ordóñez

«Las guerras siempre empiezan con palabras»

Catedrático Emérito de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad Autónoma de Madrid

Javier Ordóñez Rodríguez (Pamplona, 1947) es catedrático Emérito de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y miembro del equipo de investigación ScienceFlows de la Universitat de València. A sus 72 años, sigue con la misma inquietud por aprender que cuando comenzó las carreras de Física y Matemáticas y asegura irónicamente que seguirá investigando «mientras distinga un teléfono móvil de una botella de agua». Así pues, solo por los problemas derivados de la falta de memoria o de concentración se retirará de la academia pero, mientras llega ese momento, seguirá compartiendo con los y las estudiantes de Periodismo de la UV sus clases magistrales sobre las relaciones entre ciencia, guerra y comunicación.

Este año el seminario que impartió en el mes de marzo se denominó «Lluvias radiactivas. Paraguas periodístico: Construcción de la opinión para la supervivencia en la Guerra Fría». Este seminario ha servido para visibilizar todo el trabajo de campo que ha desarrollado a lo largo de su trayectoria profesional en diferentes centros de referencia internacional como la Universidad de Quilmes (Argentina), el Instituto Tecnológico Superior de Monterrey (México), en la UNAM (México), la City University de Nueva York o el Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia de Berlín. Sus temas de estudio han sido diversos y prolijos, pero siempre vertebrados por la filosofía e historia de la ciencia y de la tecnología. Tiene dieciséis libros publicados y decenas de artículos de investigación, de entre los que destacamos sus tres últimos trabajos, que aún continua presentando en algunos foros académicos: por una parte, sus obras El mundo y la química, un mundo fascinante para nuestros sentidos (en coautoría con Natalia Pérez-Galdós, 2011) y Lección de ciencia (2015) y, por otra, la edición de El químico escéptico de Robert Boyle (con traducción a cargo de Natalia Pérez-Galdós, 2012.

Cuando relacionamos la ciencia con la guerra, lo primero que pensamos es en cómo se desarrolla la investigación científica en los periodos bélicos. ¿Cree usted que la relación entre los científicos y la guerra ha podido propiciar una imagen negativa de la ciencia?

Puede ser, pues es un hecho que la ciencia ha ayudado a la guerra. Sin embargo, desde mi punto de vista, creo que lo más interesante de esta relación entre ciencia y guerra son los casos de Big Science, en los que grandes proyectos de investigación han dado lugar a grandes armas. Me estoy refiriendo a las situaciones en las que el estado, como máxima autoridad social, es capaz de pedir a los científicos que dediquen sus esfuerzos a la fabricación de armas, como sucedió por ejemplo en el proyecto Manhattan. Además, lo más curioso, es que esta inversión de los estados en grandes proyectos tecnológicos y científicos continuó durante la Guerra Fría. Ejemplo de ello son las distintas generaciones de armas nucleares y los soportes que se diseñaron para transportarlas, en cuya construcción participaron algunos científicos relevantes llamados y reclutados por el estado para llevar a cabo el desarrollo armamentístico. Otro aspecto muy interesante, fue el apoyo a la física fundamental en Estados Unidos durante casi treinta años. Los físicos consideraban que habían hecho un gran favor patriótico y tenían que cobrarlo a cambio de que la sociedad americana les diera dinero para investigación en esta área de conocimiento.

«El control de la información ha jugado un gran papel en la mayoría de las guerras contemporáneas»

Sin embargo, la mayoría de sus estudios no se centran en este tema.

Efectivamente, es un tema que he tratado y analizado pero no he centrado mis estudios en los procesos bélicos, ni tampoco en cómo la tecnología y la ciencia iban proporcionando herramientas para que la guerra se produjera, sino en cómo las sociedades se preparaban para la guerra. Siempre me llamó la atención el hecho de que cuando se trataba de sociedades muy desarrolladas, las guerras eran muy crueles, hecho que contradice la idea ejemplar de Steven Pinker, el gran optimista de los siglos XX y XXI, de que cada vez somos más racionales haciendo la guerra y haciendo la violencia.

Foto: Ximo Colomina

¿Al hablar de sociedades desarrolladas se está centrando en el siglo XX?

Sí, en ese sentido, la Primera Guerra Mundial marcó un punto de inflexión con respecto a las guerras anteriores. Hasta el momento, una de las características de las sociedades occidentales era que habían tratado de una manera distinta a los países que consideraban inferiores desde el punto de vista tecnológico y científico que a sus colegas del mismo nivel. Es decir, los grandes imperios europeos trataban a las colonias de una forma y a sus colegas de otra. Además, estos países habían sufrido procesos de estandarización semejantes, no solo se habían estandarizado los pesos y medidas, como habían preconizado los franceses; los países europeos habían acabado a finales del siglo XIX siendo sociedades tremendamente estandarizadas y se veían a sí mismos como países muy competitivos. Esto hacía que las guerras contra las colonias les resultaran muy fáciles, ya que aplicaban un principio que puede parecer trivial pero no lo es, y es que todo vale. Pero en el año 1914, por primera vez, estas sociedades tan sofisticadas se enfrentaron entre sí con esa misma premisa.

¿Aplicaron la misma premisa del todo vale?

Sí, los estados empezaron a aplicar igual lo que habían aplicado al colonialismo. Por eso, estudiando la sociedad alemana de principios de siglo XX, me entró curiosidad por ver cómo una sociedad tan absolutamente sofisticada era capaz de entrar en una guerra tan cruel y sin destino. Al empezar a estudiar cómo las sociedades civiles se preparaban para la guerra, vi que las guerras siempre empiezan con palabras. La primera arma, la primera munición que una sociedad utiliza para hacer la guerra, son las palabras. Stefan Zweig, sobre el año 1921-1922, hizo la apreciación de que nadie podía pensar que iba a haber una guerra tan cruel, nadie iba a pensar que una sociedad como la alemana era capaz de abocarse a ese tipo de situación. Hannah Arendt, en cambio, pensaba que este tipo de posturas eran muy ingenuas. Porque, de hecho, esto ocurre en todas las manifestaciones prebélicas, en todas las manifestaciones de la violencia: la violencia comienza siempre con la palabra. A los judíos se les aplicó el Holocausto antes de que se consumara el Holocausto, porque se comenzó a hablar de ellos de una manera determinada. La degradación del judío comenzó primero con la palabra, y Auschwitz es un resultado de ese tipo de palabras. A mí me llama mucho la atención saber qué es lo que hace que una sociedad acepte ese tipo de conflicto, porque no fueron los militares, fue la sociedad la que entró en guerra.

«La Guerra Fría es singular porque, aunque no hay batalla propiamente dicha, sí se generan los avances científicos necesarios para que la haya»

Si es la sociedad la que entra en guerra, la información que llega a los ciudadanos y la formación de la opinión pública son muy importantes, ¿no es así?

De hecho, el control de la información ha jugado un gran papel en la mayoría de las guerras contemporáneas, sobre todo a partir de la guerra nuclear. El miedo que provoca es el origen de todos los miedos. La Guerra Fría es una guerra singular porque, aunque no hay batalla propiamente dicha, sí se generan los avances científicos necesarios para que la haya, y el mejor vehículo para inducir miedo es la palabra. Lo ocurrido con el documental The war game es un ejemplo de ello. En el año 1965, la BBC encargó al director Peter Watkins filmar un falso documental que explicara qué ocurriría si hubiera un bombardeo nuclear en la ciudad inglesa de Rochester. El resultado final fue tan realista que se decidió que la BBC suspendiera su emisión. No podía ser usado porque, si se difundía a través de la televisión, iba a crear una alarma social de tal calibre que podía incluso modificar la política. Y, por supuesto, a los estrategas de la geopolítica no les interesa que el miedo de sus sociedades determine sus decisiones. Hay otro miedo mucho mayor que es el miedo a ser derrotado. Por eso es un juego de guerra, como su nombre indica, The war game. Parece que estamos en una guerra de ficción pero en realidad es una guerra que tiene los ecos de una guerra real.

Algunas de las preguntas que le lanzó al alumnado de Periodismo en el seminario iban en ese sentido: «¿Qué es lo que debe o no contar el periodista? ¿Se debe informar a la población de los peligros de una acción bélica?». Son preguntas que generan un gran dilema. ¿Qué opina usted?

Esa es la gran polémica, la gran duda de los periodistas. No solo de los periodistas que elaboran las noticias, sino de quienes permiten o no que los periodistas accedan a determinadas noticias. Este dilema se ha visto en todas las guerras. Se ha visto en la guerra fría, se ha visto en la guerra de Vietnam, en la guerra de Irak, en la guerra de Afganistán… ¿Qué puede saber la sociedad civil y qué no? Aun así, hay matices entre guerras. Por ejemplo, para poder mantener la guerra de Vietnam, muchos norteamericanos no debían saber cuál era su auténtica urdimbre, aunque, en ese caso, los estadounidenses no se sentían amenazados por los vietnamitas. Nadie temía un desembarco de buques vietnamitas en Miami, mientras que, sin embargo, durante la Guerra Fría los estadounidenses sí que temían un ataque nuclear, además con cierto fundamento. Sin embargo, hoy sabemos que la Unión Soviética muy pocas veces tuvo la idea de atacar Occidente y que, por el contrario, los occidentales consideraron atacar la Unión Soviética en un mayor número de ocasiones. No obstante, la propaganda que se difundía en aquel momento era que estábamos amenazados por los soviéticos y, en cuanto nos despistáramos, llenarían de misiles todo Occidente. Otra vez vuelve a ser la palabra, de nuevo es la propaganda, otra vez es la generación de opinión pública lo que verdaderamente importa en una contienda.

«A los estrategas de la geopolítica no les interesa que el miedo de sus sociedades determine sus decisiones»

Y lo sigue siendo, ¿no? Seguimos oyendo declaraciones de líderes políticos, como Putin, que sugieren que el temor a la destrucción mutua obliga a las grandes resistencias al respeto mutuo. Recuerda un poco a la Guerra Fría…

Efectivamente, esa es la tesis de la Guerra Fría. La Guerra Fría no ha terminado, la idea de que así lo hizo en 1989-1990 es una ingenuidad. Se ha reformulado, se ha transformado y ha aparecido un ingrediente nuevo, el famoso terrorismo, que todo el mundo quiere interpretarlo como un fenómeno puramente local, ocasional, pero que es estructural. El terrorismo es estructural en nuestras relaciones internacionales.

Foto: Ximo Colomina

Volviendo un poco a la información y a la generación de opinión pública. En la era de las fake news, ¿la información de por sí puede funcionar como guerra?

Desde luego, estamos en una guerra de la información, no es una ensoñación. Ahora, la toxicidad de la información es tan alta que ni siquiera sabemos cuál es el origen de las noticias que utilizamos. Se podrían hacer ensayos interesantísimos cómo tomar una noticia de hace un tiempo y ver qué ha ocurrido con ella. Se ha demostrado que muchas de esas noticias fueron el resultado de una intoxicación y ahora se puede decir que esas noticias eran falsas, pero hay gente que sigue creyéndolas. Es muy difícil desprogramar la credulidad del público porque, igual que hay personas que creen que la tierra es plana, hay personas que creen otro tipo de noticias falsas –incluso después de haberse demostrado que no son ciertas– y las utilizan en su vida diaria como fuente de información. Eso es una guerra.

«La toxicidad de la información es tan alta que ni siquiera sabemos cuál es el origen de las noticias que utilizamos»

¿Es por eso que cada vez se está orientando más hacia el estudio desde el punto de vista de la comunicación?

Me sigue interesando el estudio de las sociedades estandarizadas, el estudio de ejemplos de estandarización que tienen que ver con la guerra. Por ejemplo, la influencia que ha tenido en las sociedades posteriores el modo de alimentación industrial de los ejércitos durante la Primera Guerra Mundial, pero me interesa sobre todo el modo que se tuvo y que se tiene de comunicar los supuestos beneficios de ese tipo de alimentación desde el Estado, desde los medios de comunicación… La comunicación es un aspecto fundamental en este tipo de contiendas, pero también en otros ámbitos. Por ejemplo, participé en el capítulo del libro Campañas institucionales en Salud Pública: El caso de la vacuna contra el virus VPH, en el que se analiza el discurso de determinadas jóvenes que habían tenido problemas con las vacunas. El problema en este caso no fueron las noticias falsas, sino que no se tomaron en consideración los casos de las reacciones adversas y se consideró que se trataba de casos de intoxicación noticiosa, cuando la mayor parte de las veces las noticias eran genuinas.

¿No se tomaron en consideración por no alarmar a la sociedad?

Sí, el recurso de no alarmar a la sociedad siempre es el más usado.

© Mètode 2019
Doctora en Química y miembro del equipo de investigación ScienceFlow de la Universitat de València.