El caso de difteria en Olot y el anticientifismo de los antivacunas

Hablamos con Alma Bracho y María José Báguena sobre la historia de la enfermedad, el caso aparecido en Cataluña y el papel de los medios de comunicación

vacuna

A finales de mayo saltaban las alarmas: un niño de Olot era diagnosticado de difteria; el primer caso que se detecta en 28 años en España y en 32 años en Cataluña. «Actualmente es una enfermedad endémica en algunas regiones del mundo donde la cobertura vacunal está por debajo del 50%. Pero no se presentan casos, o son muy excepcionales, en países donde la cobertura vacunal se encuentra alrededor del 90% en niños y del 75% en adultos», explica Alma Bracho, miembro del área de Genómica y Salud de la Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria y Biomédica de la Comunidad Valenciana. Entonces, ¿por qué ha reaparecido aquí una enfermedad que se creía erradicada en gran parte del mundo? Simple y llanamente, «la difteria ha reaparecido porque la bacteria que la provoca ha encontrado un individuo, o más, susceptibles al contagio», afirma. Un individuo, un niño de seis años, que no estaba vacunado contra esta enfermedad.

La difteria, una pandemia del siglo XIX

«En el siglo XIX, la difteria, conocida también como crup, sustituyó a la viruela como causa principal de mortalidad infantil, especialmente entre los niños de 2 a 6 años»
(María José Báguena)

Antes de la práctica de la vacunación la difteria era una pandemia. Según expone María José Báguena, doctora en Medicina y profesora titular de Historia de la Ciencia en la Universitat de València, aunque no se sabe con exactitud desde cuando comenzó a afectar a las personas, en la Grecia clásica ya se describen algunas enfermedades que pueden identificarse con la difteria. No fue hasta bien entrado el siglo XIX cuando fue posible distinguir las diferentes patologías que obstruían el tracto respiratorio superior. «Se engloban bajo el nombre de garrotillo, ya que la muerte por asfixia que provocaban recordaba a la producida por la aplicación del garrote vil en los condenados a muerte en España», explica María José Báguena. En el siglo XIX, la difteria, conocida también como crup, sustituyó a la viruela como causa principal de mortalidad infantil, especialmente entre los niños de 2 a 6 años. En España, a finales de ese siglo, la tasa de mortalidad por difteria era de 0,66 casos por cada mil habitantes, llegando a ser la responsable del 2,51% de las defunciones totales.

En busca de una vacuna

María José Báguena nos guía desde los inicios de la enfermedad hasta el año 1987, cuando se diagnosticó el último caso de difteria en España: «Fue en 1826 cuando el médico francés Pierre Bretonnau describió por primera vez las características clínicas de la difteria y le puso nombre a la enfermedad. En 1833 Edwin Klebs aisló el microorganismo causal y, al año siguiente, Friedrich Löffler consiguió el cultivo de este y la reproducción de la enfermedad. El descubrimiento de la toxina responsable de la acción patógena fue gracias a Pierre Roux y Alexandre Yersin entre el 1888 y el 1890». A partir de ahí vendría la búsqueda de una vacuna, que dio los primeros pasos cuando Émile Behring y Shibasaburo Kitasato identificaron la antitoxina que neutralizaba los efectos de la toxina. «En 1893 Behring utilizó este último descubrimiento para preparar un suero procedente de animales inmunizados que usó para el tratamiento de la enfermedad. Roux lo modificó y lo aplicó con éxito en 1894, consiguiendo con su difusión una drástica disminución de las defunciones por esta infección», continúa María José Báguena. La vacuna antidiftérica se descubrió en 1923 y se introdujo en el calendario vacunal español en 1945, si bien la cobertura de vacunación era baja. En 1965, sin embargo, ya se introdujo la vacuna DTP (contra la difteria, el tétanos y la tos ferina) y actualmente se incluyen tres dosis durante el primer año de vida y otras dosis de recordatorio de la vacuna a los 18 meses, 6 años y 14 años.

La mejor estrategia de prevención

«Como existe la posibilidad de estar en contacto con un caso importado, la mejor prevención para el control de la difteria es mantener coberturas de vacunación altas»
(Alma Bracho)

Precisamente la correcta vacunación en la primera etapa de la infancia en la gran mayoría de la población (entre el 90% y el 95%) ha permitido que no apareciera ningún caso nuevo en el Estado desde 1987. Alma Bracho asegura que la vacunación «es la estrategia más eficaz para la prevención de la enfermedad. La vacunación con toxoide diftérico, que es la toxina diftérica modificada que ha perdido su capacidad tóxica pero mantiene su capacidad inmunogénica, proporciona inmunidad frente a la toxina diftérica». Y, si bien en la mayoría de los países europeos no hay difteria, sí se han descrito casos en Letonia, la Federación Rusa y Ucrania. Además, la difteria aún es endémica en muchas zonas del mundo, especialmente en ciertas regiones de América Latina, el Caribe, el sudeste asiático, Oriente Medio y África. «Como existe la posibilidad de estar en contacto con un caso importado, la mejor prevención para el control de la difteria es mantener coberturas de vacunación altas», señala Alma Bracho. Ahora bien, esta vacuna es muy efectiva en la prevención de la forma más grave de la enfermedad y de la mortalidad, pero no protege frente a la colonización nasofaríngea. Esto explica que se haya encontrado la bacteria Corynebacterium diphtheriae en ocho de los niños, todos ellos vacunados, que habían estado en contacto con el niño que está hospitalizado, pero que no presentan síntomas de la enfermedad.

Vías de contagio de la difteria

La principal vía de contagio de la difteria es persona a persona por vía aérea, a través del contacto físico estrecho con un enfermo o bien con un portador asintomático, es decir, personas infectadas con Corynebacterium dipththeriae en la nariz o la garganta sin síntomas. Corynebacterium diphtheriae, y también a veces Corynebacterium ulcerans o Corynebacterium pseudotuberculosis, son las bacterias causantes de la difteria, una enfermedad bacteriana aguda que afecta principalmente al tracto respiratorio superior, la mucosa nasal, las amígdalas, la laringe o la faringe. La enfermedad se produce por cepas de Corynebacterium toxicogénicas, o sea, productoras de toxina. Para que una cepa produzca toxina, la bacteria Corynebacterium debe estar infectada con un bacteriófago, un virus que infecta bacterias, que contenga el gen de la toxina diftérica.

Cómo combatir la enfermedad

«Una de las actuaciones protocolizadas es la administración de profilaxis a las personas que han estado en contacto con un enfermo»

«Para eliminar la bacteria basta con un tratamiento adecuado con antibióticos. Pero para hacer frente a la toxina ya producida se debe administrar antitoxina diftérica. El éxito del tratamiento depende de la rapidez con que se suministra la antitoxina al enfermo. Este medicamento sólo neutraliza la toxina libre circulante, no la fijada a los tejidos. La letalidad y las complicaciones asociadas a la enfermedad están directamente asociadas al tiempo transcurrido entre el inicio de síntomas y la administración de la toxina», explica Alma Bracho. Además, una de las actuaciones protocolizadas es la administración de profilaxis a las personas que han estado en contacto con un enfermo. Así, «vacunar a las personas susceptibles de contagio es una de las medidas de control que se está llevando a cabo desde la Agencia de Salud Pública de Cataluña», añade. De este modo se reduce notablemente la posibilidad de que aparezcan más casos de difteria. Como ya se ha señalado, esta probabilidad será menor cuanto mayor sea la cobertura vacunal de la población.

En esta línea, Alma Bracho dice que «los epidemiólogos hablan de la inmunidad de grupo, que es la que generan las personas vacunadas y que impide que un agente infeccioso se propague por no encontrar personas susceptibles de contagio. Esta inmunidad de grupo de las personas vacunadas suele proteger también a las personas no vacunadas, tanto las que lo han decidido de manera expresa como aquellas que no pueden ser vacunadas por motivos de salud».

Ciencia, grupos antivacunación y medios de comunicación

El hecho de que los padres del niño diagnosticado de difteria hubieran decidido no vacunarlo ha llevado a las portadas y las pantallas el debate sobre las vacunas, con el protagonismo de especialistas que se han manifestado a favor de éstas, pero también de personas que las ponen en duda e incluso se oponen. Muchos profesionales, sin embargo, denuncian que los medios de comunicación den voz al movimiento antivacunas. Así lo hacía el pediatra Carlos González, entrevistado por Antonio Martínez Ron: «la mayoría de medios que me han entrevistado en los últimos días, por ejemplo, querían entrevistarme a mí y a alguien que estuviera contra las vacunas, para tener las dos opciones. Jamás se te ocurriría entrevistar a uno que está a favor del alcohol durante el embarazo y a otro en contra para ver las dos opciones. Hay cosas que sencillamente son un disparate y no se les puede llamar ni siquiera una polémica».

«La cantidad y calidad de las evidencias científicas aportadas por un defensor de las vacunas no tienen una contraparte comparable de evidencias al otro lado»
(Alma Bracho)

Alma Bracho comparte esta opinión: «no estoy de acuerdo con las informaciones en forma de tertulia o enfrentamiento donde ponen al mismo nivel a un defensor y a un detractor de las vacunas. La cantidad y calidad de las evidencias científicas aportadas por un defensor de las vacunas no tienen una contraparte comparable de evidencias al otro lado. Por otra parte, me resulta curioso que ciertos individuos y colectivos que reaccionan en contra de las vacunas tengan un nivel de estudios alto y que se consideran bien informados. Muestran cierta prepotencia frente de profesionales que dominan, hasta donde la evidencia científica conocida llega, el tema de la prevención de enfermedades. Al final se trata de un tema de confianza o cuestionamiento de las evidencias aportadas por la investigación científica». Como escribe Núria Jar en Mèdia.cat, «las vacunas emergen de la investigación y del método científico. En cambio, los argumentos antivacunas se construyen sobre la ideología».

Visto el devastador impacto que tiene la falta de vacunación, que puede hacer volver enfermedades consideradas erradicadas en nuestro país, preguntamos a Alma Bracho como respondería a un mensaje antivacunación: «diría simplemente que las vacunas protegen de las consecuencias graves de las enfermedades contagiosas y de la muerte prematura y que las no-vacunas no. Las vacunas no están exentas de presentar efectos secundarios, como cualquier medicamento o tratamiento, pero se hacen muchos controles de seguridad y el beneficio individual y grupal de la protección es muy superior a la suma de los pequeños posibles efectos secundarios». Y concluye, bromeando, que «casi prefiero que un producto cualquiera tenga pequeños efectos secundarios no deseados. Si no los tiene empiezo a pensar si tampoco tendrá efectos primarios».

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