A estas alturas, cambiaría el título y los contenidos: «De la cala encantada a la cala reventada». Porque el dossier del verano de 2012 pertenece a otro tiempo en el que ya no reverenciábamos al turista, pero ahora lo detestamos, o incluso lo aborrecemos. Naturalmente, hoteleros y sus seguidores –un sector considerable de la economía isleña baleáricopitiusa– no piensan, si es que piensan, igual. Hemos perdido no solo nuestras señas de identidad, sino la intimidad: no hay ningún rincón de la Ciutat o de la Part Fornana que se ahorre la presencia del invasor más o menos escandaloso o inculto. El patrimonio rústico (territorial) se nos va de las manos; los propietarios extranjeros cortan y privatizan caminos, cierran con alambres o paredes lo que siempre había sido campo abierto, se encastillan en sus propios guetos. Los usos y costumbres urbanas y campesinas decaen, la civilidad en los barrios urbanos –incluso en aquellos más tradicionales– se ha desvanecido (el respeto al descanso nocturno, por ejemplo); en los pueblos ya poca gente saluda…
«El patrimonio rústico (territorial) se nos va de las manos; los propietarios extranjeros cortan y privatizan caminos»
Hace mucho años (1981) escribí que la frecuentación masiva sería la destrucción de la naturaleza… Se trata de una prosa egoísta, lo confieso, que lleva implícito el pensamiento «Yo soy el respetuoso, el limpio, el ciudadano ideal para quien se reserva el disfrute, el usufructo de la natura; los demás son…». Y esto concierne especialmente a la franja litoral donde la naturaleza se ha mostrado particularmente pródiga. Allí coinciden –a veces en un verdadero estallido de biodiversidad como en los humedales– la litosfera (la tierra), la atmósfera (el aire, el viento, la lluvia…), la hidrosfera (el mar y el agua dulce), la biosfera (animales y vegetales… y el hombre). El ecotono es tan complejo, a veces, que sería necesario tratarlo con un respeto exquisito.
El monográfico de 2012 se centró en un concepto restringido de cala, la de nuestros litorales calcáreos o carbonatados que encuentran su desarrollo prototípico en el Migjorn de Menorca y en sa Marina de Mallorca, donde podrían contarse por centenas. No es ajena la contraposición ría/cala, que reserva para las primeras una desembocadura fluvial invadida por el mar ascendente y, ordinariamente, sujeta a las mareas; la cara sensu stricto suele conectar con barrancos o «torrentes» efímeros, si no obedece a un sistema de fracturas o a la disolución del Karst. Siempre se trata de una penetración marina más larga que ancha, con el sustrato calcáreo implícito.
Dicha colección de artículos recogía los escritos de científicos (geógrafos y geólogos, incluyendo espeleobuceadores) y literatos (comentaristas de arte y críticos literarios). Y un precursor, el viajero archiduque Luís-Salvador de Austria, que en los Die Balearen (1869-1891) consiguió introducir las costas baleares en la literatura viajera y científica; de sus libros seguramente tomó Albrecht Penck (1894) el concepto de cala como Ingressionsbuchte. Para terminar, quiero hacer una mención especial a pintores y escritores. Sobre todo a Joaquim Mir, el mejor paisajista de su tiempo, que llegó animado por Santiago Rusiñol, y pintó ese torrente de luz y azul que es el cuadro La cala encantada (1902). Pocos años después (1907), mosén Miquel Costa bautizaba como «cala Gentil» la raconada de Formentor, objeto de sus primeros paseos. Blai Bonet (Entre el coral i l’espiga, 1952) transfiguraba cala Figuera, por aquel entonces prácticamente intacta. Pero sería Calaloscans (1966), obra de Bartomeu Fiol, la que cambiaría el rumbo del paisaje optimista habitual: de la cala paradisíaca, pasábamos a la «orilla arisca», a la «cala de las maldiciones», la «marina histérica». Habían llegado los depredadores.
A pesar de las declaraciones de patrimonio de la humanidad y de reserva de la biosfera, el hormigón y el cemento van socavando el paisaje: son los «daños colaterales», justificados por el capitalismo.
Las calas en sentido estricto están definidas por su componente calcáreo. Un requisito que en nuestro territorio sí cumplen las calas del sur de Menorca y de Sa Marina de Mallorca.