El coronavirus, los cisnes negros y los rinocerontes grises

Dos símiles animales para explicar la aparición de la COVID-19 y otros desastres «imprevistos»

coronavirus cisnes negros

Los diferentes gobiernos, desde China a los Estados Unidos pasando por España y los otros países europeos (así como la OMS en un primer momento), se han querido justificar ante el terrible impacto sanitario, pero también económico y social, de la COVID-19, la enfermedad provocada por un coronavirus. La excusa ha sido prácticamente unánime: nadie había previsto un efecto tan severo ni una propagación tan rápida y que, en consecuencia, los estados no estaban preparados para hacerle frente. Dejando de lado si esto es creíble, después de la expansión de la enfermedad en China, Irán e Italia y, por lo tanto, de los avisos que llegaban a Europa del desastre que se iba acercando en un mundo globalizado, en el que las distancias ya no importan, quizás conviene reflexionar sobre aquellos fenómenos arrasadores que se lanzan sobre nosotros sin que, supuestamente, nadie haya previsto la aparición, las consecuencias y los posibles remedios.

A pesar de que el coronavirus es un microbio, haré uso de dos símiles animales para explicar la aparición, repentina e imprevista (o no), de estos fenómenos, como la COVID-19, pero también de otros desastres «imprevistos», sean económicos, sociales, políticos u otros.

Los cisnes negros

Juvenal, poeta romano que vivió a caballo de los siglos I e II de la Era Común, escribió unas famosas Sátiras; en ellas describía la vida de la Roma de su tiempo de manera irónica. Algunas frases de sus poemas han pervivido hasta nuestros días y son de conocimiento general: mens sana in corpore sanopanem et circensesquis custodiat ipsos custodes, rara avis, entre otras. Esta última, precisamente, forma parte de una frase más extensa, rara avis in terris nigroque simillima cycno, «un pájaro raro en la tierra y parecido a un cisne negro». Un cisne negro, hace dos mil años, era, realmente, una rara avis: solo se conocían los cisnes blancos, europeos; cuando, siglos después, se descubrieron cisnes negros (endémicos de Australia), ya no hubo manera de modificar el significado de cisne negro, que todavía ahora se interpreta como una cosa muy extraña, imprevista, que sucede de manera impensada y cambia una situación establecida de hace tiempo: un paradigma que se consideraba asumido, probado y muy establecido tambalea y se va a pique a causa de la aparición de este cisne negro.

Hay un montón de ejemplos, desde epidemias a revoluciones sociales y políticas, desde victorias (o derrotas) bélicas imprevistas a tsunamis, desde la caída de meteoritos a la bomba demográfica, desde Chernóbil a Fukushima, desde Pearl Harbour a Vietnam. Más adelante consideraremos si estos u otros «cisnes negros» eran, en realidad, tan contingentes y repentinos como parecían.

Nassim Nicholas Taleb, un estadístico y ensayista norteamericano de origen libanés, publicó en 2007 un libro, Black Swan, en el que planteaba las características de un acontecimiento de este tipo: para empezar, un cisne negro es algo atípico, al encontrarse fuera del ámbito de las expectativas regulares; no hay nada en el pasado que indique su posibilidad. En segundo lugar, produce un gran impacto. Y en tercer lugar, a pesar de esta rareza, nos inventamos explicaciones post factuales de su presencia, de forma que acabamos considerando que se trata de un acontecimiento explicable y predecible. Según el mismo Taleb resumía en una entrevista en el New York Times, tiene estas tres características: «rareza, impacto extremo y predictibilidad en retrospectiva, no en prospectiva. Una reducida cantidad de cisnes negros lo explica casi todo en nuestro mundo, desde el éxito de las ideas y las religiones a la dinámica de los acontecimientos históricos, hasta los elementos de nuestra vida personal.»

He aquí, pues, que la pandemia de la COVID-19 sería para algunos (en especial para los responsables de combatirla) un cisne negro, algo que nadie había previsto. Y, añado, según la definición de Taleb, que produce un impacto enorme, que todavía no podemos calibrar pero que puede cambiar el mundo tal como lo conocíamos; alguien ha dicho que «la pandemia causada por el coronavirus no es el fin del mundo, pero sí el fin de este mundo».

El mismo Taleb, y otros muchos, niegan que la pandemia actual sea un cisne negro. Según declaró en una televisión, «era claramente un cisne blanco, así lo avisamos, e insistimos que había que matarlo cuando todavía estaba dentro del huevo; que teníamos muchas indicaciones de que llegaría, que podría ser catastrófica, y no hicimos caso. Los gobiernos no quisieron gastar céntimos en enero [del 2020], y ahora tendrán que gastar billones».

Hay diferentes especies de rinocerontes, pero los más conocidos (y amenazados) son el blanco y el negro, africanos –no tienen estos colores: su piel acorazada tiene un tono grisáceo más oscuro, en el caso del negro, o más claro, en el caso del blanco–. El rinoceronte gris del símil es una mezcla de ambos. / Guerretto, en Flickr

Los rinocerontes grises

Y aquí aparece el otro símil animal: el rinoceronte gris. Hay diferentes especies de rinocerontes, pero los más conocidos (y amenazados) son el blanco y el negro, africanos –no tienen estos colores: su piel acorazada tiene un tono grisáceo más oscuro, en el caso del negro, o más claro, en el caso del blanco–. El rinoceronte gris del símil es una mezcla de ambos, y tiene las características de estos animales cuando lo contemplas, por ejemplo, desde el vehículo de un safari africano: lo ves de lejos, pero de repente se dirige al galope hacia el vehículo; sabes que es un animal muy peligroso y que, por lo tanto, supone una amenaza muy probable y grave… pero no haces caso, porque crees que tu vehículo resistirá una posible carga de este irritable paquidermo. Cuando, finalmente, la topada tiene lugar y destroza el vehículo y el enorme cuerno del rinoceronte te hiere gravemente, te das cuenta de que quizás fuiste imprudente, que las señales de aviso y peligro estaban pero no les hiciste caso.

Michele Wucker, que es una analista política, ha escrito todo un libro sobre los rinocerontes grises (Wucker, 2016) y distingue cuatro categorías. Rinocerontes que atacan: problemas que se presentan de repente y que se tienen que abordar rápidamente; necesitamos saber a qué velocidad se desplazan y qué daño podrán hacer. Rinocerontes recurrentes: problemas que ya han pasado alguna otra vez y de los que tenemos una cierta experiencia que nos puede servir para tratar el actual: crisis financieras, epidemias de gripe, etc. Los meta rinocerontes son los más peligrosos; son aquellos factores estructurales que nos impiden tratar adecuadamente los problemas; Wucker culpa a la dirección de empresas, es decir, la política de gestión empresarial, porque tiene una rigidez impermeable a los cambios: es el business as usual. Finalmente, están los rinocerontes no identificados, que son aquellos que no dejan entrever cuál es realmente el problema; ella señala los cambios que la inteligencia artificial provocará en muchos ámbitos, que se suponen pero que son muy inciertos (por ejemplo, Yuval N. Harari, 2016, 2018, ha identificado algunos, de estos cambios sociales y económicos, pero pueden no ser estos sino otros). Lo que está claro es que, ante cualquier tipo de rinoceronte gris, lo peor que se puede hacer es no hacer nada.

No cabe ninguna distracción

Toda esta digresión y, en especial, los ensayos mencionados, entre otros muchos que podríamos citar y que han proliferado los últimos tiempos, nos llevan a una conclusión ineluctable: los acontecimientos catastróficos se pueden prever (de hecho, alguien los ha previsto de hace tiempos); no estamos preparados para tratarlos por desidia (gubernamental o por parte de los expertos académicos, que prefieren elucubrar sobre cosas seguras) o por tacañería; cuando finalmente nos asaltan abocamos los mecanismos, las armas, los protocolos, etc. usuales que, mira por dónde, no funcionan porque estaban preparados para otro tipo de acontecimientos. Y, está claro, nos cubrimos los hombros diciendo que este o aquel acontecimiento es un cisne negro, cuando la realidad es que se trata de un rinoceronte gris, que hace tiempo que existía y nos amenazaba, pero no le habíamos hecho caso (Sheng, 2017; Baram, 2020).

Si hay que buscar soluciones a estos acontecimientos catastróficos que gabinetes de crisis post facto apenas pueden abordar, estas tienen que venir del aprovechamiento del conocimiento de aquellos think tanks que hacen de la prospección seria su actividad principal. En todos los ámbitos, desde las ciencias a las humanidades, desde las ciencias sociales a la tecnología, hay expertos que se dedican a plantear escenarios futuros y maneras de enfrentarse con garantías de éxito. Últimamente, la inteligencia artificial se ha añadido a la inteligencia natural de estos expertos, y se hace difícil encontrar una compleja situación futura económica, social, técnica, sanitaria, etc. que no se haya previsto y para la que no se haya diseñado una manera de resolverla, de adaptarse, de evitarla, de cambiarla para sacar alguna ventaja, etc.

El problema es que estas aproximaciones para descoyuntar problemáticas futuras, pero previsibles (que, insisto, son todas: no hay cisnes negros sino rinocerontes grises), no suelen salir de los seminarios universitarios y académicos. En algunos casos (Harari, 2016, 2018; Reas, 2019, etc.), los autores hacen libros de gran difusión que nos ilustran sobre estos futuros posibles. ¿Los tienen en cuenta los políticos?

Los políticos de todos los colores, que podrían aprender algo, suelen ser alérgicos a plantear escenarios y adoptar estrategias que vayan más allá de los cuatro años que durará su actividad. Si solo son contados los que tienen asesores científicos permanentes, ¿cómo queréis que tengan algún interés en hacer caso de aquello que les puedan decir grupos de expertos en un montón de temas sobre los cuales los políticos tendrán que legislar? Estos comentarios son de aplicación a todo tipo de gobiernos, de todo el mundo, y no solo a los de aquí.

Estos días todavía colea el debate sobre si los científicos tienen que dictar la política (sanitaria, en relación con la pandemia desatada por el coronavirus) o se tienen que limitar a asesorar y tienen que ser los políticos los que, convenientemente adiestrados, hagan las leyes y organicen la logística para resolver esta y otras problemáticas de base científica. Mi experiencia de muchos años de asesorar políticos de aquí y foráneos sobre temas de medio ambiente me ha enseñado que a este dilema le falta una faceta.

Creo firmemente que tienen que ser los electos, convenientemente informados por expertos, quienes tienen que hacer la política (y, está claro, tienen que ser responsables ante la sociedad); pero, primero, hace falta que los políticos entiendan aquello que los expertos les dicen; segundo, que estos expertos tienen que ser conocidos por el gran público y, en especial, por la comunidad científica, que es quien mejor puede juzgar si los asesores del gobierno son científicos solventes o no; en relación con la pandemia de la COVID-19, haría falta que los asesores científicos de los gobiernos catalán, español y francés, por no ir más allá, pasaran el escrutinio de la comunidad científica internacional.

Y, en tercer lugar, que los políticos tengan muy en cuenta el asesoramiento científico experto, al mismo tiempo, está claro, que los asesoramientos no estrictamente científicos (laborales, económicos, sociales, etc.), que también habrá que considerarlos. Y que actúen sopesando todas las opiniones expertas. Pero me temo que este tipo de políticos son también una rara avis.

Refeencias
Baram, M. (2020). Why the coronavirus crisis is a "gray rhino" and not a "black swan". Fast Company, 10 març. https://www.fastcompany.com/90475793/why-the-coronavirus-crisis-is-a-gray-rhino-and-not-a-black-swan
Harari, Y. N. (2016). Homo Deus. Breve historia del mañana. Barcelona: Debate. Penguin Random House.
Harari, Y. N. (2018). 21 lecciones para el siglo XXI. Barcelona: Debate. Penguin Random House.
Rees, M. (2019). En el futuro. Perspectivas para la humanidad. Barcelona: Crítica.
Sheng, A. (2017). From black swans to grey rhinos. The Star, 22 juliol.
Taleb, N. N. (2007). The Black Swan. The Impact of the Highly Improbable. Nova York: Random House.
Wucker, M. (2016). The Gray Rhino: How to Recognise and Act on the Obvious Dangers We Ignore. Nueva York: St Martin Press.

© Mètode 2020
Catedrático emérito de Ecología de la Universidad de Barcelona y expresidente del Institut d’Estudis Catalans.